La más reciente película del cineasta Robert Eggers con una saga vikinga, es todo menos el tipo de cine escapista porque como lo hizo en sus cintas anteriores, aquí el director explora una vez más los mitos y el modo en que influyen en las acciones de las personas, y sin proponérselo da una respuesta a por qué la guerra y la barbarie se repiten a lo largo de la historia, ya sea en el siglo X o en el XXI.
“El hombre del norte” está en cines y a medida que pasan los minutos este filme va dejando de lado todo cálculo o distanciamiento, para adentrarse a fondo en una épica saludablemente desmesurada. En el cine de Eggers parece estar siempre sobrevolando lo onírico y lo místico, lo ritual y lo sobrenatural, como factores desestabilizantes, pero también definitorios para la identidad de los protagonistas.
Sin embargo, en “El hombre del norte”, el realizador de “La bruja” (película de la que ahora reniega) y “El faro”, se aleja de lo horroroso (al menos de forma directa) para adentrarse en lo épico. Y los resultados, por suerte, esquivan el distanciamiento para abrazar lo pasional. Basada en una leyenda medieval escandinava; que a su vez inspiró a William Shakespeare para la escritura de su “Hamlet”.
“El hombre del norte” sigue la historia de Amleth (Alexander Skarsgård), un príncipe vikingo que, siendo todavía un niño, debe huir de su reino cuando su tío Fjölnir (Claes Bang) asesina a su padre, el rey Horvendill (Ethan Hawke). Durante su escape, jura venganza y rescatar a su madre, la reina Gudrun (Nicole Kidman), pero la chance de hacerlo se le presentará muchos años después, de la mano de una serie de visiones que le indican no solo el momento, sino también la forma de tomarse revancha.
Sin embargo, ese camino no será precisamente lineal, ya que muchas de sus creencias y preconcepciones serán puestas en crisis, para bien y para mal, en particular en sus vínculos con dos figuras femeninas: su progenitora y una joven esclava, Olga (Anya Taylor-Joy), que terminará siendo su aliada e interés romántico. La primera mitad de este filme exhibe una serie de tensiones que están dadas esencialmente por la configuración de un mundo propio por parte de Eggers, que aborda un relato con una estructura fácilmente reconocible.
Una producción que despliega una multiplicidad de personajes enmarcados en una cultura plagada de rituales y creencias distintivos. Hay unos cuantos pasajes donde parece prevalecer más una mirada antropológica que narrativa, como si a Eggers le importara más introducir al espectador a una cultura que a un mito particular, a un lenguaje caracterizado por un sistema de relaciones y no tanto a un conflicto personal donde intervienen mandatos sociales, familiares y afectivos.
Pero a medida que Amleth se consolida como personaje, no solo desde la enunciación explícita a través de unos diálogos donde pesa el apego a la poética del material original, sino también desde la fisicidad brutal de sus decisiones y acciones, el realizador consigue ensamblar ambas vertientes. Es decir, unir el retrato de un espacio-tiempo crudo y hostil, con el camino del héroe, que no deja de ser también una tragedia donde cada decisión se va ensamblando con la posterior con una lógica implacable.
Si la primera hora no puede evitar cierto cálculo y frialdad por más que la puesta en escena evidencia una bienvenida desmesura (prueba de eso es un notable plano secuencia durante un sangriento asalto a un pueblo) y las intrigas afectivas que se suceden después quedan al borde del artificio, los momentos finales abandonan, saludablemente, toda sutileza y contención.
Eggers se deja llevar por la poesía de los relatos épicos, se adentra en la interacción entre lo romántico y lo trágico, no teme zambullirse en el horror que implican algunas decisiones terribles y hasta se permite incorporar una estética ligada a narraciones como las de Conan, el bárbaro. De hecho, los últimos minutos son un combo de sangre, fuego, tripas e imágenes entre pictóricas y oníricas tan disparatado como conmovedor.
Película totalmente a contramano del cine que se viene realizando en los últimos años, “El hombre del norte” hace de la megalomanía una virtud y muestra que la épica directa y sin vueltas todavía es posible, aún en estos tiempos cínicos. Es la película más grande y expansiva y costosa de Eggers hasta la fecha, también es la mejor hasta ahora. Es un festín visual a menudo deslumbrante y un vistazo entretenido a los instintos de Eggers como coreógrafo no solo de detalles históricos, sino también de acción sangrienta.
También es un ejemplo instructivo de cómo las intenciones más visionarias no siempre pueden animar una historia que de otro modo sería de memoria. “The Northman” comienza en el año 895 d. C., cuando Amleth, el Northman del título, es un niño (interpretado en esta etapa por Oscar Novak). Pero se establece principalmente en 914, durante las últimas etapas del asentamiento de Islandia, antes del establecimiento de un parlamento.
La anarquía gobierna el camino. Ahórranos tu salvaje Oeste y danos, en cambio, tu Norte salvaje, voraz y sediento de venganza. The Northman es en realidad una historia brutal, sangrienta y un poco loca del crimen vikingo contra vikingo porque su director revisita una antigua saga de redención y venganza en su película visualmente más impactante hasta el momento.
Mi 9 de calificación a esta producción fílmica en verdad épica que en la trama, el padre de Amleth es el rey Aurvandill (Ethan Hawke), que acaba de regresar de la batalla y sufre una lesión que, si no es una herida mortal, ha provocado una oscura reflexión sobre la mortalidad por parte de Aurvandill. “Esta noche observé su inocencia”, le dice el rey en guerra a su esposa, la reina Gudrún (una Nicole Kidman infrautilizada), de su hijo.
Es hora de iniciar a su chico en los caminos de ser rey. Así comienza el primer ritual emocionante que vemos en esta película. Amleth y Aurvandill se arrastran hasta una cueva, uniéndose al tonto del reino, Heimir (un alocado y sin sentido Willem Dafoe), en un ritual de creación de hombres aullando y chisporroteando, poniéndose a cuatro patas como perros mientras inhalan humo alucinógeno de semillas de beleño y recitar algunos de los dichos de Odín (el Hávamál).
La repentina preocupación de Aurvandill por mostrarle a su hijo el camino al trono en este rito es oportuna. Pronto, el rey será traicionado por su hermano, Fjölnir (un Claes Bang de melena real); se producirá una discusión; Amleth se convertirá en un huérfano, su madre en la reina involuntaria del hombre que le está robando el reino a su hijo. Fjölnir, nos enteramos, es un “bastardo”, no en la línea de sucesión. También cree que Amleth ha sido, como dicen, atendido.
Con solo tres películas en su carrera como director de largometrajes, Eggers se ha ganado legítimamente una reputación por hacer su investigación. The Witch, de 2015, estaba ambientada en la Nueva Inglaterra de la década de 1630, y aparentemente cada detalle de su presentación, desde el estilo de biblioteca antigua y el ritmo de sus diálogos hasta las minuciosas reconstrucciones de sus entornos construidos, cantó con su obsesiva atención a detalle, tanto que casi abruma la película.
Para The Lighthouse (2019), ambientada en la década de 1880, Eggers gastó una buena parte del presupuesto de la película en la construcción de un faro real de 70 pies de altura, dentro y alrededor del cual ambientó la extraña y confinada historia de la película. Para esa película, Willem Dafoe tuvo que aprender a tejer. Ninguno de los cuales es notable por sí solo. Los actores adquieren habilidades prácticas para las películas todo el tiempo.