abril 26, 2024
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octubre 26, 2020 | 87 vistas

Mariana Castañón.-

Llega cierta edad en donde, sin necesidad de haber pasado por terapia, somos capaces de reconocer que nuestra personalidad es resultado, en gran medida, de nuestros padres. Nos encontramos reaccionando de maneras similares a las suyas, enojándonos por sus mismos corajes y disfrutando aquello sobre lo que hacíamos burlas en el pasado. Depende de la relación que mantengamos con ellos, estos gestos nos pueden parecer encantadores, frustrantes, o una agridulce fusión entre ambos. Y a pesar de que en el presente las rebeldías adolescentes hayan pasado o la relación parental haya mejorado, lo cierto es que hay una serie de patrones negativos de los que pocos nos hemos salvado.

 

EXPRESIÓN EMOCIONAL

La correcta expresión emocional, la vulnerabilidad y la sensibilidad no fueron necesariamente cualidades máximas de nuestros ancestros. Viviendo condiciones tan duras, prejuicios tan arraigados, infancias arrebatadas tan pronto, nuestros abuelos no estuvieron educados para tener crianzas con actitudes positivas. Tan solo pensar que la generación “baby boomer” apenas fue la primera que tuvo la oportunidad de vivir una adolescencia (más o menos) como la conocemos hoy en día. Antes de ello, la transición de la infancia a la adultez era directa, a los 13 años nuestras abuelas ya eran madres y nuestros abuelos arduos trabajadores. Esto ejemplifica, brevemente, cómo los problemas generacionales eran completamente distintos y los valores de la época, también.

 

EMPATÍA

Empatizar primero con las historias paternas, entender de dónde vienen sus patrones, sus problemas a la hora de expresar amor o sus durezas, es el primer paso para sanar los resentimientos escondidos y las copias de actitudes que adoptamos durante nuestra tiempo viviendo con ellos. A veces, no soltamos heridas viejas porque nos quedamos reprochando lo que nos faltó y desde esa victimización somos incapaces de perdonar para seguir adelante. Comprender no significa hacer menos lo que uno vivió, sino reconocer que aunque muchas de nuestras programaciones insanas fueron causadas por nuestros padres, ellos no tienen la culpa de esto. Ellos, en su momento, también fueron programados por sus padres y antes de ello, sus padres por sus abuelos. Lamentablemente, es una situación desdichada que ha pasado de generación en generación, pero que hoy tenemos la oportunidad de cambiar.

Nos encontramos, entonces, en una realidad donde la mayoría de nosotros tuvimos padres que manifiestan programas y patrones negativos. No significa, necesariamente, que todos tuvimos padres que no nos amaran, sino que estos padres quizás no sabían cuál era la forma correcta de comunicar ese amor. Siendo niños, no conocíamos nada más, por lo que aprendimos y adoptamos estos programas y patrones como nuestros. La cosa es, que así como han sido aprendidos, podemos desaprenderlos, pero hacerlo es aventarnos un clavado profundo en las heridas de la infancia, desde una visión comprensiva, empática y amorosa, algo que puede resultar difícil para muchos de nosotros.

 

AMOR NO POSESIVO

No obstante, vale muchísimo la pena, pues cuando alcanzamos esta sanación, nos damos la oportunidad de vivir un flujo de amor consistente, no posesivo, no sofocante y con aprobación incondicional. Rompemos con patrones, nos volvemos libres para aceptar, perdonar y amar a los adultos en que nos hemos transformado y a los otros que entran en nuestras vidas. Pero para llegar a este punto, hemos de reconocer, en primer lugar, los rasgos negativos sobre los cuales fuimos construyendo nuestras personalidades equívocamente. Así, entenderemos que existen ciertas actitudes negativas que hemos normalizado durante años como el abandono emocional, o físico, demostraciones de amor con límites o condicionantes, incomprensión de sentimientos, frialdades, hostilidades y otras admoniciones negativas.

Reconocer y tener el coraje de atravesar el dolor de la infancia es lo que nos hará liberarnos de él. Para ello, hemos de hacernos una serie de preguntas que para el adulto de hoy que huye del dolor, podrían ser incómodas, pero son necesarias. Así, pasaremos a recordar desde las circunstancias de nuestro nacimiento, preguntándonos si fuimos deseados o no, como también el papel desempeñado en la infancia, la relación con los hermanos, vivencias de abandono, el clima familiar, el entorno, la expresión de las emociones, la autoridad, la afectividad, etcétera. Una vez realizada dicha exploración, podremos encontrar muchas respuestas que nos habían faltado a través de los años para resolver problemas que se venían repitiendo.

 

LA SANACIÓN

Hoy en día nos toca sanar lo que arrastramos desde nuestro linaje. Quizá nuestros padres no tuvieron las herramientas y a nuestros abuelos no se les pasó ni por la cabeza. Estamos en un mejor clima emocional, donde cada vez más se reitera la importancia de la sanación de la infancia y el desprendimiento de patrones negativos. La violencia puede terminar con nosotros. Y así, quienes vengan después nuestro podrán vivir entre crianzas amorosas, enfocándose en el bienestar propio, sin necesidad de pasar toda su vida buscando las cosas que les faltaron cuando fueron chicos.

Este es nuestro legado. Hay que construirlo.

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