diciembre 12, 2024
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diciembre 16, 2020 | 199 vistas

Mariana Castañón.-

La problemática ambiental cada vez es más severa, esto no es novedad. Como tampoco son novedad los métodos con los que nos invitan a proteger el planeta. Cerrar la llave del agua cuando no la utilizamos, apagar las luces cuando no las estamos utilizando, evitar utilizar bolsas de plástico. Más allá de esto, nuestro compromiso con el medio ambiente es sumamente laxo y casual. Las razones pueden ser muchas, no hemos de descartar la simple indiferencia, ni la conciencia de que este problema le concierne, en primer lugar, a las mega industrias y trasnacionales. La cosa es que yo decido creer, que encima de aquello, la falta de información acerca de este tema, tiene una relación directa con nuestra inacción, que nos está llevando a la ruina.

En efecto, cuidar al planeta se puede hacer desde los actos más pequeños. Nada nos cuesta bañarnos en diez minutos en vez de treinta, o cargar nuestras bolsas de tela cuando vamos al supermercado, pero lo cierto es que estamos en un punto en el cual estas pequeñas acciones ya no son suficientes. Quizá estas noticias no están en primera plana, pero basta con una búsqueda rápida en Google para darnos cuenta de que cada vez estamos peor y no se están tomando las medidas necesarias para combatir aquello. Entonces, mientras nuestros políticos deciden prestarle atención a esta problemática, nuestro papel no debe de excusarse en dicha ineptitud, sino comenzar a incluir en nuestro día a día prácticas para un modelo de consumo más responsable.

Y ser consumidor responsable, no es poca cosa. Requiere una revolución de 180 grados a nuestro modelo de consumo actual. Alejarnos, de una vez por todas, de esta usanza de usar y tirar, adorar empresas que alientan dichas prácticas, así como despedirnos de muchas de nuestras marcas favoritas. Consumir responsablemente es llevar esta conciencia ambiental a cada uno de los ámbitos en los que interactuamos con los productos y servicios que compramos día con día. La ropa, los abarrotes, nuestra dieta, nuestro transporte, nuestro entretenimiento. No es sólo apagar las luces, no es sólo usar un termo de vez en cuando. Dejemos de pensar que “es mejor poco que nada”. Ya no estamos para sólo hacer poco.

Podríamos pasar horas hablando de la problemática plástica, del uso del transporte público como alternativa ecológica, la participación política a través de organizaciones no gubernamentales, el glifosato, el deshielo de los polos, pero quien mucho abarca, poco aprieta. Por ello, hemos de enfocarnos en una de las soluciones más efectivas que tenemos a nuestro alcance: nuestra alimentación. Esta área de nuestras vidas está ligada a unas de las industrias más irresponsables, crueles y devastadoras que existen hoy en día. Y la mayoría de nosotros, no repara ni un poco en los alcances de nuestros antojos.

Para empezar, está el tema de los plásticos. Tenemos una cultura adicta a las golosinas empaquetadas de ocho en ocho, las Sabritas, las galletas y todo tipo de dulces que vienen envueltos en materiales que tardarán más de 300 años en desintegrarse. Consumimos Coca-Colas todos los días, para acompañar el almuerzo y en total, cada uno de nosotros genera alrededor de 50 kg de plástico al año. ¡50 kg es el peso de una mujer menudita! Estos plásticos se van al océano, están acabando con nuestros arrecifes de coral, lastimando a las especies marinas, acidificando los océanos y desintegrándose en microplásticos que consumimos a través de los pescados y mariscos.

Supongamos que somos perfectos y no utilizamos plásticos. Aún así, nuestra dieta está repleta de transgénicos que dañan nuestros suelos, así como alimentos que fueron cultivados con pesticidas como el mortal y cancerígeno glifosato. Y toda esta información, está al alcance de nosotros si tan sólo dedicáramos unos minutos a leer las etiquetas, o comprar en tiendas locales, con empresarios abiertos a la retroalimentación. Aprender a interpretar los etiquetados es clave para un consumo más responsable, así como una ingesta de productos más sanos para nuestro cuerpo.

Y por último, aunque nos cueste admitirlo, la reducción de consumo de carne es una de las maneras más efectivas de cuidar el planeta. La ganadería es una de las industrias más contaminantes y mortíferas que existen hoy en día. Para producir un solo kilogramo de carne, se utilizan 15 mil litros de agua, comparado a lo que se utiliza para un kilo de brócoli, que son alrededor de 280 litros. No sólo utiliza muchísima agua (en un contexto donde estamos a punto de entrar dentro de una crisis mundial del agua), sino también otros recursos, como el suelo, pues entre la ganadería y la agricultura para el alimento de los animales que comemos, tenemos la principal causa de deforestación a nivel mundial.

Encima de todo esto, las vacas y los cerdos producen gas metano a través de sus heces y aliento, un gas de efecto invernadero 25 veces más contaminante que el CO2. Entonces, esta industria está también directamente relacionada con el cambio climático, como la OMS nos ha estado advirtiendo durante años. Claro, el consumo de animales está íntimamente ligado a nuestra cultura y nuestras garnachas, pero con tantas opciones gastronómicas, sustitutos de carne, verduras, frutas y leguminosas, nuestro excesivo consumo ya no está justificado. Es imperativo comenzar a comprometernos a comer lentejas en vez de milanesas por lo menos un par de veces a la semana.

Podemos continuar la lista. La cantidad de comida desperdiciada anualmente es escalofriante. Pero nos llevaríamos hojas y hojas hablando de esto. Hasta ahora, el mensaje es claro: nuestra dieta daña el planeta. Y el medio ambiente nos necesita, no podemos seguir presionando “recordarme luego”, para después regresar a nuestros hábitos que promueven este tipo de industrias mortíferas. Es momento de llevar nuestro compromiso más lejos. Ya es tarde, pero no por eso hemos de detenernos. El cambio está en nuestras manos y en nuestras voces, que una vez alcanzada la congruencia, tendrá licencia para exigir a nuestros gobernantes y empresas que actúen en consecuencia de nuestros hábitos de consumo.

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