diciembre 14, 2024
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septiembre 7, 2021 | 146 vistas

La nueva versión del clásico de terror de los años 90’s es un filme al que no le cuesta generar climas, pero que por poco se ahoga en medio de la declamación y el subrayado. La crítica especializada, en particular la norteamericana, viene hablando maravillas de la nueva versión de “Candyman”, que en verdad es una secuela de aquella película de 1992 dirigido por el cineasta Bernard Rose, y que ignora lo sucedido en las anteriores secuelas.

No es una decisión desacertada, considerando que era poco lo que aquellas cintas aportaban al material original, pero lo cierto es que responde a una tendencia dominante en los últimos años, que es la de repensar a los grandes iconos del género a través de los discursos actuales. Como sucedió con el largometraje de “Halloween” en 2018, es posible advertir desde la misma elección del título la intención de reboot, aunque se presente como una continuación.

El nombre clave detrás de este proyecto cinematográfico, el que sirve para entender las intenciones y también los resultados, es el del actor, guionista, productor y director Jordan Peele. Comediante de trayectoria, en 2017 se estrenó como director con “¡Huye!”, a la que los críticos y los premios recibieron con brazos abiertos, encumbrando a Peele no solo como el futuro del cine de terror, sino también como la esperanza negra en Hollywood. Una especie de ángel salvador, y también vengador.

Por supuesto que Peele tomó el manto y continuó con producciones fílmicas que buscan indagar y combatir el racismo en Estados Unidos, ya sea dirigiendo porque estrenó su segunda cinta “Nosotros” en 2019, o escribiendo y produciendo, como es el caso de la serie televisiva “Lovecraft Country” y esta nueva “Candyman”, dirigida por Nia DaCosta. Lo cierto es que tanto “¡Huye!” como “Nosotros” eran películas más o menos efectivas, que tenían su cuota de trazo grueso y falta de matices, pero funcionaban a partir de su ritmo y sus ideas visuales, con una puesta en escena que en ocasiones lograba secuencias de auténtico terror.

En “Candyman” esa apuesta estética se redobla, pero sobre todo se redobla o triplica la apuesta discursiva, que es en el fondo la que le importa a Peele, y lo que queda es un filme mucho más confuso, trillado y vacío que lo que su superficie lustrosa pretende mostrar. La historia es la de Anthony McCoy (Yahya Abdul-Mateen II), un artista plástico con una crisis creativa que, luego de escuchar la historia de “Candyman” comienza a investigar y a obsesionarse con la popular leyenda urbana. Después de un encuentro con William Burke, el dueño de una lavandería experto en “Candyman”, Anthony empieza a experimentar cambios.

En su trabajo, con una oleada furiosa de inspiración que se lleva puesta su relación afectiva con Brianna (Teyonah Parris), y también en su cuerpo, con una picadura de abeja que va creciendo como una infección terrible. No es una novedad para el espectador que vio el tráiler: lo que le sucede a Anthony es una transformación paulatina en “Candyman”, algo que también se relaciona con su propio pasado y que no es difícil de adivinar, primero porque se apellida McCoy, y después porque la película lo da a entender desde el vamos. Un gancho, racismo, mártires y gentrificación, así lo ha revivido en este filme al asesino de los años 90 con una nueva generación que está descubriendo, y asustándose, con la leyenda de “Candyman” que ahora que ha llegado para presentar una historia que sigue al clásico del 92.

Hay que recordar que la película de 1992 dirigida por Bernard Rose y protagonizada por los actores Virgina Madsen y Tony Todd, está basada en un cuento escrito por el novelista y guionista Clive Barker titulado “The Forbidden”. La cinta nos presenta a Helen, una estudiante de semiótica en Chicago que investiga una leyenda urbana conocida como “Candyman”. Aquella solía ser una constante entre los habitantes de Cabini Green, un complejo de vivienda pública en Chicago.

Le doy un 8.5 de calificación porque aquí hay muchas buenas ideas, temáticas y visuales, dando vueltas en “Candyman”. Con una trama donde en un barrio residencial en la ciudad de Chicago que lleva desde mucho tiempo con una leyenda, solo un rumor, de que un asesino con un gancho anda suelto por el barrio y aparece si dices su nombre cinco veces. Anthony McCoy (Yahya Abdul-Mateen) y su novia Brianna Cartwright (Teyonah Parris) se mudan al barrio inconscientes de todo esto.

Se habla de la gentrificación de Cabrini Green, del rol de los artistas en ese proceso, del lugar que ocupan las minorías en el mundo de las galerías, de la función perezosa y determinante de los críticos. También se habla del racismo histórico en Estados Unidos, de la violencia institucional, de la brutalidad de los policías blancos. Se habla y nunca se deja de hablar, de enfatizar, de poner en palabras lo que un plano o dos podrían mostrar mejor. Y es curioso, porque DaCosta no pareciera tener problemas para crear imágenes.

Pero la convivencia entre los temas del guion, que nunca es armoniosa, sumado al trazo grosero con que se presentan muchas de las situaciones, termina por anular los aciertos visuales, como esas sombras chinescas para abordar episodios del pasado, o el uso notable del fuera de campo y de los espejos para ir construyendo la presencia de “Candyman”. Una presencia que, por otro lado, nunca llega a tener peso, y quizás sea ese el peor pecado de la película. En una vuelta arriesgada, pero derrotada por la manipulación, esta versión propone que el “Candyman” que conocemos no es el definitivo.

 

 

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