Francisco Ramos Aguirre.-
Durante las pasadas centurias, Victoria se caracterizó por ser una ciudad donde frecuentemente se generaban incendios. Algunas conflagraciones, derivaron del tipo de materiales de construcción de las viviendas y edificios. Otra causa fue el uso de veladoras, lámparas de petróleo y fogones en las cocinas. Dicho contexto, ayudó a que numerosos, jacales de palma y residencias con techo de madera, fueran abrazadas fácilmente por las llamas hasta consumirlas.
Las quemazones se convirtieron en un problema de interés público, por tal motivo en agosto de 1861 el gobernador Modesto Ortiz, expidió una ley donde se autorizaba a cualquier ciudadano, replicar campanas del templo en caso de incendio. De cierto modo, para los pobladores de esta Capital combatir el fuego representaba un acto de heroísmo.
Al menos hasta la primera década del siglo XX, ante la carencia de una compañía de Bomberos, los vecinos se encargaban de combatir las llamas a cubetazos de agua del río San Marcos, la acequia del 17 y norias de los solares. Esta práctica solidaria, se consigna en uno de los primeros incendios documentados en la Capital tamaulipeca el 13 de abril de 1878, cuando el fuego destruyó parte de la vivienda de don Gabriel Arcos, enfrente de la plaza principal.
Afortunadamente el asunto no pasó a mayores, gracias a la voluntad de los parroquianos dispuestos a sofocar las llamas que: «…amenazaban tomar considerables proporciones y comunicarse a las casas cercanas, pero merced al gran número de personas que concurrieron al lugar del suceso, con el objeto de extinguir el fuego, se logró reducirlo…».
Según el periódico El Siglo XXI, otro dantesco siniestro se presentó en diciembre de 1892 en uno de los barrios más pobres de la localidad. Por desgracia las llamaradas arrasaron las casas de 18 familias. Una vez apagadas las cenizas, el coronal Manuel González auxilió a las víctimas con cincuenta pesos para que recuperaran parte de sus bienes. El 29 agosto de 1899, dice una escalofriante noticia del El Imparcial, hubo una quemazón en el centro Victoria, con pérdida total de varias casas. Ante estos acontecimientos, el gobernador Guadalupe Mainero comprendió que la única manera de combatirlos, era crear un Cuerpo de Bomberos con accesorios indispensables para: «…evitar esos siniestros que dejan en la miseria a muchas familias».
Otras enormes conflagraciones de esa época que pusieron en riesgo la vida de numerosos victorenses, se presentaron en la Plazuela de Los Arrieros (1880); comercio de los señores Terán; casa de la señora Rosa Aguirre (1883); residencia particular y parte de la catedral de Nuestra Señora del Refugio (1844); estación del ferrocarril, hotel y restaurante (1900) y Plaza del Mercado (1889) y (1902) que arrasó con la mayoría de las casillas de madera y algunos comercios aledaños.
Uno de los incendios más devastadores, sucedió una noche a finales de mayo de 1907 en la Hacienda Guadalupe, cercana a la Capital tamaulipeca propiedad de Manuel González hijo. Mientras los trabajadores dormían plácidamente, el fuego se extendió en un terreno de pastizales. Cuando se percataron del asunto, se había extendido varios kilómetros. El saldo ascendió a 400 reses muertas y tres mil cabezas ovejas tatemadas. Este y los descalabros financieros, fueron el preámbulo de una serie de problemas que desanimaron al hacendado.
Todo indica que probablemente la Capital tamaulipeca se mantuvo sin traga fuegos al menos las primeros décadas del siglo XX. La situación cambió en 1930 cuando se fundó el Cuerpo de Bomberos. Según lo consigna el artículo «Breve Historia de la Sección 19 de Nuestro Sindicato» Rafael Pérez Mendoza, miembro de la Unión de Empleados de Restaurantes de Victoria. Dicha referencia apareció en la revista Hoteleros del Sindicado Nacional de la Industria Gastronómica de la República Mexicana.
