diciembre 15, 2024
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septiembre 12, 2020 | 183 vistas

TERRITORIO INDÍGENA ALTO RÍO GUAMÁ, Brasil (AP) — Un grupo de indígenas Tembé, armados con arcos y escopetas, llega en motocicletas a una puerta de madera que bloquea el acceso a sus pueblos en la Amazonía brasileña. Uno de ellos quita el candado y desliza la cadena que ayuda a mantener cerrada la puerta.

“Está invitado”, afirma Regis Tufo Moreira Tembé, de 33 años, a un visitante. “Lo que estamos haciendo es por todos y por nuestro bien”.

La puerta rara vez se ha abierto desde marzo, lo que ayuda a explicar por qué los Tembé han pasado seis meses sin una sola infección confirmada de coronavirus. Para celebrar ese hito, invitaron a un fotógrafo de The Associated Press a observar su festival.

Los Tembé son un brazo de la etnia Tenetehara, ubicados en el territorio indígena de Alto Río Guamá, en el extremo occidental del estado de Pará. El virus se ha infiltrado en las tierras de decenas de grupos indígenas después de que sus miembros fueron a ciudades cercanas para vender, comprar alimentos básicos y cobrar los pagos de asistencia social de emergencia del gobierno.

Los cientos de Tembé de las aldeas de Cajueiro, Tekohaw y Canindé cerraron sus puertas y permitieron salir a las personas sólo en casos de emergencia, mientras que restringieron el ingreso a los agentes de la agencia federal de atención médica indígena, SESAI. Ahora, después de que el número de casos diarios de COVID-19 y muertes en Pará finalmente se redujo, los Tembé han comenzado a creer que saldrán ilesos de la pandemia.

“No fuimos a la ciudad, ni fuimos a otras aldeas. Permanecimos en cuarentena. La pasamos, pero todavía la estamos pasando”, dijo Sérgio Muxi Tembé, líder de la aldea de Tekohow. “Estamos haciendo una pequeña celebración por eso… Estamos contentos de que hoy no tengamos ningún caso”.

Antes del anochecer del 9 de septiembre, las mujeres de Tekohow se reunieron en la cocina comunal para preparar un festín con ollas gigantes de mandioca y arroz, además del pescado tucunare asado y envuelto en hojas de plátano. Al comienzo de la epidemia, las mujeres de las tres aldeas formaron consejos y visitaron a los residentes en sus hogares con listones y tablas para educarlos sobre el peligro del COVID-19 y de cómo se transmite.

“Decidimos crear el grupo para dar más orientación a las familias porque, incluso con lo dicho por los técnicos de salud, la gente seguía saliendo”, dijo en una entrevista Sandra Tembé, profesora de lengua nativa de 48 años. “Al principio fue muy difícil para nosotros porque había familias a las que llegamos a orientar que no querían estar de acuerdo y decían: ‘¿Por qué dices eso? ¿Por qué quedarnos aislados?’ Ese momento fue muy crítico ”.

Está agradecida de que la hayan escuchado y de que su gente no haya sufrido como otras etnias. El recuento de cifras de la organización indígena APIB, que incluye números del ministerio de Salud e información de líderes locales, muestra que ha habido 31.306 infecciones confirmadas por coronavirus y 793 muertes entre pueblos indígenas. La enfermedad ha infectado a miembros de 158 etnias, el 60% de las cuales se encuentran en Brasil, según el Instituto Socioambiental, un grupo de defensa indígena.

Los Tembé también recurrieron a una infusión tradicional de hierbas para reforzar la salud de los débiles y de los ancianos, afirmó Paulo Sergio Tembé, de 50 años. Dentro de su casa, tomó una canasta hecha a mano de donde sacó los ingredientes para el brebaje y los mostró uno por uno.

Al atardecer, el líder de Tekohaw, Sérgio Muxi, cantaba con un anciano junto a dos hogueras. Celebraban la resiliencia de Tembé frente al COVID-19 y dieron las gracias en su lengua nativa, explicó Sérgio Muxi más tarde. Finalmente, otros miembros de la aldea se unieron al canto y otros bailaron. Una fila de niños desfilaron con las manos sobre los hombros de los de adelante.

A la mañana siguiente, tras despertar, la gente comenzó a ponerse tocados de plumas tradicionales y a pintarse el cuerpo. Dos grupos en marcha convergieron en el lugar de la hoguera de la noche anterior, donde bailaron al ritmo de las tradicionales maracas tocadas por el líder y los ancianos de la aldea. La celebración continuó durante dos horas antes de calmarse finalmente, y los aldeanos regresaron a sus hogares, campos y bosques para reanudar su vida diaria.

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