Esta reversión/secuela (más lo primero que lo segundo) que es “El Escuadrón Suicida” está gozando actualmente de un gran respaldo de la crítica mundial, que mayormente enfatiza cómo James Gunn ha logrado hacer confluir una amalgama de sensibilidades propias de su cine de forma armónica.
Pero lo cierto es que, aunque es cierto que ese conjunto de tonalidades está ahí, a la vista, la armonía solo existe de a ratos, en un filme que en buena medida sale beneficiado a partir de la comparación con su desastroso predecesor, que había dejado la vara muy baja por lo que las posibilidades de caer más eran casi imposibles, aunque claro que estaban ahí.
Convengamos que igual Gunn se enfrentaba a un desafío importante, aunque autoimpuesto: cuando Warner Bros le dio a elegir qué propiedad de DC quería abordar, él eligió esta, y encima con la garantía de carta libre para hacer lo que quisiera, sin condicionamientos del estudio. Sin embargo, “El Escuadrón Suicida” llega a un territorio donde ya varios han dejado su marca.
A eso había que sumarle la necesidad de diferenciarse rápidamente del “Escuadrón Suicida” de David Ayer, pero solo lo justo y necesario: de ahí que el arranque del filme sea casi en el medio de la acción, con la información volcada desde una perspectiva más corrosiva que canchera, apelando a referencias genéricas. Gunn busca, desde el primer minuto, decirnos que esto es diferente y que él no tiene ataduras.
Sin embargo, todo está mucho más calculado y condicionado de lo que quiere pretender. Lo que sí hay que reconocerle a “El Escuadrón Suicida” es que no exhibe dificultades para plantear su premisa, incluso a pesar de algunos jueguitos temporales un tanto innecesarios. El asunto es simple: hay un pequeño país donde, tras un golpe militar, ha asumido el poder una administración con sesgo antinorteamericano y en poder de un arma que podría ser letal.
Por eso se envía a un grupo de criminales en una misión encubierta a solucionar el problema, sin importar los costos. Ese conjunto de antihéroes, donde se destacan Harley Quinn, Bloodsport, Peacemaker, Ratcatcher 2 y Polka-Dot Man, además del Coronel Rick Flag, deberán encontrar la forma de trabajar en conjunto y complementarse frente a un escenario totalmente adverso. Al fin y al cabo, ese es el verdadero conflicto de fondo: unos marginados aprendiendo a confiar ellos.
La sangre y las tripas están, por todos lados, pero más como gesto que como un verdadero componente de la fisicidad que debería transmitir el relato. Algo parecido puede decirse de la comedia: los insultos y la escatología son instancias forzadas, más en función de dejarnos en claro que los personajes pueden puntear o decir cosas sin sentido que como elementos que ayudan a definir sus identidades. Y si bien es innegable que la película despliega unas cuantas ideas visuales interesantes, en muy pocas ocasiones hacen una totalidad armónica.
“El Escuadrón Suicida” dice muchas cosas, pero en varios pasajes se olvida de narrar y opta por un griterío un tanto insulso. Cuando Gunn se olvida de competir en cantidad de pirotecnia estética, genérica y narrativa con otros exponentes del cine reciente, para concentrarse en el pequeño relato que tiene para contar, la película crece donde corresponde, que es en el terreno de lo sensible y lo afectivo algo que contrasta por completo con la violencia antes mostrada.
En “El Escuadrón Suicida” hay una batalla constante entre la pose y la sinceridad, sin un ganador claro. La película de James Gunn es muy rompedora, pero no ha querido despegarse de esta tradición fílmica superheroica para los espectadores y cinéfilos fanáticos del universo DC cien por ciento disfrutones con lo mejor que fue ver su capacidad para reinventarse constantemente. Y con lo peor de que los malos/villanos siempre sean un cliché.
Mi 8 de calificación para esta cinta que, en su trama, la supersecreta y turbia Task Force X vuelve a reunir a los villanos más peligrosos de Belle Reve para una nueva visión en la remota isla de Corto Maltés. Allí, el Escuadrón se abre paso por una jungla repleta de adversarios militantes y fuerzas guerrilleras, con los tecnólogos gubernamentales de Amanda Waller rastreando cada uno de sus movimientos. Y como siempre, un movimiento en falso y están muertos.
Con un humor muy absurdo, carnicería para adultos, lágrimas de tiburón y James Gunn: por fin el despiporre con corazón que el Escuadrón Suicida merecía. Y es que a Gunn le gustan los granujas marginados, esos personajes de cómic estrambóticamente imperfectos, retorcidamente impredecibles, descaradamente humanos. No solo le gustan, sino que se le da de maravilla domarlos.
Ya lo ha hecho con otras cintas como “Guardianes de la Galaxia” y lo ha vuelto a hacer en “El Escuadrón Suicida”, rescatando a los dementes con causa de Amanda Waller. Con un arranque apoteósico al son de Folsom Prison Blues y People Who Died, Gunn te advierte: puedes jugar a vaticinar y presuponer todo lo que quieras, esta película viene a desmontar todas tus teorías y a enamorarte con la magia de lo absurdo.
Obviamente no es una película perfecta y pierde algo de fuelle en el tramo final, pero en honor a la verdad resulta sumamente entretenida, cachonda y emotiva; con una carnicería de sesos y desmembramientos que señala con el dedo a Estados Unidos, el subidón de redención que estos granujas incorregibles merecían. Esta reversión/secuela es una alegría para los ojos.