Francisco Ramos Aguirre.-
Cd. Victoria, Tam.-
El Sádico de Ciudad Victoria representa una versión bucólica del célebre filósofo y autor de obras eróticas Francisco «Marqués de Sade» originario de París, Francia, donde pasó varios años en la cárcel, acusado de sodomía. En cambio, el sujeto que nos ocupa era un vulgar personaje de comportamiento maniático y libidinoso del cual nunca se aclaró su identidad.
Para satisfacer sus permanentes impulsos sexuales, acostumbraba introducirse por las madrugadas a los hogares donde habitaban mujeres ancianas, viudas, divorciadas y solitarias. Por lo general, le echaba el ojo a residencias de clase media y humilde, donde las puertas y ventanas eran fáciles de traspasar. A esto agregamos que durante la temporada de calor, algunas permanecían abiertas y sin tela mosquitera para mayor ventilación, únicamente protegidas con un enrejado de madera o cortina de manta.
Una vez seleccionada su víctima, a quien probablemente conocía con anterioridad, El Sádico aprovechaba lo apacible serenidad de la noche y se metía a las habitaciones de las damas cuando dormían profundamente. En el interior, se despojaba de la ropa y empezaba el proceso de tocamientos, abrazos y caricias con las más bajas intenciones concupiscentes.
Al percatarse de la situación, algunas alcanzaban a forcejear con el desconocido y pedían auxilio a gritos. Por temor a ser descubierto, el perverso individuo salía corriendo entre la oscuridad de los callejones y se ocultaba en algún domicilio o lugar poco visible. Existieron casos de mujeres que con escobas y cacerolas salían a perseguirlo por las calles, pero él escapaba a gran velocidad.
El erotómano repitió su manera de operar, al menos entre septiembre de 1954 y agosto de 1955. En ese lapso, algunas familias ofendidas decidieron denunciarlo a la policía. La noticia llegó a la redacción del periódico El Heraldo de Victoria que estaba de moda en esa época. Su director Raúl Aceves Carmona, aprovechó aquel bochornoso suceso para atraer lectores y sacarle provecho todos los días en la página policiaca.
Algunos vecinos se armaron de valor y empezaron a correr la voz de alerta, sobre todo cuando a medianoche alguien veía un sospechoso en determinado barrio. En una acción detectivesca, iniciaban una persecución siempre infructuosa. Victoria era una población hospitalaria y cordial que apenas rebasaba los 50 mil habitantes. La gente era muy atenta y buenos anfitriones con los turistas que llegaban en automóviles de lujo desde Canadá y Estados Unidos. Los pobladores recorrían las calles a pie y todas las familias se conocían.
Espontáneamente, surgieron algunos rumores con base a la apariencia física del misterioso personaje, pero nadie se atrevía a denunciarlo por pudor o miedo de involucrarse en un lío judicial. Una vecina que vivía cerca de la Plaza Primero de Mayo, aseguró que el sospechoso que tenía asolada la ciudad era un doctor foráneo «…gordo, feo, chaparro y de vestimenta exótica, preferentemente oscura». El caso es que las víctimas decidieron dejar el asunto en manos de las autoridades policiales del estado, quienes asignaron la investigación al Jefe de la Policía Secreta.
Una de las primeras estrategias se generó mediante una orden del capitán Núñez, Jefe de la Policía de Tránsito quien dispuso que todos los agentes se disfrazaran de particulares o civiles. De esta manera «…en forma sigilosa y con toda clase de precauciones» se distribuyeron en diferentes puntos de la ciudad, para detener al escurridizo delincuente.
Pasaron los meses y del Sádico acosador ni sus huellas. Aunque nunca dio muestras de ser violento, continuaba merodeando en diferentes barrios. Para las autoridades locales, el caso parecía imposible de resolver. El 21 de octubre de 1954 El Heraldo publicó a ocho columnas: «La Policía Incapaz de Capturar el Misterioso Maleante Perseguidor de Mujeres Indefensas» y refiere sobre su aparición en la Colonia Mainero. Se trataba de una dama de este sector, quien declaró que la madrugada anterior mientras se disponía a realizar sus labores hogareñas, el audaz individuo entró a su casa y trató de atacarla, pero alcanzó a salir a la calle en busca de auxilio.
Una de las vecinas de las que siempre permanecen vigilantes a lo que sucede, explicó: «…que la noche anterior lo vio pasar por ese lugar en varias ocasiones, observando que es un tipo alto, moreno, de pelo chino y que porta un overol a la usanza ferrocarrilero». Argumentó que mientras los gendarmes pernoctaban, las amas de casa temían encontrarse con él. Sobre todo quienes a las cuatro o cinco de la mañana llevaban el nixtamal al molino del barrio.
Ante la presión social, los guardianes del orden detuvieron a dos sospechosos, uno de ellos apodado El Pelón con antecedentes penales. Ambos fueron presentados, para que fueran reconocidos por las mujeres agraviadas. «Ahora sólo resta que las víctimas del Sádico pasen a la Policía Secreta y Comandancia de Policía para que digan mediante identificación si El Pelón y El Panadero es el Sádico buscado activamente por la policía».
Después de los clásicos interrogatorios en las mazmorras, al no presentar pruebas fueron dejados libres, aunque los agentes aseguraron que tenían «…una pista segura del Sádico y que de un momento a otro se lograría su captura». En el transcurso de las investigaciones detuvieron un indigente, perturbado de sus facultades mentales, pero fue dejado en libertad.
Aunque sin manifestaciones de violencia extrema en contra de sus víctimas, en agosto de 1955 el Sádico continuaba en sus actividades. Para entonces la Policía Secreta -a voces- y el comandante Torres, declararon a la prensa que definitivamente: «…consideraban que no existe tal maleante…pero que para satisfacción de la sociedad, continuaban realizando investigaciones a fondo». Más todavía, opinaron que todo era cuestión de la prensa amarillista, para que el periódico pudiera leerse…de lo contrario, nadie lo compraría».
Incluso, la noche del once de agosto ante una llamada anónima, la policía acudió a una residencia de la calle Ocampo 21 y 22. Como parte del protocolo, utilizaron potentes reflectores para encontrarlo, pero todo resultó inútil. Los residentes declararon «…que ellos no vieron a nadie, que sólo escucharon algunos ruidos pero que bien pudieron haber sido, unos gatos que andaban en el tejado».
El rumor de las fechorías del Sádico, se extendió por todos los rumbos de Victoria. Mientras algunos afirmaban haberlo visto, otros aseguraban que no era cierto y se apresuraron a desmentirlo ante las autoridades. «Yo no he visto ningún sádico, ni cosa que se le parezca». Un funcionario declaró con humor negro: «Para tranquilidad del pueblo, se desmiente de ser cierto de todo lo que ha dicho, ya que efectivamente ella no ha tenido el honor de conocer al famoso Sádico».
Ante la enorme popularidad que alcanzó en poco tiempo y el temor de ser capturado, el Sádico decidió terminar de tajo sus correrías nocturnas. Sin embargo, según las indagatorias surgieron ladrones domiciliarios que asumieron la identidad del célebre maniático, pero con otras intenciones. Entonces el jefe de la Policía Secreta lanzó una advertencia: «Para evitar la ola de allanamientos de moradas y otros desmanes cometidos a la sombra de la fantasía del Sádico, que no existe, obrará con energía contra todos aquellos individuos que sean sorprendidos en tales pasos. Cárcel y consignación a las autoridades competentes, alcanzará todo aquel que en lo sucesivo le haga al Sádico».