abril 26, 2024
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octubre 15, 2021 | 92 vistas

Francisco Ramos Aguirre.-

En junio de 1921, fue atropellado en la calle Hidalgo de esta capital el niño Raúl Jiménez hijo del tesorero del estado y alumno de la Escuela Municipal. El periódico Nueva Vida de Ciudad Victoria registró el accidente y al mismo tiempo, comenta sobre los problemas que originaban los automóviles en las calles por la carencia de un reglamento de tránsito, así como falta de respeto hacia los peatones. Desde la estación del ferrocarril, hasta el Mercado Argüelles se veían atravesar: “…en vertiginosa carrera, automóviles y coches que materialmente siembran el espanto entre los transeúntes, quienes temerosos de ser víctimas de un atentado pierden lastimosamente su tiempo sin atreverse muchas veces a pasar de una acera a otra.”

Debido a esas circunstancias, las autoridades municipales suspendieron el tráfico de automóviles en uno de los tramos de dicha avenida. Sin embargo, en junio del siguiente año, por disposiciones del presidente municipal Juan Antonio Flores y el inspector de tránsito se reactivó la vialidad: “Ha vuelto a reanudarse el tráfico que había sido suspendido algún tiempo a esta parte por la calle Hidalgo. Pudiendo tan solo con rumbo hacia el Poniente hasta la Plaza Juárez.” (La Raza/junio 18/1922).

LAS MERETRICES DE LA CALLE HIDALGO

A fin de calmar los ánimos ciudadanos, el cabildo victorense aprobó en julio de aquel año la elaboración de un Reglamento de Tránsito, donde se contemplaba evitar que los menores de edad, condujeran un vehículo automotriz. Mientras tanto el doctor Raúl Manautou comisionado de tráfico, para evitar percances viales propuso a los dueños de las unidades colocar focos o faros rojos en la parte trasera de los coches. El mismo funcionario hizo hincapié que los choferes, evitaran circular a exceso de velocidad. (Vidal Efrén Covián Martínez/ Ciudad Victoria en 1922).

En otro de los artículos, hace referencia a las meretrices que por aquellos tiempos, deambulaban sin control en las calles. El profesor Arturo Olivares propuso con energía moralizadora, propia de las buenas conciencias que las atrevidas féminas nocturnas deberían andar en coches cerrados: “…porque ha sido muy notable que el tránsito de mujeres por la calle principal en coche abierto, llamando la atención en público con su desenvoltura, y propone que les advierta a los cocheros que en lo sucesivo, al ser ocupados los coches por meretrices les cierren las cortinas…”    

Otro de los apartados, indica sobre el uso de placas de circulación para los automóviles pertenecientes al Republicano Ayuntamiento. Por tal motivo, dispone el ordenamiento de fabricar cuarenta juegos de láminas con valor de $2.05 cada uno. Respecto a los vehículos de funcionarios y empleados de gobierno, el profesor Olivares sugirió que los carros de los burócratas portaran placas especiales. Para ello, se ordenó fabricar nueve juegos con valor total de treinta y seis pesos.

Diputado Como Alma que Lleva el Diablo

Uno de los reporteros del periódico La Raza, reportó el siete de mayo de 1922 que el diputado tampiqueño, profesor Juan Gual Vidal presidente del Congreso Constituyente de Tamaulipas, transitaba raudo y veloz en su automóvil Ford por la calle Hidalgo de la capital tamaulipeca: “…como alma que llevaba el diablo…el que dada la velocidad que llevaba solo se pudo ver por pudo milagro, dejando boquiabiertas a las personas que transitaban por la antes dicha calle.” Sin que existiera un reglamento de tráfico, el legislador -asesinado presuntamente por órdenes de Emilio Portes Gil- se paseaba haciendo alarde del fuero legislativo. Por si fuera poco, en esas fechas se acusó a dos subordinados del general Sidronio Rodríguez, quienes a bordo de un coche escandalizaban y disparaban sus armas en vía pública.

NO SALPIQUEN LODO

Definitivamente, la presencia de vehículos representó un problema que complicaba su tranquilidad y vida cotidiana victorense. En febrero de 1923 el periodista Francisco Arreola Rosales, envió un mensaje al Inspector de Tráfico donde menciona las medidas necesarias para meter en cintura a los señores: “…chauffers y cocheros que transitan por la mejor de nuestras avenidas, tomen las precauciones debidas a fin de que no nos bañen de lodo y agua; pues con motivo de las lluvias que han venido cayendo durante toda la semana, los transeúntes que tenemos la desgracia de caminar por la avenida principal, somos víctimas de los chauffers y cocheros que sin miramiento alguno caminan a gran velocidad y que tanto a los peatones como a las fachadas de las casas, salpican de lodo…” (La Raza/febrero/1923).

Aunque se antoja increíble, durante la década de los treinta el tráfico urbano de automóviles se convirtió en un problema para las autoridades municipales. De igual manera, la velocidad y falta de pericia de los choferes derivó en accidentes en la zona centro de la ciudad. Uno de ellos sucedió al mediodía del once marzo de 1933, cuando dos camiones se impactaron en las calles Hidalgo y Tamaulipas (16). Como era de esperarse la “terrible” noticia se ventiló en primera plana del periódico El Gallito: “…el auto camión y repartidor de sodas de La Nacional que manejaba el chofer Francisco Cuevas, dio terrible choque al camión de pasajeros manejado por el chofer Sabino García que lo volcó completamente quedando debajo el chofer, quien afortunadamente sólo resultó con lesiones leves”. Para entonces, el gobernador Rafael Villarreal había nombrado a Zeferino Romero, Inspector General de Tráfico en el Estado.

Con la vigencia del reglamento de tráfico, aparecieron también situaciones de tráfico de influencias. Principalmente entre políticos y militares, quienes alardeaban su poder. El cronista Efrén Covián, menciona el singular caso del General Alberto Cabañas, quien se opuso a transitar en una sola dirección por la calle Hidalgo como lo estipulaba el código en uno de los artículos. Para no generar conflictos entre civiles y militares, los regidores accedieron a la petición del comandante solicitándole que portara una bandera blanca en el exterior del vehículo. Bajo el amparo de sus méritos revolucionarios, el jefe militar se rehusó a esa medida solicitándole al inspector de tráfico José A. Espinoza la misma concesión para que transitaran libremente su hermano, José Sierra Gavañac y Francisco Perdomo Mayor de Órdenes de esta Plaza.

Detalles como el anterior, eran comunes en una modesta capital opuesta al avance de la modernidad. A pesar de la resistencia al cambio, al paso de los años la presencia de vehículos terminó por desplazar definitivamente los coches y carretones de tracción animal. Lo mismo sucedió con los arrieros quienes llegaban con mercancías al mercado, después de recorrer las veredas de la Sierra Madre. Risueña, hospitalaria, agradable y aislada durante muchos años debido a la ausencia de carreteras modernas, Ciudad Victoria superó esa etapa y terminó convirtiéndose en una población de enorme intensidad vial, donde los baches se convirtieron en uno de los problemas a resolver. Mientras tanto, miles de autos continúan su marcha. Lo mismo han aumentado las agencias automotrices, lotes de autos usados y la venta de vehículos “chocolates” procedentes de Estados Unidos.

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