Esta adaptación cinematográfica del famoso videojuego intenta revitalizar al género fílmico de aventuras y acción, pero no tiene claras todas sus herramientas y casi falla en sus ambiciones. Hay un puñado de géneros que en las últimas décadas Hollywood tiene bastante abandonados, aunque de vez en cuando intente resucitarlos.
Uno de ellos es el de aventuras, que suele presentar mundos y personajes que muchas veces chocan contra la pulsión contemporánea por el CGI. “Uncharted: fuera del mapa” es un nuevo intento por revitalizar el género y sus esfuerzos son innegables, pero también sus fallas. Hay un par de cuestiones llamativas en el filme del director Ruben Fleischer.
La primera es que se apoye en una saga de videojuegos que ya desplegaba unas cuantas referencias cinematográficas, como la famosa saga de Indiana Jones. Es cierto que había un mundo de personajes y situaciones por explorar para trasladar el espíritu lúdico a la pantalla grande, pero también que la escasez de ideas originales generaba la necesidad de acudir a materiales que en verdad eran reversiones de paradigmas ya establecidos.
La segunda es que, a pesar del tiempo de desarrollo del proyecto con más de una década, con diferentes directores vinculados a la producción, como David O. Russell y Shawn Levy, la trama muestra muchos cabos sueltos. Quizás haya tenido que ver en parte porque, si bien Mark Wahlberg iba a estar a cargo del protagónico, finalmente este haya quedado a cargo de Tom Holland, lo que implicó una reconfiguración de la narración.
Así, “Uncharted: fuera del mapa” se construye en buena medida como una precuela o filme de origen, mostrando a un joven Nathan Drake (Holland) y sus comienzos como buscador de tesoros junto a su mentor y compañero Victor Sullivan (Wahlberg). El relato se estructura entonces alrededor de la búsqueda de un enorme cargamento de oro escondido por Fernando de Magallanes y su tripulación hace cientos de años, luego de su famosa expedición que buscó dar la vuelta al mundo.
Aunque claro, no son los únicos en busca de ese tesoro: también trata de encontrarlo Santiago Moncada (Antonio Banderas), descendiente de la familia que financió el viaje de Magallanes, que tiene bajo su mando a un grupo de mercenarios cuya líder tiene varias cuentas pendientes con Sullivan. La búsqueda tendrá, obviamente, una diversidad de obstáculos, entre los cuales están las posibles traiciones entre aliados improvisados y un conjunto de enigmas, pero también pistas relacionadas con el pasado de Drake.
Lo mejor: la divertida química que se establece entre Tom Holland y Mark Wahlberg. Lo peor: que los guiños al videojuego de sus escenas tras los créditos no se entienden más allá de éste. Con esa evidente deuda hacia Indiana Jones a quien se cita expresamente o al Nicolas Cage de “La búsqueda” del cineasta Jon Turteltaub, otro director orgulloso de ser un artesano y no un autor, y un rechazo evidente y agradecido a las Lara Croft, “Uncharted” realmente es una historieta de Tintin.
Mi 8 de calificación a esta producción fílmica que si bien es cierto que, sin descollar, “Uncharted: fuera del mapa” tiene un conjunto de escenas de acción bastante divertidas. No solo la publicitada caída desde un avión (con una dosis de vértigo que se impone al CGI), sino también una extensa recorrida por las calles y catacumbas de Barcelona en medio de trampas y pasadizos secretos, y una persecución final donde los barcos y helicópteros se unen de formas inesperadas. Allí la narración va de la mano del movimiento y la película fluye sin demasiados inconvenientes.
Sin embargo, hay un problema grande que el filme no puede resolver, que es la configuración de sus personajes: si el Drake de Holland es un muchacho simpático, pero que debe explicar todos sus conflictos sentimentales y morales; el Sullivan de Wahlberg quiere construir simpatía desde el cinismo, pero luce algo demasiado forzado. Pero lo peor viene por el lado de los secundarios.
Las decisiones que se toman con los personajes de Moncada y Chloe Frazer (Sophia Ali) son bastante incomprensibles y los convierte en meras piezas del guion. Esa dificultad insuperable que tiene “Uncharted: fuera del mapa” para construir personajes atractivos, algo en lo que eran exitosas sagas como “Jumanji” y “La leyenda del tesoro perdido”, la condenan a una medianía entre inofensiva e intrascendente.
Y si la película se preocupa en demasía por dejar todas las puertas abiertas para la construcción de una franquicia, no despeja las dudas sobre cómo hará para aplicar todas, no solo algunas, las reglas básicas del género en las posibles futuras entregas. En su mejor momento, al menos en cuanto a la taquilla se refiere lo más reciente de Tom Holland, la adaptación de los videojuegos de “Uncharted”, ha sido la más taquillera en los cines norteamericanos.
Hay que decir que “Uncharted” no decepcionará tampoco a los que han pasado horas o días ante una PlayStation y las dos escenas post créditos son para ellos en ese sentido un regalo, pero eso no es lo que los guionistas y un Ruben Fleischer cada vez más cómodo como artesano consideran su objetivo principal. Una aventura como las de antes, pero filmada en un mundo que ya es algo sin lugares secretos, destinos exóticos y botines de conquistadores esperando ser descubiertos.
Esta es una película de aventuras como las de antes en un cine actual que ha sacrificado la capacidad de sorpresa por la aparatosidad de sus secuencias, ilustraciones aisladas sin ningún tipo de misterio. “Uncharted” consigue devolvernos bastante de ese misterio, esa sensación de que bajo tu ciudad ni más ni menos que Barcelona hay cámaras secretas, mapas en relieve, catacumbas, fuentes-trampa e iglesias con enigmas.
No es algo nuevo, por supuesto ya que la sombra de “Indiana Jones y la última cruzada” es alargada (1989), pero sí lo es la energía con la que la película nos hace creer en el oro de Magallanes y de su tripulación. Energía que no decae nunca en sus más espectaculares set pieces, la aérea y la de los helicópteros y los galeones, donde Fleischer homenajea a uno de sus referentes de culto: la cinta “Remo, desarmado y peligroso” (Guy Hamilton, 1985) solo por mencionar algunos ejemplos.