Francisco Ramos Aguirre.-
Cd. Victoria, Tam.-
La madrugada del martes 18 de agosto de 1953, mientras algunos habitantes de Ciudad Victoria permanecían despiertos debido al intenso calor, se escuchó en el cielo un sonido ensordecedor. En ese momento los noctámbulos pensaron que se trataba de algún trueno anunciando lluvia, pero cuando elevaron sus ojos a las alturas apreciaron una extraña luz que se dirigía a gran velocidad.
Horas más tarde, periódico El Heraldo publicó una increíble noticia acerca del objeto volador no identificado. Se trataba de un avión de propulsión a chorro, matrícula RT-684 de la Fuerza Aérea Estadounidense, tripulado por el piloto Dion Bague de origen belga, quien aterrizó de emergencia en el Aeropuerto El Petaqueño. Como era de esperarse, durante un par de días el acontecimiento se convirtió en tema y conversación de interés en hogares, oficinas, plazas, cantinas y comercios de la localidad.
Al descender del jet con una ametralladora en mano, el piloto explicó a los radio operadores bilingües Rogelio López Anaya y Evelio Terán, especialistas en maniobras aeroportuarias, que el aparato procedía en misión secreta de la base aérea de Laredo, Texas. Mientras sobrevolaba durante una práctica nocturna, se presentó una tormenta que le hizo perder su itinerario. El intrépido personaje narró que luego de dos horas en las alturas en medio de la oscuridad y el silencio de la noche, descubrió el resplandor de las lámparas eléctricas que iluminaban la ciudad.
Al mismo tiempo, echó un vistazo el indicador del tanque de combustible casi vacío, por lo cual rápidamente decidió accionar el volante rumbo al oriente. En el fondo, estaba seguro de las pocas posibilidades de sobrevivir a esa aventura. Sin embargo, la suerte estaba de su lado porque en menos de un minuto presenció una luz roja del campo de aviación a pocos kilómetros de Victoria. Gracias a ese hallazgo luminoso desde el cielo tamaulipeco emprendió las maniobras pertinentes para ubicarse en la pista. Al asegurarse que estaba despejada para el aterrizaje, realizó con verdadera intrepidez el descenso rápido y forzoso.
López Anaya y Mier le comentaron al piloto que no se preocupara, porque había aterrizado en Ciudad Victoria donde le prestarían el auxilio necesario. Vale mencionar que en esos años los gobiernos de Rusia, Estados Unidos, Inglaterra y Francia, desarrollaron aparatos de aviación sofisticados, en una clara competencia tecnológica para posesionarse del espacio.
Entre las aeronaves figuraban modelos de propulsión a chorro, útiles en casos de ataque, aunque no fueron utilizados durante la guerra entre Corea y Estados Unidos (1950-1953), porque apenas estaban en fase de experimental. Esa misma noche los encargados del aeropuerto y trabajadores de la American Airlines de México llevaron a Bague a la torre de control, donde avisó a sus superiores sobre el incidente que se originó, debido a una descompostura del aparato de radio.
Minutos más tarde, llegaron elementos del ejército mexicano para resguardar la aeronave y prevenir que alguien se acercara a tomarle fotografías, por tratarse de un delicado asunto que ponía en riesgo la seguridad norteamericana. El jueves muy temprano llegó al Aeropuerto El Petaqueño un avión militar Douglas C-47 con combustible, mecánicos y autoridades militares a fin de realizar el rescate de la aeronave.
«La tripulación de la fortaleza estaba integrada por el mayor Wylie Stone, capitán Franklin Malowe, sargento mayor Mario de Arza (este de nacionalidad mexicana); sargentos Jin Love, Charles Reys y soldado Charles Mills. En la misma nave llegó el mayor P.M Loveless, que sería el encargado de devolver el avión de propulsión a chorro a su base».
Los superiores de Begue reconocieron que el aterrizaje fue perfecto y representó toda una proeza, debido a que el depósito de combustible solo tenía 83 galones, suficientes para viajar dos minutos o diez millas de vuelo. De lo contrario se habría presentado una lamentable catástrofe. «…el avión de propulsión, que es de práctica, había sufrido la ruptura de una de las baterías que alimentan los aparatos de radio, por lo que el piloto había perdido la ruta a más de 30 mil pies de altura».
Lo realizado por este muchacho fue toda una proeza reconocida por los altos jefes militares que vinieron en su busca. En plena Guerra Fría entre Estados Unidos y la URSS, aquel joven de apenas 21 años de edad recibió una beca de las autoridades norteamericanas para especializarse en la conducción de este tipo de aviones de asalto, diseñados para alcanzar velocidades mayores a 400 kilómetros por hora.
Librados todos los problemas, entre ellos algunas averías en rines y neumáticos, el aeroplano de combate despegó del campo aéreo la tarde del 20 de agosto. Ahí estuvieron a despedir a los oficiales estadounidenses y presenciar el espectáculo nunca visto, el gobernador Horacio Terán, el presidente municipal, Fernando Montemayor; el coronel Marcelino Mendoza y otros funcionarios de alto nivel.
A su paso por el espacio aéreo de la Capital tamaulipeca, los habitantes salieron emocionados a las calles, cuando escucharon el estrepitoso ruido que ocasionó la vibración de cristales de las casas, así como un gran alboroto de cientos de urracas mientras se refugiaban en el follaje de los árboles de la Plaza Hidalgo: «Un minuto después de que el avión de propulsión, había salido de El Petaqueño, pasó por esta Ciudad donde al dejar escuchar el tremendo zumbido de sus motores, causó verdadero revuelo entre la población».
Así concluyó este célebre capítulo de la misión secreta y la historia del diestro piloto del avión supersónico, quien a mediados de la década del siglo pasado entre incertidumbre y desesperanza aterrizó en Ciudad Victoria.