diciembre 14, 2024
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noviembre 4, 2020 | 238 vistas

Mariana Castañón.-

Desde hace unos meses, todos los domingos dedico una parte del día a desarrollar un nuevo hobby -que sabrá Dios cuánto me dure- que consiste en estudiar género. El libro que me ha estado guiando en este ritual casi escolástico, se titula “La Creación del Patriarcado” y hasta ahorita, ha sido una maravilla. Un poco difícil al principio, pero cada vez más emocionante a medida que avanzan los capítulos, es un texto que recomendaría a cualquier mujer que esté interesada en conocer la historia de su sexo. Porque, como bien lo menciona la lectura, la historia que se nos ha contado a lo largo del tiempo, es la del hombre, quien ha monopolizado su redacción por demasiado tiempo.

Los primeros capítulos se dedican a desmitificar y explicar los orígenes del sistema patriarcal desde antes de los inicios de las civilizaciones complejas. No hay mucho que decir: la división del trabajo según el sexo (y los consecuentes privilegios masculinos que se generaron a partir de eso) tienen una base más cultural que biológica. Para quien haya incursado, aunque sea un poco, en materia de género, esto no es cosa nueva. Por eso, hablaremos de ello de esto en otra ocasión. El día de hoy, preferiría compartir lo aprendido en el capítulo “la mujer esclava”, que reveló, al menos para mí, un montón de cosas sobre nuestras sociedades de hoy en día.

Había una vez… una mujer esclava.

Remontémonos a un periodo de la historia pre-civilizatorio. Hombres y mujeres ya viven en clanes y en comunidades, que a veces llegan a ser de hasta más de cien personas. La propiedad privada existe, pues se han empezado a domesticar algunas plantas, lo que genera cierto tipo de asentamientos. Los hombres, se preparan para la guerra, práctica muy común en estas sociedades, que constantemente luchan por los recursos disponibles. Las mujeres, por otro lado, se hacen cargo de los infantes y de recolectar frutos y cazar pequeños animales. Un día, sin más, aparecen guerreros de una tribu enemiga y saquean el campamento, tomando algunos prisioneros de guerra, a sus mujeres y a los niños.

Puesto que es peligroso que se capturen los guerreros del bando contrario, ya que podrían iniciar una rebelión en contra de la tribu, matan a la mayoría de ellos. Las mujeres, que han enfocado sus esfuerzos en otras prácticas ajenas a la guerra, no representan un riesgo para la nueva sociedad en donde se les inserta, forzosamente. En cambio, su útero significa un producto de sumo valor para la comunidad, pues es capaz de dar vida y hacer crecer la manada. Así, siendo vistas como trofeos de guerra, pronto inicia una vida de esclavitud para ellas.

Lo que pasa es lo siguiente: los guerreros masculinos han de recibir cierto tipo de recompensa por ganar la guerra. Las mujeres, ya instauradas en un sistema patriarcal, son el premio perfecto para estos muchachos. Pueden tener sexo con ellas como se les antoje. Así, la forma de dominación femenina primaria se hace a través de la sexualidad. Eventualmente, estas violaciones repetidas conducen al embarazo de la mujer, que creará un vínculo con su agresor, como método de supervivencia, ya sea para ella o para su pequeño. Para que el padre se haga cargo, ella acepta su condición y las imposiciones que esto implica. Mientras pasa todo esto, trabaja como esclava para la nueva comunidad en donde fue insertada, después sus hijos lo harán también.

Pasarán generaciones y entre los pocos guerreros que fueron convertidos a esclavos, las muchas mujeres esclavas que ya tenían hijos o que tienen ahora, se crea una nueva subcategoría de humanos. Estos humanos, con el paso del tiempo, el abuso y la aceptación de su condición a través de la naturalización del proceso, comienzan a aceptar dócilmente el hecho de ser esclavos. Hasta ese momento, ya se pensaba que era algo que siempre había sido y seguiría siendo. Muchas pruebas lingüísticas e históricas nos arrojan lo siguiente: el comienzo de la esclavitud se hizo a partir de la dominación masculina sobre la femenina a través del sexo.

Una vez divididas las sociedades a través de las clases, la sociedad de esclavos era tan grande que una mujer, esposa del patriarca, podía incluso tener esclavas a su mando. Estas esclavas también podían ser esclavas sexuales del marido. Dicha división generó algo que resuena hasta nuestros días: una incapacidad de reconocimiento de la opresión masculina. Porque, las ideas de liberación no estarían en los diálogos femeninos. La mujer esposa sería primero esposa que mujer, lo que provocaría que no se identificara con la mujer esclava, quien tenía más en común con su esposo o hijos esclavos. De esta forma, las mujeres quedamos separadas, incapaces de reflexionar juntas sobre las injusticias del modelo que nosotras mismas habíamos instaurado.

Por otro lado, mientras la mujer aprendía a subordinarse a través del sexo, el hombre también aprendía a dominar a través de él. Sus agresiones, al menos hacia la mujer, se tornaban muy a menudo hacia lo sexual. Esto seguía perpetuando este sistema que hasta nuestros días sigue presente de una u otra manera. Esta breve historia, es lo que ha modelado nuestro socializar todo este tiempo. Aquí está el origen. Para cuando hubo liberación de esclavos, ellos ya se habían convertido en “el otro”, un estado humano distinto al nuestro, el de los hombres libres. Las mujeres habían quedado divididas para siempre.

Hoy en día, las cosas han cambiado. La esclavitud como institución se ha abolido, pero las consecuencias de esa brutal práctica aún resuenan. No hemos de olvidar esta historia. Nuestra responsabilidad social debe de incluir el análisis de estas partes oscuras de nuestras sociedades, para entender cuál es el origen de nuestras heridas más profundas. Y aquí está uno. La primera persona esclavizada fue una mujer, eso nos dice mucho sobre la separación de los sexos. Queda de tarea reflexionar las implicaciones sobre ese hecho.

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