Francisco Ramos Aguirre.-
En abril de 1929, el periódico El Gallito anunció una “campaña moralizadora que da magníficos resultados.” Por supuesto no se relacionaba con ningún asunto religioso de la Cofradía de la Vela Perpetua, sino con las autoridades sanitarias municipales encargadas de “una enérgica razzia contra el clandestinaje local. Es decir, contra las prostitutas y quienes las frecuentaban, porque: “…constituían una seria amenaza a la moralidad y el respeto a las honorables familias de la ciudad.”
Menciona que innumerables varones menores de edad, -en ese tiempo la ciudadanía se alcanzaba a los 21 años- “…salen de los billares y hasta de algunas casas de mala nota, ya no sólo en la noche, sino en algunas horas hábiles del día.” Este tipo de acciones “moralizadoras” se mantuvo vigente varios años, porque generaba una buena cantidad de multas al erario del Municipio. Los periódicos mencionaban a las damiselas con diferentes calificativos en sus encabezados, quizá para no herir las buenas conciencias o para evitar comentarios de “las malas lenguas de las buenas gentes”, como decían coloquialmente los victorenses.
Lo que debemos reconocer es la creatividad del periodista Lucio Mancha, quien, un tanto misógino, describe en las páginas de El Gallito esa clase de asuntos penosos: “Una enérgica batida a las hetarias…de todas las mujeres del mal vivir que abundan en la ciudad.” Además, victimiza a los hombres, cuando menciona que son las mujeres quienes: “…recorren la ciudad en busca de caricias,” cuando en realidad era todo lo contrario. Para reconstruir algunos capítulos de la vida nocturna victorense, aún persiste en la memoria colectiva el nombre de María La Barca, conocedora como nadie de la historia de los bajos fondos de la Capital tamaulipeca, al menos desde los años cuarenta a los setenta.
PIGALLE CLUB, SARATOGA Y OTROS CENTROS DE PERDICIÓN
Un músico amigo mío, quien falleció hace algunos años, se jactaba en recitar un verso no muy romántico, donde el mismo se incluía: “Soy fulano de tal,/del cielo favorecido/ si no me encuentran en mi casa,/me encuentran en el zumbido.” Entre 1930 y 1970 la sexualidad y erotismo eran temas poco tratados en el seno familiar, debido a las restricciones religiosas y morales del catolicismo. En esa época operaban en El Tenampa, Los Trovadores, Salón Argel, Casino Club, La Cruz Roja, El Pigalle Club, El Saratoga, Waikiki, Salón México y otros negocios, cerca de 200 mujeres originarias de Tampico, Jalisco, San Luis Potosí, Nuevo León, Aguascalientes, Guanajuato y Zacatecas. La mayoría eran solteras, abandonadas y divorciadas. Entre música, fichas de baile y luces neón, constantemente protagonizaban fenomenales riñas por chismes o al disputarse los afectos y el dinero de algún hombre. Otras noches hubo muertos, heridos a balazos y pleitos entre parroquianos borrachos que terminaron en el Hospital Civil o en la cárcel.
En cierto sentido, los nombres de estos salones o cabarets se relacionan con otros homónimos que operaban en la capital del país y diversas ciudades. Probablemente sus propietarios se inspiraron en ellos para darles cierta categoría y atraer al público. Tres de ellos eran El Tenampa de la Plaza Garibaldi, Salón México, centro de baile escenario de películas, y el Waikiki que abrió sus puertas en 1935. En cambio, El Pigalle es el barrio famoso de París donde opera el Molino Rojo, célebre por sus espectáculos nocturnos y funciones eróticas.
A principios de los años treinta, el gobierno de Francisco Castellanos aumentó considerablemente los impuestos sobre giros negros. Una casa de asignación con salón de baile y cantina pagaba 75 pesos mensuales, mientras las meretrices aportaban entre 10 y 25 pesos cada mes. La inspección sanitaria de trabajadoras de casas de asignación o cabarets valía cinco pesos, aparte de los costos por la música y permisos por venta de alcohol.
La noche del martes once de agosto de 1931 se presentó en el Teatro Cine Obrero la película sonora Mujer de Cabaret, con la presencia de la escultural actriz Lupita Tovar, protagonista de esta cinta. Aunque ignoramos si existe una crónica sobre esta proyección cinematográfica, lo cierto es que para esta época debió haber representado un acontecimiento provocador estremecedor de las buenas conciencias. Más todavía, porque se trataba de un espectáculo cultural que convocaba a los miembros ferrocarrileros y estudiantil para que promovieran la asistencia a la función de aquella noche.
Para 1934 la zona de tolerancia estuvo integrada al primer cuadro de la ciudad. Algunos periódicos lo llamaban “El Barrio de Allá” y “El Barrio de las Abandonadas.” Cansados de esta situación, la sociedad civil, encabezada por autoridades, funcionarios, maestros, médicos, vecinos y familias honorables radicadas entre los callejones 11 al 17 desde Guerrero a Carrera Torres, protestaron por la presencia de los lugares non santos. El Comité estaba integrado por: Benito Juárez Ochoa, Zeferino Legorreta, Fidencio Trejo Flores, Tomás Guillén Peña, Agustín Cuesta, Francisco Nicodemo, Manuel Flores Aragón, Ramón Varela, Marcelino Castañeda, Basilio Alvizo, Teodosia Castañeda, Porfirio Flores y otros.
Los principales argumentos para exigir el cierre de los prostíbulos, se relacionaban con la cercanía de las escuelas Corregidora, Industrial Álvaro Obregón, estadio de beisbol y el Cuartel Militar, donde frecuentemente transitaban familias, soldados y estudiantes.
VENDE CARO TU AMOR…
Para entonces, habían aumentado considerablemente las mujeres de la vida galante, meretrices, impuras, clandestinas, mal vivientes y de la vida alegre practicantes del oficio más antiguo y divertido del mundo. Esta actividad creció notablemente a finales del siglo XIX, debido a la afluencia de visitantes, presencia del ferrocarril y Segunda Guerra Mundial. De igual manera, la apertura de la Carretera Nacional atrajo la presencia de turistas norteamericanos y canadienses, dispuestos a gastar unos cuantos dólares en hoteles, alimentos y disfrute de la vida nocturna.
Para 1946 la expansión de giros mixtos y prostíbulos por diferentes calles de la Capital, principalmente el Cero, 13 y 23, era alarmante por la manifestación constante: “…de los actos de inmoralidad y de delincuencia y con el desenfrenado abuso de charangas, y con estridentolas funcionantes durante todas las noches.” Ante la presión social, ese mismo año, el presidente municipal Brígido Anaya anunció que únicamente faltaba la aprobación de un decreto del Congreso del Estado para que se realizara el soñado cambio de la zona roja a un lugar extramuros de la ciudad.
Para entonces los vecinos de esos lugares habían acordado con las autoridades municipales el cierre o cambio de los pecaminosos establecimientos. Sin embargo, cualquier intento se quedaba en eso, porque a decir de El Heraldo podía más el influyentismo para que la Zona Roja siguiera ampliándose: “…en la Avenida Bravo, entre las calles 10 y 11 a menos de media cuadra de la residencia del Señor Secretario del Ayuntamiento, se ha instalado una doña X de pura extracción trecense (13 Bravo y Carrera Torres), que ya ha comenzado sus veladas musicales.”