diciembre 12, 2024
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julio 22, 2021 | 409 vistas

Francisco Ramos Aguirre.-

En 1882 los pobladores de la Capital tamaulipeca se quejaban sobre la carencia de alumbrado público. Por tal motivo debían: «…llevar una vela o linterna encendida por la noche, si no quieren contramatarse con los hoyancos que existen en las calles». En ese tiempo, las autoridades municipales dispusieron que las calles y callejones empedrados de la localidad se alumbraran con lámparas y faroles de petróleo y aceite.

La situación para los habitantes de la Ciudad de México no era muy distinta. Por esos días el periódico La Oposición Radical se refirió al tema: «Pues aquí ni envidia les tenemos, con la diferencia de estar algo más adelantados pues además de tener que salir con linternas y hachoes -leños con resina encendidos- por algunas calles de la ciudad, tenemos que hacer uso de salvavidas para el caso de algún naufragio».

Todo indica que el asunto de la modernidad, era un asunto preocupante para los victorenses. Un sacerdote -probablemente el obispo Eduardo Sánchez Camacho-, le achacaba gran parte del problema de mejoras materiales en la localidad al gobernador y general Rómulo Cuéllar, como dice La Patria de octubre de 1886: «¿Y qué dice? Pues dice que en esa ciudad que es Ciudad Victoria, no hay alumbrado público; dice que no hay policía…y dice otros díceres que decir no quiero».

Por fortuna, existía un hombre visionario y enamorado de Victoria que la salvó de las tinieblas. Se trataba de Manuel González, hijo del expresidente del mismo nombre. Aquel general, político, mujeriego y compadre de don Porfirio, propietario de docenas de haciendas. En marzo de 1900, el junior anunció desde los frescos jardines de la Hacienda de Tamatán que a más tardar en un mes: «Ciudad Victoria quedará iluminada con luz eléctrica…» y que él mismo se encargaría de dirigir las obras con un costo aproximado de cincuenta mil pesos.

Aunque en el fondo pretendía ser gobernador de Tamaulipas, González se convirtió en un auténtico benefactor de los cuerudos. Para ello, utilizó como estrategia política la construcción de algunas obras entre ellas, varios edificios de la Hacienda de Tamatán, dos líneas de tranvías urbanos, adquirió acciones para levantar el Teatro Juárez, construyó el puente sobre el río El Pilón y donó de ropa para los presidiarios.

En octubre de 1900 el Congreso del Estado, autorizó el contrato entre el Ayuntamiento de Victoria y el Teniente Coronel González para instalar la red eléctrica que algunos consideraron un «beneficio inestimable.» Para noviembre del novecientos ya se encontraba lista la maquinaria de Luz Eléctrica de Tamatán, cerca de las vías del ferrocarril. Imaginemos el entusiasmo de los habitantes, quienes por fin vieron resuelto el problema de transitar a ciegas o en la penumbra vaga por las calles, alcobas nupciales y otros rincones domésticos.

Finalmente, la inauguración de la luz eléctrica donde estuvo presente el gobernador Pedro Argüelles, se realizó el cinco de febrero de 1901 con motivo del aniversario de la Carta Magna de 1857. Para estar preparados sobre aquel acontecimiento, numerosos vecinos se dispusieron adquirir mil 700 focos incandescentes o bombillas: «…para el alumbrado particular de sus habitaciones». Por esos días, se dispuso que una de las farolas de fierro forjado sobrante de la construcción del recién estrenado Teatro Juárez, fuera colocada para iluminar la Plaza de Los Carreones.

La gratitud de los victorenses por la instalación del invento fue apoteótica, porque: «…la luz incandescente, mejora importantísima que embellece la ciudad»: (La Voz de México/1901/03/14). Por fin, el desarrollo de la Capital de Tamaulipas empezaba a notarse. En parte gracias al hijo del expresidente Manuel González, quien al mismo tiempo como hemos mencionado se preocupó de promover dos líneas de tranvías, el paseo recreativo de Tamatán, el uso del teléfono, la construcción del teatro y un puente sobre el río Pilón.

No solo los sitios públicos se beneficiaron con esta importante acción. Lo mismo sucedió con hogares, comercios y desde luego el Teatro Juárez recién inaugurado. Ya inmersos en la modernidad, en mayo del mismo año del inicio de la construcción de la planta. Para apoyar el proyecto, el Congreso del Estado aprobó la exención de contribuciones municipales y del Estado durante quince años al señor José Pier, representante: «… del Teniente Coronel D. Manuel González, por el capital que invierta en una empresa de ventiladores eléctricos». La idea del negocio, les vino como anillo al dedo, si consideramos que en la Capital tamaulipeca ganó fama de tener clima extremoso durante las estaciones de primavera y verano.

Parte de esa hazaña luminosa, se atribuye al obispo Ignacio Montes de Oca en referencia a un discurso de la niña Carmen Collado, con motivo de la distribución de premios del Colegio del Verbo Encarnado en junio de 1907, cuando reconoció: «Monseñor, la tradición me ha referido que vos fuísteis el primero en traer a Ciudad Victoria, las maravillas de la electricidad». Haya sido como haya sido, a través de justicia divina o voluntad humana, los habitantes de esta población norestense disfrutan desde entonces, uno de los inventos más útiles de la humanidad.

En noviembre de 1915, El Contemporáneo publicó la instalación de «…grandes y bonitos focos en las calles de Hidalgo y Juárez, y continuará haciéndolo en todas, así como en las plazas, parques y paseos». Para entonces, la planta de luz pertenecía a una empresa privada y constantemente operaba irregularmente, dejando sin servicio a los usuarios obligados a firmar un contrato anual, donde la compañía llevaba ventaja. De igual manera, se presentaban numerosas quejas y reclamos de suscriptores por cobros excesivos. El periódico Alba Roja, manifestó que para evitar los abusos, la administración de la luz debería estar a cargo del Gobierno del Estado. Lejos de estas buenas intenciones, en 1919 el gobernador Andrés Osuna envió una circular donde señala que los usuarios que no firmaran el contrato: «…se les retiraría el servicio el Primero de Mayo».

Uno de los primeros empleados de la planta de luz a principios del siglo XX, quien laboró en ella durante varias décadas fue Gregorio Ramos Lerma -hijo de Calixto Ramos y Victoriana Lerma-, originario de Tula de Tamaulipas (1886). Igual su hijo Pedro Ramos Ortiz, se registra como pionero de la electrificación en Victoria. Lo mismo sucedió con el resto de sus hijos y otras generaciones de la misma familia, quienes han laborado en la Comisión Federal de Electricidad.

Durante las primeras décadas de la pasada centuria, la población victorense oscilaba entre diez mil y 20 mil habitantes. El principal consumo de luz se realizaba en residencias donde existían recursos para disfrutar del beneficio que trajo la modernidad porfiriana. Aunque algunas ocasiones deficiente, la luz llegó a oficinas de los gobiernos municipal y estatal. Lo mismo sucedió con el establecimiento del alumbrado público en calles y plazas. También las haciendas, comercios y el Gran Teatro Juárez donde se ofrecían funciones nocturnas. Un buen número de hogares de escasos recursos, se iluminaban con velas y lámparas de petróleo, por lo cual eran comunes los incendios.

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