mayo 10, 2024
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septiembre 30, 2021 | 206 vistas

Francisco Ramos Aguirre.-

En cada traje, existe una obra de ingeniería plasmada por los sastres. Al rememorar la historia del vestido, encontraremos una relación estrecha con la elegancia y buen gusto para mostrarse atractivo y seductor. Cuando observamos fotos antiguas, llama la atención el uso cotidiano del traje entre la clase política y burócratas, quienes resaltan buenas costumbres, imagen, estilo y personalidad. En cierto modo gracias a esos atavíos, los caballeros podían aspirar a un mejor cargo laboral.

Definitivamente, los sastres desempeñaron un papel importante en este contexto, debiendo mantenerse actualizados en la tendencia de las modas. Aunque en aquellos tiempos existían métodos y manuales prácticos del arte de cortar sin maestro, los practicantes de este oficio, se iniciaron como aprendices en modestos talleres de la ciudad. En cambio, los grandes maestros del trazo y la tijera llegaron de París.   

Entre 1848-1854 operaban en Victoria cinco sastres, todos solteros: Ventura Reyes, Bruno y Sixto López de Nava, Juan Medina y Francisco Martínez suficientes para atender la demanda. Ejercer esta actividad, representaba una enseñanza permanente y enorme responsabilidad porque los clientes depositaban en sus manos la confianza, finos casimires y otros géneros de textiles para la hechura de trajes, corte de pantalones, remiendos, ojales, camisas y bastillas valencianas. Para crear una prenda de vestir a la medida, era necesaria la concentración, por ello los trabajadores de su gremio preferían laborar solitarios sin que nadie los distrajera. Por otra parte, el mejor momento para lucir un llamativo atuendo eran las bodas, quinceañeras, bailes, bautizos y graduaciones.

Durante mi infancia, raramente la familia solicitó los servicios de un sastre. Aunque existían de varias categorías y precios, quienes los contrataban gozaban de recursos económicos para adquirir casimires y pagar la confección de alguna prenda de vestir. Mi primer acercamiento a una sastrería, sucedió con mi tío Max Peña Ramos quien además de ejercer otros conocimientos era sastre en Anáhuac, Nuevo León. El entorno de su negocio lo conformaban máquinas de cocer, géneros, botones, tijeras, cintas métricas, dedales, agujas, planchas, hilos, ganchos, maniquíes y figurines.

Anteriormente, para ejercer la carrera de abogados y maestros era indispensable vestir de levita o traje. Los funcionarios de gobierno portaban trajes de finos casimires ingleses, en cambio en la actualidad presencia se desfiguró con camisas de algodón y logotipos bordados en serie. En los últimos años, poca gente acude a solicitar los servicios profesionales de los sastres. En este sentido, todo indica que es un trabajo en extinción, aunque todavía podemos encontrarlos en Victoria en plena actividad. Para algunos jóvenes, este oficio representa una evocación de tiempos y costumbres pasadas. Para colmo, los trajes se usan menos, los peluqueros fueron sustituidos por estilistas y los sastres por costureras, debido a los avances de la industria textil, alquiler de ropa y proliferación de maquiladoras textiles en todo el mundo.

¿Cómo era la mentalidad de los antiguos sastres? Aunque hubo revolucionarios que ejercieron este oficio como Benjamín Argumedo; algunos se distinguen por su carácter huraño, sencillos, pacientes, discretos, a veces depresivos y poco sociales. Las generaciones sobrevivientes de aquellos años, aún recuerdan las antiguas sastrerías donde sus familiares ordenaban su ropa, trajes de pantalones amplios, chalecos entallados, sacos de hombreras y botonadura cruzada. Los mejores consumidores de estas prendas eran los políticos, burócratas, comerciantes y hacendados. En cambio las clases bajas, obreros, campesinos y ferrocarrileros se conformaban con prendas de mezclilla y algodón, resistentes al trabajo rudo.

Las sastrerías eran espacios exclusivos para hombres, en cambio las mujeres acudían a las costureras a elaborar diseños para fiestas, bailes y ceremonias. Los primeros talleres se anunciaron en los periódicos El Alba Roja y El Contemporáneo del siglo pasado. Entre ellos Gilberto Rojas Tamez, socio de la Sociedad Alianza Obrera Progresista y experto en “… Trabajos de todas Clases, pues cuenta con empleados de los mejor.” Respecto al Club de Trajes y Sastrería E. Barocio de Monterrey, su representante en Victoria era Maclovio de la Fuente.

