La secuela del exitoso filme de 2020 es una película que apuesta por inflar todo lo que había hecho bien en la primera entrega, pero está vez más es menos porque hace dos años celebraba en la reseña de “Sonic: La película” las moderadas intenciones de una producción que no se autocelebraba desde la grandilocuencia.
Era claramente un relato más cercano al de aquellas pequeñas películas de fantasía de los años 80’s, mezclado con algo del humor pop que campea hoy en el cine mainstream. Pero en esta secuela, que repite parte de su elenco, director y algún guionista, todas las enseñanzas de aquella película moderada se dejan de lado y se apuesta decididamente por un gigantismo agotador: Jim Carrey.
Y es que aquí el actor luce más suelto e incontenible, no se agrega un personaje animado sino a dos, y si a la primera parte le alcanzaban 99 minutos para presentar un personaje y un mundo, esta precisa de 122 para avanzar sobre una trama que se enreda innecesariamente. La alerta sobre las posibilidades de convertir a Sonic en una saga estaba presente ya en la misma película: si sobresalía no era precisamente por su ingenio y creatividad, sino porque sabía hacer más o menos bien un par de cosas que al resto del mainstream hollywoodense le cuesta. En lo concreto, ser práctico narrativamente y conciso en lo expositivo.
Pero no había mucho más, destacaba por contexto no tanto por un valor propio. Al calor del éxito de aquella película, claramente sus creadores tuvieron luz verde para expandirse en una producción que luce tan grande como fofa, con subtramas mal desarrolladas y unidas con pegamento con la trama central, secuencias que solo están ahí para acumular ruido y pericia técnica (todo ese pasaje con Sonic solo en la casa) y un humor infantil en el peor de los sentidos. Pero claro que hasta un reloj roto acierta la hora exacta dos veces al día y ahí tenemos la inclusión de “Knuckles”, un personaje animado al que Idris Elba le da voz.
“Knuckles” puede ser bestial, pero también una criatura de una lógica algo confusa y muy humorística. Es en esa construcción donde queda en evidencia cómo se desarrollan estos productos, más como ideas sueltas, como conceptos que sirven para fascinar al público cautivo que pagará la entrada para ver finalmente la representación del personaje que conocen desde hace tiempo. “Sonic 2: La película” es la concreción de una mediocridad solo tapada por la pompa del CGI, la prepotencia de la tecnología y el ruido de las agotadoras secuencias de acción.
Lo curioso aquí es que si Sonic, el personaje, es una celebración de la velocidad, esta secuela se toma demasiado tiempo para contar algo a lo que le sobra fácil media hora. “Sonic 2”, sin embargo, cae en inercias que la anterior película esquivaba, y también son las propias de ese modelo canónico de secuela al que se ajusta militantemente. El recital de Carrey, salvo hallazgos puntuales como el prólogo y unas referencias pop de juguetona virulencia, es más autocomplaciente en esta ocasión, propio de quien cree que con abrir la boca y soltar lo primero que se le ocurra tendrá gracia.
Y sí, es de Carrey de quien hablamos y desde luego que la tiene, pero el margen para la sorpresa está más diluido y complementa la notoria pérdida de frescura del conjunto. Conscientes de ese peligro, los guionistas han dejado la presencia de seres humanos al mínimo (salvo Carrey), y aun así basta para someter a “Sonic 2” a valles de considerable desinterés, con ese James Marsden insistiendo en un sobado discurso paternofilial o su familia por entero. Aun así, el erizo azul más rápido del mundo regresa a tope de revoluciones en una movidísima aventura fílmica tan simple como digna.
Mi 8 de calificación a la secuela de Sonic, que combate el déficit de atención desde la avalancha de tontunas y la acumulación de set pieces de colorido CGI, pero por momentos también corre el peligro de que esta sobredosis de estímulos cause distanciamiento. Sea por el barullo, sea porque Tails ni tiene carisma ni está demasiado bien diseñado, o sea porque las apuestas frívolas han de seguir lógicas distintas a las exponenciales para seguir rindiendo satisfactoriamente.
Estas últimas tienen de todas formas una coartada desde el guión como es la necesidad del erizo de buscarse amigos no-humanos, así que tampoco hay que contemplarlas con excesiva dureza: el material se mantiene lo bastante funcional para que una tercera entrega siga teniendo su gracia, y proclame otra vez que en este nuevo mundo necesitamos a Sonic. En que necesitamos los 90. Quién podría quitarle la razón.
Por mucho que el apresurado rediseño de su erizo pugnara por acaparar su imagen en un episodio histórico para el prosumo mainstream, nada era capaz de echar a perder la espléndida decisión que vertebraba Sonic, la película. Esta es: hacer caso omiso de la trayectoria reciente del erizo de Sega para devolver la mirada a la década en la que nació, y de la cual se convirtió en enérgico estandarte. Más allá de aquella guerra de consolas que la compañía mantuvo con Nintendo y su Super Mario, Sonic simbolizaba una serie de inquietudes y humores típicamente noventeros, donde cada producto con intención de arrasar debía venir apadrinado por una mascota.
La secuela vuelve a estar dirigida por Jeff Fowler, ha repetido buena parte del mismo personal de la primera, y por fortuna es exactamente ese pasatiempo que necesitábamos. Como secuela se ajusta a la habitual lógica inflacionista, en torno a un ritmo más espídico y a un número mayor de criaturitas, y se le ha vuelto a dejar manga ancha a Carrey como el Dr. Robotnik. Esa trama de tras establecerse definitivamente en Green Hills, Sonic quiere demostrar que es un héroe, en oposición a su nueva familia humana.