Mariana Castañón.-
Cd. Victoria, Tam.-
Los años han pasado y las conversaciones en torno al feminismo han ganado perspectiva. Habrá quien sigue mofándose de los colectivos, que seguirá, hasta el fin de sus días publicando coléricamente en Facebook que “esas no son formas”, pero la evidencia sugiere que muy a pesar de sus desertores, el movimiento feminista cada vez va tomando más fuerza.
En las fotografías de las marchas y los comentarios en redes sociales, cada vez encontramos más mujeres jóvenes participando en la lucha y adquiriendo una mayor conciencia de género. Se ha logrado, por lo menos en los medios de comunicación autónomos que suponen las redes sociales (faltará mucho para que los medios tradicionales y patriarcales se alineen a esto) una mayor difusión sobre temas referentes al abuso, la sexualidad, el cuerpo femenino, la heterosexualidad obligatoria y los mitos del amor romántico. (¡Hurra!)
Un cambio de conciencia y por consiguiente, una integración reciente de miles de mujeres al movimiento ha generado nuevos retos dentro del feminismo. Hoy en día, nuevas problemáticas se hacen visibles: aunque muchas ramas se dedican a ello, el feminismo militante no siempre toma en consideración los factores de clase, raza, discapacidad, orientación sexual, entre otros. Además de esto, el transactivismo desafía los consensos sobre lo que “ser mujer” significa y cuestiona (o exige) que estas nuevas identidades sean integradas a la lucha.
Paralelamente, tenemos que convivir con las constantes críticas al movimiento y con los mismos problemas de siempre: los diez feminicidios diarios, la cultura de la violación, la revictimización, la falta de oportunidades laborales, la maternidad obligatoria, la falta de integración de mujeres a las disciplinas lideradas por hombres, los roles de género, la industria de la belleza canónica, el acoso y la cosificación de las mujeres en todos los medios de comunicación y entretenimiento.
Aunado a esto, una está lidiando con las formas en las que estos nuevos valores, formas de socialización y de entender el mundo o nuestro sexo, afectan nuestra vida privada. Experimentaremos los dolorosos fenómenos de descubrir que las personas cercanas a nosotras son o han sido violentas con nosotras y con otras mujeres, que nuestros amigos encubren violadores, que nuestros papás protegen paredes, que nuestras mamás participaron en una crianza machista, que nuestras amigas nos juzgan por nuestra sexualidad y por nuestros pensamientos.
Encima, esta revalorización no afecta solamente el presente tangible. También altera nuestras vivencias pasadas y memorias. De pronto, comienzas a entender que aquella experiencia sexual incómoda que viviste en el pasado no fue eso sino un abuso, que los hombres mayores que se acercaron a ti cuando tenías 15 años fueron pedófilos, que tu última relación amorosa fue violenta y machista. También, que la forma en la que competías con otras mujeres para conseguir aprobación masculina era una actitud machista, que criticar a tus amigas no era sonoro, que pasar “packs” de mujeres es violencia digital. Todo esto, en un clima de revictimización, culpa y dolor.
Además, estamos en la era de las redes sociales y la adicción al celular. Además de nuestro “yo” tangible, tenemos una personalidad virtual que exige congruencia con nuestros valores e ideales y que despliega nuevos cuestionamientos. ¿Qué consumo? ¿Cuándo estoy cosificando? ¿Esta publicación es congruente con mis ideales? ¿Mi activismo sirve de algo? ¿Qué pasa si me quedo callada? ¿Cómo lidio con las formas en las que me afecta emocionalmente que las mujeres compartan masivamente sus historias de abuso, o las desaparecidas por día? ¿Qué hago con la gente que me ataca por ser feminista, qué hago con los hombres que me exigen que los eduque? ¿Cancelo a mi artista favorito por el comentario misógino que hizo?
Dicen por ahí que nunca a otro movimiento le han exigido tanta congruencia y perfección como al feminismo. Yo no sé de los otros, pero si de las demandas y reclamos que nos hacen a nosotras, no sólo los “otros”, sino la misma expectativa interfeminista. Al parecer, necesitamos ser mujeres conscientes de la historia femenina, mujeres que leen teoría, que participan activamente, que producen contenido, que militan todo el tiempo, mujeres que no critican a otras mujeres, que no se enojan con otras mujeres, mujeres conscientes de su cuerpo, mujeres que piden las cosas de formas creativas y revolucionarias, mujeres que educan a todo el que pregunte, mujeres siempre objetivas aunque estemos en luto, aunque estemos rabiosas, o depresivas.
Todo esto, en el marco de una sociedad que apuesta en tu contra, en medio de una pandemia mundial, en medio de la meritocracia capitalista, de nuestras crianzas traumáticas, en un movimiento humano e imperfecto, lleno de mujeres humanas e imperfectas y de hombres que insisten en tomar protagonismo en una lucha que NO es suya.
Tanto p*nche desmadre, para alcanzar lo que nos corresponde por derecho: voz, visibilización, derechos, oportunidades, paz, existencia.
A las que llevamos aquí un rato, a las que llevan más y a las que acaban de llegar, esto es para ustedes. Un reconocimiento de las luchas simultáneas, del esfuerzo que hacemos día con día, de las cosas a las que hemos renunciado y todo aquello que hemos perdido. Es, también, una invitación a concederse un descanso cuando sea necesario. Un recordatorio de que somos mujeres y humanas antes que feministas, antes que militantes, antes que activistas. No le debemos nada a nadie. Hacemos esto por nosotras, no existimos para cumplir una agenda, ni un decálogo feminista.
Que esta humanidad no sea un nuevo dogma, una nueva religión, un nuevo yugo. Celebremos y abracemos nuestra lucha, apoyando desde donde nos es posible. Cuestionarnos ya es de por sí, resistencia.