El nuevo filme de un director como el realizador de origen alemán Roland Emmerich lo muestra algo alejado de su mejor nivel cinematográfico, aunque todavía es capaz de conseguir algunas imágenes impactantes y abrazar con fervor el ridículo.
Posiblemente a partir del insólito éxito taquillero mundial del filme “El Día de la Independencia” (1996), Roland Emmerich se convenció de que estaba destinado a ser el rey del cine de desastre hollywoodense. Para eso hay que tener un gran ego, algo que al realizador le sobra, si tomamos en cuenta sus declaraciones en diversas entrevistas.
Además, se necesita vocación creativa y cierta devoción por el género, y también algo de eso ha mostrado Emmerich, aunque con numerosos altibajos. Es que “El día después de mañana” (2004) tiene un relato sólido y eficaz; “El ataque a la Casa Blanca” (2013) es una disfrutable; y la primera hora de “2012” funciona casi a la perfección.
Por el contrario, “Godzilla” (1998) es por momentos inmirable; la segunda mitad de “2012” (2009) y “Midway” (2018) exhiben unos cuantos problemas; y mejor ni hablar de “Día de la Independencia: contraataque” (2016), esa secuela tardía e indefendible. Contra viento y marea sigue adelante Emmerich con su propósito en la vida, y entonces nos trae “Moonfall”, que presenta una premisa tan sencilla como compleja.
Una misteriosa fuerza saca a la Luna de su órbita alrededor de la Tierra, con lo que la pone en curso de colisión contra nuestro planeta y rumbo a acabar con toda la vida existente; es sencilla porque a lo que vamos es a ver imágenes que nos muestren qué pasaría si nuestro satélite empezara a acercarse demasiado, y compleja porque el realizador monta toda una trama repleta de conspiraciones y mitología alienígena.
Esta teoría solo podría ser enunciada por un freak como el interpretado por John Bradley, en un rol que parece hecho a su medida. Él, junto a dos astronautas interpretados por los competentes actores Halle Berry y Patrick Wilson, serán los improvisados encargados de llevar adelante una misión aún más disparatada para salvar al planeta, que afronta catástrofes de cada vez mayor escala.
Así, “Moonfall” arma un relato que luce como un cruce entre esa ciencia ficción inflamada e inflada de “Día de la Independencia” y la del escenario catastrófico estilo “El día después del mañana” (2004). El problema es que a Emmerich le cuesta bastante más encontrar el ritmo apropiado para disponer de forma mínimamente ordenada todos los elementos narrativos. Por eso es que solo en contadas ocasiones encuentra la dinámica apropiada.
Hay algunos personajes directamente anémicos, sin sustancia alguna y con interpretaciones que rozan lo paupérrimo, como el del hijo de Wilson y el ex esposo de Berry, que encima tienen espacios importantes dentro de la subtrama familiar y territorial que va en paralelo a la misión a la Luna. Porque el gran problema de “Moonfall”, es precisamente que es una película fuera completamente de tiempo y de lugar, que parece haber nacido ya inerte.
Hay una escena en la que se hace un guiño/broma a los Jonas Brothers que basta para demostrar lo mal que ha envejecido ya. No hay aquí un sustento científico sobre el que sostenerse, con un agujero de guion absurdo con el que reírse o algún tipo de comentario original o remotamente novedoso como el que propusiera el cineasta Adam McKay en su aclamada y formidable comedia/satira “No miren arriba” (2021) que puede verse en Netflix, y además está nominada al Oscar.
Mi 7.5 de calificación a esta cinta porque sí hay que reconocerle a Emmerich que, cuando se esfuerza, es capaz de llevar a su concreción ese componente esencial del cine catástrofe y de desastres, que son las imágenes impactantes a partir de sus marcos de destrucción a todo nivel. Ahí tenemos un puñado de escenas donde la Luna se convierte en un objeto tan bello como atemorizante, capturando la atención del espectador.
Con la historia tras sufrir un extraño incidente en una misión de reconocimiento, los astronautas Jo Fowler (Halle Berry) y Brian Harper (Patrick Wilson) son relevados de sus puestos. Pero cuando años después la luna cambia su órbita y parece precipitarse sobre la Tierra, un teórico conspiracionista (John Bradley) los volverá a unir para intentar averiguar qué le sucede a la Luna y de paso salvar la Tierra.
El destino ha querido que en apenas mes y medio hayan coincidido dos películas apocalípticas como son “No mires arriba” y “Moonfall”. Cada una desde ángulos completamente distintos, ambas cintas gozaban de una espada de doble filo llamada pandemia: el hecho de estar viviendo un particular apocalipsis lo ha hecho todo más cercano, pero también ha provocado que la incredulidad llegue a su cota más alta.