La nueva película del superhéroe Hombre Murciélago se presenta como un gran espectáculo cinematográfico, aunque no logre ser mucho más que un policial apenas bastante correcto. Las películas-evento como “The Batman” suelen mostrar la facilidad con la que buena parte de la crítica cae en lugares comunes al momento de hacer análisis, que terminan siendo muy generosos en la calificación y hasta casi perezosos.
Un par de ejemplos ilustrativos: describir y al mismo tiempo elogiar con el adjetivo al filme como “muy oscuro”, como si eso fuera una virtud en sí misma y pasando por alto que el Hombre Murciélago es un personaje casi inevitablemente oscuro; o afirmar que estamos ante “la mejor película de Batman desde El caballero de la noche (2008)”, como si fuera tan difícil superar a “El caballero de la noche asciende” (2012), el bodoque de “Batman vs Superman: el origen de la justicia” (2016) y la casi fallida “Liga de la Justicia” (2017).
En la sinopsis oficial de la trama, tras dos años de lucha contra el crimen, Bruce Wayne empieza a cuestionarse si sus aventuras están perjudicando a Gotham City. La aparición de un asesino en serie apodado Enigma, le hará enfrentarse a sus dudas, y también a los secretos de su familia. Pero en mi opinión personal, el lugar común más interesante (valga la contradicción) surgió a partir de declaraciones del propio realizador de la película, el cineasta Matt Reeves.
Y es que fue él quien explicó que “Zodíaco” (2007), aquel notable filme de David Fincher, fue una fuente importante de inspiración para “The Batman”. Obviamente, muchos críticos se prendieron de esas declaraciones para hacer comparaciones entre obvias y apresuradas. Es que si bien es cierto que el Acertijo y sus crímenes remiten al Zodíaco (en particular, al homicida real), lo cierto es que la película de Fincher se focalizaba mucho más en las búsquedas obsesivas de los investigadores. En verdad, el filme de Reeves tiene otra obra emblemática de Fincher como espejo: nos referimos a “Pecados Capitales”.
No solo por la iconografía urbana lluviosa, sucia y decadente. También porque la puesta en escena parece avalar la perspectiva del villano: la Ciudad Gótica que nos muestra Reeves es una urbe corrupta y aparentemente irredimible, donde la violencia y el castigo a través de la muerte parecen ser la única solución posible. Durante gran parte de su largometraje de casi tres horas, “The Batman” es una cinta de cine policial negro hecho y derecho, con el Hombre Murciélago y el teniente Gordon tratando de descifrar los mensajes que dejan los crímenes del Acertijo.
Esa pesquisa, donde no importa tanto la identidad del asesino, sino lo que dicen los asesinatos que perpetra, es manejada con bastante habilidad por Reeves, aunque no deje de ser un relato que, cuando se lo piensa mínimamente, podría resolver sus conflictos en menos de dos horas. ¿Entonces por qué casi tres horas? El filme parece obligarse a sí mismo a ser no solo un policial negro, sino también un artefacto que despliega tramas y subtramas que buscan reflexionar sobre los modos de aplicación de la justicia, los comportamientos de los sectores del poder establecido, los lazos familiares y las repercusiones de acciones pasadas.
Esa ambición de por sí no está mal, excepto cuando luce forzada por la mecanicidad del guión y determinados rasgos de la puesta en escena, que es lo que precisamente ocurre en Batman, hasta rozar lo pretencioso. Quizás por no poder salir de la pose, de la impostación de la “oscuridad” y de la construcción de un mundo podrido, es que “The Batman” no puede llegar a ser un filme donde todas sus tonalidades lucen artificiales, frías, casi inocuas. Eso se nota particularmente en una escena que debería ser decisiva, en la que Bruce Wayne interroga a su mayordomo Alfred sobre el pasado familiar.
Es un momento donde se pone en juego el rol de Bruce Wayne como eje moral de la historia, como alguien que debe hacerse cargo de que su apellido no es impoluto, pero también de que su camino no puede ser solo el de la venganza. Sin embargo, eso no termina de delinearse por completo, en buena medida porque Reeves, que es un realizador muy capaz y competente de delinear planos o secuencias físicas muy virtuosos, no muestra la sensibilidad e inteligencia suficientes para generar empatía por lo que le sucede al protagonista.
Mi 8.5 de calificación a esta producción fílmica porque en “The Batman” pasa de todo, desde hechos bastante terribles hasta recorridos de progresiva redención y aprendizaje, que incluso se permiten confrontar con las atmósferas tétricas que construye en la mayoría de su metraje. Y hay que reconocer que sus tres horas no pesan, que Reeves exhibe un dominio total de las herramientas narrativas que lleva a que el filme nunca caiga en el aburrimiento.
Aún así, se produce algo paradójico: por un lado, se percibe que la película tiene casi una hora de más y, por otro, que el universo que arma está incompleto y que harán falta nuevas entregas para finalizar ese proceso. “The Batman” es una película grandota e inflada, a la que en el fondo se le nota que no es mucho más que un policial correcto y bien filmado, pero la verdad muy poco original, que necesita de un espectador y de una crítica que sobre valore sus contados logros. El director Matt Reeves y el actor Robert Pattinson se esfuerzan por mostrarnos otra cara de Gotham. Y, en muchos momentos, lo consiguen.
Porque como suele ocurrir con los superhéroes tanto de las populares editoriales de DC y Marvel Comics, Batman tiene muchas caras. Y no lo decimos solo porque a Bruce Wayne le guste vestirse de lagarterana, sino también porque la psicología del Señor de la Noche y las relaciones con su entorno oscilan salvajemente, dependiendo de los artistas o así que se encarguen de ponerlas en acción. De esta manera, y sin salirnos del cine reciente, hemos visto al Caballero Oscuro como un paladín del capitalismo tardío Christian Bale en las películas de Christopher Nolan y como un cachimán repartidor al que el título de “mejor detective del mundo” le había tocado en una tómbola con “Batfleck” y Snyder.
Dos visiones ya estancadas, una más que otra, y que pedían a gritos una renovación drástica. Ahora que les toca ponerse a tiro de los fans, especialmente de los más cerriles, Matt Reeves y Robert Pattinson han decidido jugársela ofreciendo algo que, en anteriores encarnaciones, parecía impensable: matices y dudas, no solo sobre los tormentos íntimos del personaje, sino también sobre sus efectos en tejido social de la Ciudad Gótica. Y lo hacen, además, prescindiendo de elementos ya archisabidos. Quien suscribe nunca les agradecerá lo suficiente a Reeves y a su coguionista Peter Craig que hayan prescindido de mostrarnos una vez más la muerte de Thomas y Martha Wayne, que en paz descansen.