Antonio González Sánchez
Como lo dije la semana pasada, en estos domingos la Palabra de Dios que se proclama en la misa dominical es una invitación a reflexionar lo caduco que es la vida humana y que se tiene que estar preparado para cuando llegue ese día y se tenga que presentar ante Dios. Y este domingo me quiero detener en la primera lectura, hoy cuando se habla tanto de la igualdad entre hombre y mujer (para mi mal tratado), es interesante que en el ambiente bíblico, sobre todo en el Antiguo Testamento, se encuentre un texto como este tomado del libro los Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31, “Dichoso el hombre que encuentra una mujer hacendosa: muy superior a las perlas su valor. Sabe manejar la rueca y con sus dedos mueve el huso; abre sus manos al pobre y las tiende al desvalido”.
San Pablo, en su carta a los Tesalonicenses, recuerda hablando de la venida del Señor dice: “Pero a ustedes, hermanos, ese día no los tomará por sorpresa, como un ladrón, porque ustedes no viven en tinieblas, sino que son hijos de la luz y del día, no de la noche y las tinieblas”.
En el texto del Evangelio escrito por san Mateo, 25, 14-30, conocido como la parábola de los “talentos”, aunque ahora aparezca otra traducción. Son tres siervos que reciben diferente cantidad de talentos cuando el amo sale de viaje.
Al regreso del amo cuando los llama para rendir cuentas, los dos primeros siervos han sido responsables y activos con la gracia de la salvación recibida representan al creyente ideal que espera activamente la vuelta del Señor. Vigilar esperando la llegada del Señor Jesús, que vendrá al final como juez y Señor, quiere decir ser fieles a través de un compromiso generoso y continuo. El talento no es una semilla que se entierra en la tierra y crece por su cuenta; es la persona quien imprime en él su dinamismo para hacerlo crecer. La colaboración humana es fundamental, aunque indudablemente esto comportará un riesgo, una aventura, que sin embargo hay que correr.
El tercer siervo, en cambio, aparece descrito negativamente como “malo y perezoso”. No es capaz ni siquiera de reconocer la gratuidad del patrón, sino que además proyecta sobre él su egoísmo y su incapacidad para establecer buenas relaciones.
Frente al este texto del Evangelio, el creyente debe de preguntarse ¿qué está haciendo con las cualidades, las virtudes que ha recibido de Dios y que debe de utilizar en favor de los demás porque sobre eso cada uno será juzgado?
Se puede orar con palabras del Salmo 127: “Dichoso el que teme al Señor. Comerá del fruto de su trabajo, será dichoso, le irá bien”.
Que el buen Padre les acompañe con su amor y permanezca con ustedes.