Tres años después de que el Monster Verse fuera inaugurado con la discutidísima película “Godzilla” de Gareth Edwards en el año 2014, “Kong: La Isla Calavera” (2017) daba un golpe sobre la mesa en sus primeros minutos, arrojando el macroproyecto de Warner Bros. a una tesitura excepcional: aún no había aparecido ningún bicho pero ya podíamos divertirnos gracias a la lucha encarnizada y caricaturizada que mantenían dos soldados.
En la sinopsis oficial de esta trama, “Godzilla” y “King Kong” son los dos Titanes más poderosos del planeta, y también dos enemigos encarnizados destinados a emprender algún día una lucha a muerte. Cuando el comportamiento de “Godzilla” se convierte en un peligro para la humanidad, la criatura de la Isla Calavera resulta ser la única capaz de detenerla, y plantarle cara mientras los humanos tratan de resolver un misterio oculto en el núcleo de la Tierra. La secuencia de apertura culminaba con la irrupción del simio, claro, pero más allá de eso era evidente que había buenas bases.
Que, contra todo pronóstico y sin que necesariamente nos importaran mucho, esta vez la presencia de los seres humanos no tenía por qué ser sinónimo de aguafiestas. Es algo que no llegó a convertirse en costumbre. No lo fue en “Godzilla: Rey de los monstruos” (donde sí, había más titanes, pero las personas eran en sintonía más irritantes), y tampoco lo ha sido en “Godzilla vs. Kong”, el esperado crossover que busca darle a la audiencia la dosis de placer desprejuiciado que debería venir aparejada con una película llamada “Godzilla vs. Kong”.
La pregunta fundamental que hay que plantearse es ¿si la película dirigida por Adam Wingard (dejando cada vez más atrás su ilustre pasado indie para sumergirse en el blockbuster despersonalizado) está a la altura del loable propósito que enuncia su concepción’. O, lo que es lo mismo, ¿si está a la altura de La Isla Calavera’ (2017). Lamentablemente no lo está, y esto se debe exclusivamente a vicios heredados. Sigue habiendo demasiados humanos incordiando, reclamando atención para sí mientras lanza chistes tímidos.
“Godzilla vs. Kong” presenta el agravante de que toda convicción en el ensamblado dramático (la misma que tenía la Godzilla fundacional, pesara a quien pesara) brilla por su ausencia: el filme no tiene confianza alguna en sus seres no digitales. De hecho, es consciente de que estos solo deben oficiar de artilugios para impulsar la trama hacia la siguiente ración de tollinas, algo que no sería de por sí malo si no lo intentara disimular con diálogos extenuantes y dubitativos.
Pareciera que “Godzilla vs. Kong” no se atreviera a ser simplemente “Godzilla vs. Kong”, como si ninguno de sus artífices estuviera seguro de que la simple explotación de su planteamiento es suficiente y quisieran paliarlo mediante un fallido vínculo emocional con el público. Lo que no quita que la película sea generosa, y que cuando no hay ningún humano desencadenando nuevas y desconcertantes subtramas todo rinda a las mil maravillas.
Los tortazos están donde tienen que estar (con una ejecución muy eficaz no tanto por el cumplidor CGI como por el equilibrio de sonido y montaje), la destrucción es la pertinente, y su confluencia depara una experiencia tan básica como hermosa para aquellos afortunados que puedan disfrutarla en pantalla grande. Es este un espectáculo que exige que escojas bando y te genera ganas de gritar como si estuvieras en una competición de lucha libre.
Segmentos como la batalla nocturna en Hong Kong o, sobre todo, los minutos en la Tierra Vacía, otorgan a “Godzilla vs. Kong” una distinción inesperada. Algo que redondea una obra tan incapaz de distanciarse de la mortecina franquicia que la ha alumbrado como de, en última instancia, sobreponerse a que su concepto es tan potente que si se lo monta mínimamente bien el público va a salir contentísimo. Y la película se lo monta bien, sin alardes, con un duelo de miradas entre sus combatientes titulares. A veces es tan sencillo como eso.
Mi ocho de calificación personal al filme que plantea, tal como lo indica su título, un escenario de enfrentamiento entre los dos icónicos monstruos, que está dado por una mitología que indica que bueno, se tienen que enfrentar. En el medio, la humanidad tratando de lidiar con esa colisión inminente, con una corporación haciendo sus propios planes (obviamente malévolos); científicos procurando encontrar una vía de contacto más armoniosa y evitar una catástrofe; agentes gubernamentales tratando de controlar la situación; y hasta un grupo de nerds intentando desentrañar y exponer la conspiración corporativa.
Todo eventualmente irá a desembocar en el choque de titanes que todos queremos ver, con un par de vueltas de tuerca incluidas. En las poco menos de dos horas de “Godzilla vs. Kong” pasan un montón de cosas que abarcan desde una batalla naval hasta un pasaje que parece sacado de un capítulo de Viaje al centro de la Tierra, de Julio Verne, que es claramente lo mejor de la película, el momento donde se deja llevar por la aventura y descubrimiento sin tantas condicionalidades.