En 1912, desempeñaban el oficio más de 15 sastres en diferentes negocios de la localidad. El censo poblacional no especifica su lugar de origen, pero consigna el domicilio de residencia: Francisco Berlanga, José Jiménez, Federico Hernández, Alfredo Pérez, Lorenzo Hernández, Jesús Silva, Atilano Limón, Bardomiano Velarde, Rafael Peralta, Felipe Aguilar, Quirino Wisar y Guillermo Balboa. Algunos se agruparon en el Sindicato de Sastres y Similares en esta capital.

La mayoría de las sastrerías, estaban ubicadas en la calle Hidalgo del primer cuadro de la localidad, por ejemplo la Sastrería Badillo anunciada en el periódico El Duende. Como parte de la publicidad, su propietario Plutarco Badillo miembro de una familia de artesanos -Eulalio (zapatero) y Ascención (tablajero)- prometía satisfacer el gusto más exigente, ofreciendo trajes al alcance de todas las fortunas. Disponía servicio extra de limpieza y planchado de ropa, con recepción y entrega a domicilio. En 1928, destacaba la Sastrería Monterrey “…La Preferida de la Gente Chic.” -Nueve y Diez Hidalgo- del maestro Jesús de la Cerda, con lavado, planchado y desmanchado de ropa. En plena recesión económica, ofrecía trajes a la medida a 18 pesos: “A pesar de la crisis aguda porque estamos atravesando, proporciona a sus clientes las mejores comodidades para vestir.”

Inspirado en el verso: “Tinajero de los Sastres el Primero” la Sastrería Tinajero se anunciaba en el periódico El Gallito -1937-. En ese momento los Hermanos S. y José Tinajero M. gozaban de prestigio entre la clientela y numerosos amigos acudían a visitarlos en el Siete y Ocho Hidalgo. “El cortador de estilo” y moda era S. Tinajero garantía de originalidad, elegancia, distinción y satisfacción. Para complementar el atuendo, los hermanos vendían sombreros marca Noname Hats. En el 21 Mina del Barrio del Pitayal vivió Don Amado un sastre de cuerpo ganchudo, diseñador exclusivo del gobernador Magdaleno Aguilar Castillo.

Gracias a la enorme demanda, el gremio de costureros empezó a crecer y surgió la Sastrería La Elegancia en la planta baja del Hotel Victoria, uno de los centros de hospedaje más importante de la localidad. En 1945 su propietario Epifanio Jiménez Ruiz ofertaba casimires en colores de moda, especialidad en trajes a la medida y “…hechura perfecta de trajes, conforme a catálogo.”  En esa época se estableció la Sastrería y Tintorería Monterrey en la calle Juárez, con servicio incluyente para damas y caballeros con lavado de ropa fina.  El sastre Cedillo de “…los trajes finos y cortes geométricos a cómodos precios,” también tuvo su fama y calaveras literarias del Heraldo de Victoria en los años cincuenta. Otros no menos célebres fueron Arriaga, José Hernández y Efraín Gutiérrez originario de Galeana, Nuevo León.

Los sucesores de aquellas generaciones pioneras de célebres sastres, hicieron su aparición a partir de la década de los cuarenta de los cuales sobreviven pocos. José Velarde, Alfonso Torres (1936-2021) -recientemente fallecido/14 y 15 Guerrero-, Juan Guevara (Jaumave/1940) especialista en trajes, Roberto Saldaña -Once Morelos-, Diego C. Maldonado -Graduado en el Instituto Politécnico Internacional de México/Juárez 16- , José Márquez -Diez Hidalgo y Juárez-, José Dávila -Diez Hidalgo y Morelos-, Humberto Gallardo -15 y 16 Berriozábal-, El Barón Rojo -Nueve y Diez Juárez- y Fidencio Santiago -Morelos Nueve y Diez-.

Indudablemente los sastres de antaño le tomaron la medida a numerosos victorenses. Hablamos de un noble oficio donde la destreza, creatividad y diseño eran fundamentales para su trabajo. A diferencia de los peluqueros, una de las características de los sastres es la discreción y concentrarse exclusivamente en su trabajo. En resumidas cuentas, muy bien pueden definirse en un antiguo dicho: “El sastre corte y cosa, y no se meta en otra cosa.”

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