mayo 10, 2024
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diciembre 21, 2021 | 108 vistas

Para cada héroe hay una tragedia esperándolo y el cine de Steven Spielberg está repleto de héroes eminentemente trágicos en diferentes niveles, porque uno contempla a los protagonistas de filmes tan disímiles, en donde se les ve marcados por la pérdida, el abandono, las ausencias prematuras, el aislamiento, incluso la muerte y/o el sacrificio.

En esa vertiente haya quizás que pensar a su remake de “Amor sin Barreras”, y no tanto desde su abordaje sobre cuestiones raciales e inmigratorias, o la fascinación específica con el musical original de 1961 ganador de diez premios Oscar. Eso no implica que no haya un interés político ni una necesidad de agregar nuevas lecturas a un clásico que ya de por sí era una relectura de “Romeo y Julieta”, de William Shakespeare.

Sin embargo, antes que nada, el “Amor sin Barreras” de Spielberg es un filme atravesado por lo heroico, porque encima no hay un solo héroe, sino dos: Tony (Ansel Elgort) y Maria (Rachel Zegler), que pertenecen a comunidades rivales, pero se enamoran a primera vista y para siempre en la ciudad de Nueva York del año 1957. El de ellos es un heroísmo romántico, no solo por el amor fulgurante que los une, sino también porque va a contramano de sus contextos, sus posibilidades y caminos.

Y también porque es trágicamente sacrificial, destinado a extinguirse a partir de todos los cambios que genera. Pero “Amor sin Barreras” es también una película donde Spielberg lleva al extremo esa obsesión temática de casi toda su filmografía, que es la ausencia de figuras paternas. Acá, tanto los Jets como los Sharks, que rivalizan desde sus orígenes y sentidos de pertenencia, son pandillas que recuerdan a los Niños Perdidos de Peter Pan y Wendy; niños grandes y crecidos, pero también huérfanos, educados en las calles.

La única figura de autoridad consistente es Valentina (Rita Moreno), la dueña de la tienda donde trabaja Tony, aunque no deja de ser una madre postiza, además de una outsider a la que también se ve como alguien que ha ido contra el orden establecido. El resto de los lazos maternos o paternales son improvisados y/o cuestionados, mientras que los representantes de ley son despreciables o ridiculizados. De ahí que la educación o aprendizaje de los protagonistas solo pueda darse desde la violencia o el enamoramiento extremos.

Claro que Spielberg vuelve a mostrar que su mayor fortaleza puede ser también su mayor debilidad: casi nadie puede filmar el movimiento como él y, por ende, le cuesta detenerse, pensar y hablar con total fluidez. Por eso quizás la primera mitad de “Amor sin barreras” es muy sólida a partir de cómo construye los conflictos desde la corporalidad, las miradas y el montaje en los planos, pero su segunda parte flaquea bastante al momento de las definiciones a partir de los diálogos y canciones. Los personajes no llegan a tener la suficiente entidad y son más símbolos que seres realmente completos.

¿Es “Amor sin Barreras” una decepción? Sí y no. En parte lo es porque no llega a ser la película que amaga con ser al comienzo, como si su realizador no llegara a apropiarse por completo de la historia que quiso contar. Pero tal vez no tanto, porque Spielberg nos vuelve a confirmar que es un cineasta único, alguien que muchas veces no necesita hablar en voz alta para construir un discurso sólido, porque la enorme sabiduría de sus imágenes lo dicen todo. Y porque, una vez más, vuelve a tomar riesgos.

Filmar un musical no es para cualquiera, pero el niño Steven nos muestra en varios pasajes que conoce el ritmo y sabe elegir la melodía justa. Spielberg lleva al extremo su habitual paradigma del heroísmo trágico, aunque en esta cinta remake no llegue a hilvanar con total fluidez sus habituales obsesiones. La primera versión de “Amor sin Barreras” se estrenó en el año de 1961 y fue un apabullante éxito de taquilla, pero en el escenario fílmico contemporáneo es imposible que la nueva versión dirigida por Spielberg sea acogida con el mismo entusiasmo.

Porque estamos en una época en la que cualquier cinta adulta del cine mainstream hollywoodense es tratada como si fuera cine de arte, mientras que el auténtico cine de arte está convertido en una suerte de excéntrico pasatiempo de un fragmento muy pequeño de la población cinéfila. En otras palabras, el impacto taquillero que en algún momento tuvieron ciertos autores fílmicos, tanto europeos como hollywoodenses, es ya cosa del pasado. Y es una pena, porque la nueva versión de “Amor sin Barreras” es una película mucho más propositiva que fue la original.

Mi 8.5 de calificación a esta producción fílmica, que dirigida por Steven Spielberg, un cineasta más dinámico e inventivo de lo que fue Robert Wise, artesano competente y profesional cuya filmografía fue mucho más valiosa en sus primeros años, cuando dirigió algunas sólidas cintas de género, como “Maldición Legendaria”, “El Profanador de Tumbas” y “El Día que Paralizaron la Tierra”, así como algunos buenos dramas, como “La Mujer que no Quería Morir”, que le dio un Oscar a la actriz Susan Hayward.

Aunque Wise había sido nominado al Oscar en 1942 por la edición de “Ciudadano Kane” y su primer trabajo como director, aunque sin crédito, había sido encargarse de volver a filmar algunas escenas de “Soberbia”, la obra mayor mutilada del mismo Welles, la realidad es que Wise empezó a ganar cierto prestigio en la industria en los años 50, cuando algunas de sus películas empezaron a recibir nominaciones al Oscar, al mismo tiempo que obtenían buenos dividendos en taquilla.

Wise se convirtió, pues, en uno de tantos cineastas “importantes” del mainstream hollywoodense: sin ser nunca un autor ni en la forma ni en el estilo ni en su ecléctica selección de temas, lo cierto es que era un director muy confiable. Con un buen guión a la mano y un reparto y equipo técnico adecuados, era seguro que podía entregar a tiempo y sin problemas una película atractiva que la gente quisiera ver y que, además, podía resultar muy premiada. En este sentido, “Amor sin Barreras” es la película emblemática de Wise y de un tipo de cine ya extinto en Hollywood.

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