Francisco Ramos Aguirre.-
A mediados de diciembre inicia la temporada de posadas, que concluye la Noche Buena. Se trata de nueve días de celebraciones religiosas, preámbulo de la llegada del Niño Dios. En otros tiempos, las tradicionales reuniones se realizaban con solemnidad y ciertas normas éticas. Lo mismo sucedía con la acostada y levantada del niño. La convivencia religiosa iniciaba con el rosario y concluía con un baile, bolsas de dulces, tamalada y champurrado.
Al paso de los años esta tradición cristiana empezó a distanciarse de su origen espiritual y evangelizador, orientándose hacia la diversión, frivolidad y mercantilismo. Actualmente, en una nueva realidad de la cultura del entretenimiento, los gremios burocráticos, escolares y empresariales festejan al calor de la euforia las fechas del año más significativas para los católicos. El concepto de posadas y Navidad antiguo terminó por asimilarse a otros estilos de vida, donde los bailes, cenas, reuniones etílicas, regalos y rifas son más importantes que la devoción religiosa.
A pesar de todo esto, la práctica de las tradicionales posadas en Tamaulipas es una expresión popular que se niega a morir. Por ejemplo, en un claro rechazo a las figuras navideñas de plástico y resina china, en algunos hogares los abuelos instalan los nacimientos al estilo ortodoxo: pino, musgo, lucecitas, esferas multicolores y piezas de barro policromado surgidas de las manos creativas de los alfareros de Amozoc, Tlaquepaque, Tonalá y Metepec. Los Niños Dioses, José, María, ángeles, Reyes Magos, diablos, ermitaños, borregos, asnos, camellos y pastores son parte del patrimonio de los artesanos de México.
A partir de su establecimiento por frailes franciscanos en 1617, la ciudad de Tula se convirtió en una población donde las festividades católicas, particularmente navideñas, generaron enorme arraigo entre sus habitantes. Desde los inicios de la segunda quincena de diciembre, los atrios de las iglesias tultecas se convierten en escenarios de las tradicionales posadas. Lo mismo sucede en algunos barrios, donde los vecinos ofrecen y piden posada mientras cargan por las calles a José y María.
A principios del siglo XX, los nacimientos navideños representaban la mayor atracción en temporada decembrina. Vale recordar a las señoritas Cuevas, quienes labraban con cera figuras de un nacimiento monumental en su residencia de la calle Guerrero. Igual prestigio gozaba otro Belén, diseñado por la señora Refugio Guillén Viuda de Fernández, poseedora de algunas piezas de barro elaboradas por Pantaleón Panduro.
Los ancestros de Gastón Saldaña utilizaban figuritas decorativas de porcelana fina, originarias de Europa. La gente que transitaba por las noches frente a esos hogares se maravillaba al presenciar, a través de las ventanas, la belleza de conjuntos artesanales. Al final de los rezos, los tultecos se sentaban a la mesa, salían a los patios a comer tamales y tomaban ponche o atole de aguamiel y maíz de teja.
Durante la temporada navideña, ciertos hacendados de prosapia extranjera viajaban a la tierra de sus ancestros, mientras sus paisanos permanecían en Tula con sus familias. En la cena especial para la Noche Buena, adquirían, comida, dulces y vinos importados de Italia, Francia y España. El principal proveedor era Francisco Reverdi, quien desde 1842 tenía prestigio como uno de los comerciantes mejor acreditados de Tampico. La algarabía y entusiasmo de la colonia extranjera podía compararse con las mejores ciudades de México.
Acerca de la Navidad, don Esteban Núñez Narváez nos regaló un valioso testimonio en su libro: Tula en 1910, donde recuerda nostálgicamente la celebración decembrina en aquel terruño, cuando el altar mayor de la iglesia se transformaba en un enorme nacimiento: “…adornado con miles de luces y velitas de colores; se hacía con ramas de oloroso cedro y musgo de la sierra y al dar las doce de la noche se echaban al vuelo las campanas y se decía una gran misa con tres sacerdotes oficiantes; esa noche la gente casi no dormía, pues en gran número de casas del centro de la ciudad y de los barrios se verificaban las llamadas acostadas del niño…”
La noche de un 24 de diciembre ocurrió en la iglesia de San Antonio un inesperado incendio, que arrasó con el nacimiento navideño expuesto en el altar mayor del templo. Por tal motivo, el párroco instruyó al campanero para que anunciara el peligro ocasionado por las llamaradas y humo que salían a través de puertas y ventanas.
Después de las posadas, pastorelas, exhibición de pesebres y advenimiento de Jesucristo, las actividades de Noche Buena se cerraban con broche de oro. Para tal efecto, vecinos de los barrios: El Divisadero, Cantarranas, El Jicote, Piedra de Amolar, La Tijera, La Troje y otros se esmeraban en la elaboración de tamales, dulces típicos, atoles y buñuelos. No faltaban los tradicionales bailes en casas particulares y Casino Tulteco.
Con toda legitimidad, los tultecos presumen que los nacimientos navideños más vistosos de Tamaulipas se instalan en esa población. En la segunda mitad del siglo XX, el médico militar Luz “El Cabo” Ramírez Hernández y su esposa María Olivo se convirtieron en herederos de esa tradición cultural. Con el debido tiempo, instalaban en la sala de su casa de la calle Hidalgo un nacimiento, que incluía cascadas, iluminación eléctrica, lagos con espejos, ríos y barrancas. En cambio, doña Dorotea viuda de Nieto diseñaba durante varios días un gran nacimiento en su casa de Lerdo de Tejada y doctor Millet (esquina). La enorme variedad de figuras que conformaban escenas bíblicas llamaba la atención, mientras los niños y adultos se asomaban por las ventanas.
PRESBITERIANA EN TULA
En 1872 llegaron a México los primeros pastores de la Iglesia Presbiteriana, procedentes de Estados Unidos. Cuatro años después fundaron el primer templo en Tampico, Tamaulipas. A partir de entonces los misioneros realizaron una intensa campaña de proselitismo en busca de fieles para su iglesia. La tarea no resultó fácil, si consideramos que entonces la Iglesia católica tenía el monopolio religioso.
En 1910, en pleno furor revolucionario, los misioneros Leonardo Garza Mora y J. O. Shebly instalaron una escuela evangélica en Tula, con el fin de propagar la fe cristiana. Como estrategia para acercar militantes de esa religión, el 22 de diciembre Librada Rojas organizó una posada o fiesta navideña con asistencia de 30 personas. “…las puertas y la calles estaban llenas de gente, a pesar de que esa noche había posadas en dos casas particulares de personas influyentes de la ciudad.” Ese mismo año, operaba otra escuela en Jaumave, atendida por Juana Flores. (El Faro/enero 13/1911).
La fuerza de la tradición de las posadas navideñas y pastorelas en el caso particular en Tula, se explica que se mantiene viva por el apego de sus habitantes a la religión católica. Esto nos habla, entre otros aspectos, de su identidad y cultura popular que les caracteriza. En el muro de Facebook de Carlos Lara los tultecos recuerdan las posadas de barrio en las últimas décadas del siglo pasado: cerca de la Panadería San Francisco, calle Degollado, Barrio del Jicote, por el rumbo de la tienda de Don Maco y en la casa de la familia Rojas del Barrio Cantarranas.