abril 19, 2024
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enero 27, 2021 | 85 vistas

Mariana Castañón.-

El tema del abuso está sobre la mesa esta semana, gracias a una influencer que alzó la voz desde su plataforma. Este evento, ha generado un montón de respuestas consiguientes, llegando a espacios que nunca antes se habían planteado la problemática. Naturalmente, no todos los abordajes han sido prudentes, ni empáticos. Pero, la respuesta de la gente en redes sociales, comienza a demostrar que nuestros juicios tienen peso y que las consecuencias de manejar discursos cargados de misoginia ya no serán tolerados.

Uno de los otros fenómenos que su denuncia suscita, es el diálogo en redes sociales acerca de las experiencias de abuso. Cada vez encuentro, no sin mayor fascinación, cómo aparecen mujeres de todos los gremios listas para apoyar desde su área a víctimas de abuso, ya sea en lo legal, lo psicológico, o el mero acompañamiento, -que mucha falta hace a quienes están pasando por situaciones similares-. Pero, esta reacción filantrópica, además de provocar un clima de sororidad extendido, puede acarrear otras consecuencias que poco a poco se van develando.

Pasa muchas veces que, el camino hacia un cuestionamiento de las violencias interrelacionales nos llega muy tarde. En algún punto de nuestra adultez, algunas de nosotras fuimos expuestas a información acerca del abuso y buscamos, en medida de lo posible, rodear las situaciones en donde pudiésemos encontrarlo. Pero esto no es tarea fácil. Para llegar a este punto, ya habíamos sufrido en el pasado el mismo tipo de abuso que hoy en día estábamos evitando y estas memorias generaban una fuerza que nos sigue atrayendo inconscientemente hasta situaciones de peligro.

Por ejemplo, si una decide poner distanciamiento entre ella y los hombres violentos, es posible que necesidades incumplidas de la infancia, delimitadas por un marco patriarcal, sean las que tomen rienda de las decisiones a la hora de elegir parejas o amistades. Quizás, entonces, el distanciamiento de los hombres violentos no sea radical, porque al momento de tomar esa decisión, lo hacemos desde nuestro presente inmediato, tomando los modelos de referencia que en ese momento existen para nosotras.

Entonces, ya estamos en medio de un proceso, que está lejos de ser terminado. Hemos dejado de tolerar el control mediante los celos, reprobamos la violencia de nuestros amigos hacia sus novias y dejamos de solaparlas, además, hemos comenzado a creer las denuncias de la víctima, renunciando a la postura de protección al macho en todo momento. Pero, a medida que escuchamos las valientes historias ajenas y cuestionamos desde la experiencia ajena, nuestras memorias tarde o temprano comienzan a reconfigurarse.

De pronto, mientras apoyas a una mujer denunciando violencia, te das cuenta que aquella experiencia anterior que habías normalizado, fue un abuso también. Que lo que hoy no permites, lo sufrió tu adolescente o tu niña interna, que no tenía las herramientas para reconocer, ni denunciar, aquel tipo de maltrato que en ese entonces vivía. Y el mundo se te viene abajo. De pronto, las denuncias ajenas no son sino un recordatorio de tu propia historia, que se ha resignificado.

Las excusas que utilizaste para justificar tu abuso, son las mismas que el día de hoy denuncias y desdeñas. Y no nos queda de otra más que tratarnos con el mismo amor, paciencia y empatía con la que tratamos al resto de las víctimas. Escuchar la historia ajena es recordar la nuestra. Porque todas hemos pasado por algo similar. Todas nosotras nos hemos encontrado reflexionando acerca de aquellas experiencias sexuales incómodas, aquellos pretendientes pedófilos e insistentes y aquellos amigos que abusaron del vínculo que se tenía para realizar movidas que ninguna de nosotras consentía realmente.

Ese es el poder de la denuncia. El acompañamiento, la reflexión, el cuestionamiento de nuestras propias experiencias y actitudes machistas. Estamos en esto juntas. La energía intercambiada en este episodio, es de amor, comprensión, compañía y fraternidad. No estamos felices, estamos rabiosas, estamos heridas, estamos cansadas. Ninguna de nosotras merece vivir cualquiera de estas experiencias. Pero, mientras la sociedad cambia, mientras los hombres se cuestionan su misoginia y sus pactos de protección machista, nosotras nos estaremos asegurando de que nadie pase por esto sola.

Tomemos de este evento la oportunidad de ejercitar nuestra empatía y sororidad. Probemos, para variar, aliarnos con el oprimido en vez del opresor. Estiremos nuestros paradigmas, probemos escuchar antes de opinar. Denunciemos el manejo pobre de los temas que nos interesan, la cultura de la violación, la culpabilización de la víctima. Pero, también, apapachémonos juntas. Permitámonos sentir la tristeza y el dolor que viene después del reconocimiento de las violencias vividas. Busquemos construir redes de apoyo, en donde podamos hablar libremente del torbellino de emociones que nos hacen sentir este tipo de fenómenos.

Cuidémonos entre nosotras. Acompañémonos. En un clima tan hostil para nosotras, esta alianza será lo único que nos salve. Seremos la grieta que comenzará a modelar las revoluciones estructurales que nuestra sociedad machista necesita. #YoTeCreo. #YoTeAcompaño.

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