Shalma Castillo.-
C R Ó N I C A
Jueves tres de octubre, Reynosa, Tamaulipas. Día soleado y bochornoso, los 34 grados se sienten en el aire, pero este grupo de niños de entre cuatro a 12 años que juegan a la pelota en una enorme cancha, ni lo siente, o al no tener otra cosa qué hacer, no les queda más que entretenerse con lo que tienen a su alcance.
Se respira un olor fuerte y desagradable, a caño. Justo a un lado de Senda de Vida, casa para migrantes, se ubica un canal donde desemboca el drenaje. Pero el olor, tampoco lo perciben, o al parecer, ya se acostumbraron.
Al ver gente nueva y como dicen “sin finta de migrantes”, se acercan unos cuantos de curiosos, para cuestionar quiénes somos.
Mientras mi compañero saca la cámara y empieza a retratar el lugar, los niños nos dan un tour por el refugio.
Entramos al comedor y platican que ahí es donde comen, y que por las mañanas ese lugar se convierte en escuela.
Cuartos y más cuartos, donde hay literas y colchones en el piso. En la azotea se encuentra la cancha sintética de futbol, ahí, hay alrededor de 30 casas de campaña que se convierten en dormitorios.
Para que los intensos rayos del sol no peguen directo, los palos de madera sostienen lonas y sabanas en forma de carpas para protegerse de la lluvia y del intenso calor.
Los niños comienzan a platicar; dicen sus nombres, de dónde son y con quiénes vienen.
QUIEREN ESTUDIAR
El deseo de Oxan, hondureño de 14 años, es estudiar derecho en Estados Unidos para ser abogado y tener un futuro mejor.
– “Por un futuro mejor para ayudar a mi familia, en Honduras se quedó mi papá y mis hermanos, uno tiene 30, otra 24 y el otro, 21 años. Nos íbamos a venir cuando terminara segundo de secundaria, pero no, mi mami trabajó y nos venimos. Me gusta arreglar casos, que cuando una persona está en problemas, él le ayuda”
Entre esos niños que corren detrás de la pelota, está Mauricio. Él es delgado, de aproximadamente un metro 20 centímetros de altura, piel morena y acento salvadoreño. Al salir de su casa su mamá le dice que van a la playa, y a unos cuantos días de haber iniciado la travesía del viaje, se entera que en realidad, su destino es Estados Unidos.
– “Dormido me trajeron, no había sentido nada y mi mamá me mintió que veníamos pa’ la playa. Y cuando cruzábamos el río le decía ¿dónde esta la playa?, pensaba que veníamos para la playa y ahí cuando estábamos en migración me estaba contando que íbamos a Estados Unidos, me contó llorando y le dije, bueno mami, pero ya no llores”.
Al ritmo de salsa, en el patio del albergue varios migrantes adultos están realizando trabajos de soldadura, suben el volumen de la música y Mauricio, se acerca a mi oído para que no me pierda absolutamente nada de lo que está platicando.
LA CAMPANA
De pronto, suena una campana, así como en la escuela cuando anuncian el recreo. “La comida, gritan los niños”.
El comedor parece de restaurante, con mesas rectangulares y bancos redondos fijos. Los tres abanicos del techo y las dos ventanas grandes y rectangulares, no minimizan el calor.
Roger, un hombre alto, musculoso, cabeza calva y ojos verdes, me ofrece un plato de comida, – “hoy va a probar comida cubana”.
En una charola con divisiones, hay arroz revuelto con frijoles negros, en otra, atún con elote, pero no es un simple arroz y atún, tienen un sazón diferente.
“Usted va a lavar su plato”, dice Mauricio, “aquí cada quien lava el plato en el que come”.
Volvemos a salir al patio, nos sentamos en una barra de metal sostenido por dos bloques de piedra y simula una banca. Se siente menos calor, o después del encierro en el comedor, el aire fluye un poco más.
Con Isis y Diego, jugamos a las cartas de preguntas y respuestas.
Isis, tiene 13 años, es de Honduras, le encanta leer y la música.
– “¿Lo que más me gusta hacer?; es cantar, bailar, ayer estuvimos bailando todo el día, cantar, bailar, dibujar, estudiar y leer libros, libros de literatura, y nadar e ir en bicicleta”. ¿Qué me gusta de México?, me gusta todo. ¿Qué no me gusta de México?, la discriminación. Por la raza, por el color, por el acento, por un montón de cosas, por las costumbres”.
EXTRAÑAN LA TIERRA
Diego, es de El Salvador, tiene 12 años.
– “Me gusta jugar damas chinas, estar con mis amigos, jugar futbol, lo que más me gusta hacer también es pasar tiempo en la computadora, hacer imágenes, GIF y vídeos”.
Isis, describe el lugar donde vivía. Dice que lo extraña y le gustaría volver.
– “Honduras, tiene montañas, valles, bastantes flores, está bien desarrollado, está bien bonito, yo no me quería ir. El lugar donde vivía, había dos lagos, el primero se llama el lago de Yojoa que no era artificial, sino, natural y el lago del Cajón que ese sí era artificial, o sea, hecho por la mano del hombre”.
– “¿Que qué quisiera ser de grande?, quiero ser pediatra, la que cuida a los niños, o maestra, cualquiera de las dos.
Aunque el propósito es el mismo, ambos tienen una visión distinta al imaginar cómo es Estados Unidos.
– “¿Cómo te imaginas Estados Unidos?, me lo imagino con nieve, me imagino con pisto (dinero), con casas de lujo, las playas son celestes, que no hay basura allá, como hay en El Salvador, ¡ahh bonito!”, dice Diego.
– Estados Unidos lo imagino con nieve, pero no me lo imagino con dinero, porque el dinero se gana trabajando, ¡niño! – le responde Isis a Diego, no te va a caer del cielo… nieve, varios edificios, me imagino a todos los artistas ahí y me imagino a Donald Trump”.
Mientras que los más pequeños, Sebastian, Mauricio y Kenia, dicen, “Mira ven, ven, desde acá se ve Estados Unidos”. Subimos a la azotea, donde se encuentra una pequeña cancha sintética de futbol que está cubierta de casas de campaña y una reja divide el otro terreno, trepan los barandales y apuntan, “mira allá, aquello que se ve, ¿lo ves?, es Estados Unidos, y también se ve el Río Bravo”.
A ellos, por ahora, no les queda de otra, que subir a los barrotes de metal y estirar su cabeza para ver el país al que desean llegar.