Entre otros datos menciona que durante una de las asambleas del gremio, los trabajadores acordaron aportar recursos y constituir la primera compañía de Bomberos de Victoria. Para ponerlo en actividad, adquirieron en 450 pesos un camión Dodge a Francisco Sánchez, una sirena, hachas, zapapicos, palas, tinas, sables, etc… «Este cuerpo prestó muchos servicios en diferentes incendios, que por desgracia se declararon en diferentes puntos de la Ciudad; el primer bautizo de fuego que recibió dicho cuerpo, fue ir a combatir un incendio en la sierra, calor que era sofocante en la Ciudad; en los ciclones que azotaron esta Ciudad en los meses de septiembre y julio de 1930 y 1933».
Aquellos bomberos tuvieron una enorme presencia, a pesar de carecer de experiencia y técnicas para desempeñar las peligrosas actividades del oficio. Sus primeros integrantes que en momentos difíciles cumplieron con su deber, fueron el: «Comandante Baldomero de la Cruz, sub-comandante Domingo Trejo. En resto del personal eran voluntarios pertenecientes a la Unión de Meseros con sede en la calle 16 y Juárez.» (Periódico El Heraldo de Victoria/marzo 23/1952). Otro de los comandantes fundadores del Heroico Cuerpo de Bomberos era Fidencio Rodríguez, empleado de un restaurante local.
Las condiciones del equipo, influyeron para que en diversas ocasiones no cumplieran eficientemente con su trabajo. En 1938 un incendio acabó con una casa pajiza y sus muebles, -13 Guerrero y Bravo-, propiedad de José Guadalupe Eguía. La policía responsabilizó a dos jóvenes de arrojar un cohete sobre el techo de palma. Dice El Gallito: «Los llamados bomberos que se distinguen por su carro recorriendo las calles de la ciudad, alarmando a los vecinos con la sirena que echan a funcionar sin motivo alguno… al concurrir al incendio quedaron en ridículo al llegar sin una gota de agua en el tanque».
El tres de junio 1941 el gobierno municipal inició el proceso de reorganización del Cuerpo de Bomberos. Ese día el comandante Guadalupe Juárez, nombró sub comandante a Benjamín Peña. Al mismo tiempo miembros de la sociedad civil opinaron que para evitar conflagraciones, era conveniente el retiro de casas de paja y madera. Además, determinaron acudir al comercio organizado local para adquirir mangueras y extinguidores para ofrecer servicio más eficiente.
Aunque con algunas carencias y equipo caduco, en 1946 los Bomberos quedaron formalmente constituidos. Esto se confirma a principios de enero de ese año, cuando sofocaron las llamaradas en el altar de la iglesia del Sagrado Corazón, ocasionadas por una vela que encendió el musgo del nacimiento navideño.
Ante la falta de recursos para cubrir sus necesidades básicas, el Cuerpo de Bomberos organizaba colectas, rifas, bailes y otras actividades entre la población. A principios de diciembre de 1950 se celebró un baile para allegarse recursos. Ese mismo año, antes de dejar el cargo el gobernador Raúl Gárate dijo: «Vamos a ver cuánto aporta el comercio de Victoria y cuánto el Ayuntamiento… Yo pongo la tercera parte.» Se refería a la adquisición de un carro bomba moderno, similar al de Mante y Matamoros con un costo de setenta y cinco mil pesos. Finalmente se adquirió otra unidad en Brownsville, Texas en 34 mil 500 pesos que además serviría para dotar de agua potable a las colonias.
No tardaría mucho en proyectarse la película El Bombero Atómico (1952), protagonizada por Cantinflas. Lo mismo el incendio que al siguiente año destruyó el edificio del Mercado Argüelles. Para entonces asociaciones civiles y empresarios organizaron el Patronato Pro-Bomberos encabezado por el doctor Daniel Galeana, quienes acudieron al gobernador Horacio Terán en busca de apoyo. Dos de la peticiones eran dotar de mejor equipo a los traga fuego y un presupuesto de mil pesos para el pago de un Comandante y cuatro auxiliares.
Vale decir que mientras el doctor Galeana se empeñaba en adquirir un equipo nuevo, argumentando que era mejor que ahorrarse unos pesos en la compra de un usado; el presidente municipal Fernando Montemayor insistía en negociar uno de medio uso que la Algodonera Figueroa de Matamoros tenía en venta. Sujetos a las decisiones de las autoridades, desde entonces el H. Cuerpo de Bomberos permanece en alerta para cualquier emergencia, relacionada con la protección civil de los victorenses.