Mariana Castañón.-
Para quien no lo sabe, estoy estudiando la carrera de Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma de Nuevo León. Quizás la Historia no es precisamente mi pericia, pero tengo una fijación por la materia que me llevó a emprender el proyecto de comenzar a leer a “Los Clásicos” de nuestra tradición intelectual de Occidente. Naturalmente, recorrer los inicios me remite a una revisión de los libros platónicos, aristotélicos y aquellos producidos durante la época grecorromana. Así que, luego de leer un libro sobre la historia de la época, algunas obras de teatro y las piezas cumbre de los filósofos canónicos, estas son mis impresiones.
Okay, okay. Hay algunos libros y autores que son, de cierta forma, atemporales. Las cosas que enseñaron hace años, no pierden vigencia y muchos clásicos han combatido el tiempo precisamente por esta razón. Pero, a mi consideración, muchos de estos “grandes” textos han de leerse incluso con una mayor postura crítica de lo que lo hacemos con los contemporáneos. Y, ante todo, tomarse como documentos históricos antes que como literatura universal, o modelos de vida. Porque, al tenerlos como autoridades máximas, difícilmente nos sentimos con la licencia de cuestionar a las grandes mentes de nuestra cultura, que a final de cuentas, son humanos sujetos a sus épocas. No están exentos de errores, al igual que nosotros.
Entonces, si uno decide emprender la tarea de navegar en tiempos lejanos, para hacerlo desde una postura menos influenciable y crédula, ha de prepararse. Una edición bellísima de La Ilíada, coordinada por Alfonso Reyes, comparaba la lectura de estos textos (que, admitámoslo, escritos con usos del lenguaje tan distintos a los nuestros, son más difíciles que los de nuestra época) con tocar un instrumento. Un músico pasa por un proceso de preparar sus instrumentos, afinar sus cuerdas, hacer ejercicios y un montón de cosas más antes de dar su concierto. De la misma forma, nosotros tendremos que ir adentrándonos poco a poco, contextualizándonos y la forma más fácil de hacerlo es a través de la lectura de un buen prólogo.
Esto último es importante. Porque, a veces estos libros “viejos”, que ya han perdido licencia, se nos presentan en las ediciones más asequibles o sencillas posibles. Pero cada edición tiene una función particular, un público dirigido y eso es algo que podemos utilizar en nuestro favor. Investigar cuál es la mejor versión para nosotros es el primer paso para acercarnos a estas lecturas, que de otra forma pueden presentarse aburridas, intimidantes o pesadas. E, independientemente de la edición elegida, es importante habernos contextualizado en las corrientes de pensamiento de la época, el año en el que fue escrito, un poco sobre la biografía del autor, para que de esta forma seamos capaces de discernir lo que nos sirve, de lo que no y entender de dónde viene la ideología planteada en nuestro texto.
Una vez que elegimos la versión más adecuada para nosotros y nos disponemos a leer, mi siguiente consejo tiene que ver con la adopción de las posturas planteadas en el libro. No leemos para casarnos con una ideología, o para buscar una nueva religión en el humanismo. Nuestra lectura debe de ser siempre, ante todo, crítica. No importa el grado de autoridad que tenga el autor, Platón y Aristóteles son dos de los más grandes pensadores de nuestra cultura y creían que el modelo de gobierno utópico era una aristocracia. Podemos cuestionarlos, es más, es preciso que lo hagamos. En especial, cuando las cosas que encontramos en estos cánones van en contra de nuestros valores y principios.
Pero, al mismo tiempo, hemos de alzar estas preguntas siempre desde el diálogo, la comprensión y la humildad. Esta gente tiene algo que enseñarnos, así nos separen cientos o miles de años desde su época. Seamos capaces de identificar y perdonar los errores de los que vinieron antes de nosotros, proponer respuestas con respecto a la información con la que si contamos hoy en día y mantengamos la mente abierta, libre de juicios. Sin castigar, sin condenar los errores, simplemente haciéndonos consciente de ellos, para que el nuevo conocimiento no se convierta en dogma. Es preciso encontrar un balance entre el rechazo y la admiración totales.
Ahora, mientras leemos a Los Clásicos, tenemos que hacernos conscientes de las limitaciones que el canon establecido ha tenido por años. Es sumamente recomendable buscar nuevas lecturas, que contengan las dosis de desoccidentalización y género que a nuestra tradición le falta. Cuando hacemos un repaso por La Historia, la literatura, el arte, nos daremos cuenta que estamos estudiando siempre desde la voz y perspectiva de hombres blancos, de clase acomodada. Son los personajes a los que se les han dado espacios y licencias para hablar en la historia de la humanidad. Si nos quedamos sólo con esas perspectivas, estaremos mutilando nuestro conocimiento, limitándolo a las voces de unos cuantos, que a menudo fallan en tomar en consideración la otredad.
Para terminar, los dejo con una recapitulación de esta guía breve para acercarnos a Los Clásicos. Acercarnos con una mente abierta, que se educó previamente en el tema, que es capaz de encontrar los huecos argumentativos y los errores, sin condenar fatalmente al autor, al año, o al libro. Nos convertiremos en este lector crítico, que reconoce las faltas y en vez de castigar, se dedica a darles respuesta a ellas, a comparar nuevos puntos de vista y a no olvidarse de la perspectiva femenina y descolonial que a nuestra trillada tradición le hace falta. Una vez adoptada esta postura de aprendizaje, estaremos listos para leer a cualquier figura (cuasi) mítica que deseemos: Dante, Rousseau, Homero. Ninguno es demasiado difícil para nosotros.