Francisco Ramos Aguirre.-
Aunque las nuevas generaciones conocen poco del tema, las “Julias” es un término que aún recuerdan algunos victorenses. Se relaciona con los autobuses urbanos de pasajeros que durante las primeras décadas del siglo pasado circularon por las calles victorenses. Su imagen aún está presente en la memoria colectiva a través charlas, anécdotas y fotografías antiguas. Durante muchos años, las Julias representaron el transporte más popular en esta ciudad, como las guaguas lo son en Cuba y Puerto Rico; o en su caso los colectivos, buses o camiones en Mérida, Cancún y Campeche.
Una de las primeras referencias se localiza en el periódico El Gallito de 1929, donde aparece con una narrativa chusca: “¿De qué fuero gozará una arabita que vive en uno de los callejones, que sin ser accionista pasea todo el día de gorra en la Julia No. 30. No habrá tomado nota de esto el dueño de esa Julia?”. Por lo visto, según el semanario de tendencias misóginas y moralistas, la presencia femenil en las Julias provocaba el morbo entre los hombres. Otra noticia similar corresponde al mes de abril (1931): “-Siga, le dice a un FiFí el policía que está parado. -¿Y por qué he de seguir guardia?–¡Porque está usted aquí parado nada más para verles las piernas a las mujeres cuando bajan de las Julias!- -Se equivoca usted, no estoy aquí mirando piernas, sino bloomers.”
Algunos viajeros, con exceso de audacia, acostumbraban bajarse de las Julias en pleno movimiento. Fue el caso de Sotero Vega, quien, de acuerdo al semanario El Jicote -septiembre/1930-, estuvo a punto de perder la vida cuando trató de bajarse en plena marcha de la Julia 1047 conducida por Miguel Tijerina. Simplemente acabó tirado en el pavimento del Callejón 19 con lesiones en el rostro y otras partes del cuerpo, lo cual ameritó que el agente de Tránsito Juan Esquivel lo trasladara al Hospital Civil.
En diciembre de 1945 el Gremio Unido de Choferes, Conexos y Similares de Transporte Público en Victoria se organizaron en un sindicato. Sus miembros ascendían a 136, acaudillados por Alberto García de la Llata, secretario general; Andrés Ruiz, secretario del Interior; Pilar Quintanilla, secretario del Exterior; Francisco Lumbreras, secretario de Organización y Propaganda; Pedro Garza Rubio, Tesorero; además de Benjamín Olvera, Vidal Hernández, Raúl Montalvo, José Arreola, Ernesto García de la Llata, Pedro Ramírez, Antonio Ochoa, Antonio Maldonado y otros. En diciembre de 1950 los choferes anunciaron una huelga contra Carlos Villafaña, propietario de varios camiones urbanos.
Las Julias se involucraron en varios accidentes fatales. Por ejemplo, la decapitación de una joven mientras viajaba en una unidad que chocó en el trayecto Victoria-Güémez. La fama de cafres de algunos choferes trascendió rápidamente en la población. José Castro, vecino de la calle Nueve y Diez, publicó una queja en la Sección Tribuna Pública del periódico Atalaya (en marzo de 1945) sobre el exceso de velocidad que alcanzaban las unidades por la calle Juárez y entre la Estación-Mercado Argüelles. “No sólo las carreras que pueden ocasionar desgracias, presenciamos todos los días y a toda hora, sino que lo más grave está en que los conductores no dan a los pasajeros el tiempo indispensable para abordar el vehículo.”
A través de las Julias, los usuarios se trasladaban a sus destinos a cambio de un módico precio; además disfrutaban el paisaje urbano del centro y periferia de la ciudad, las calles en doble sentido, edificios públicos, arboledas, comercios, espacios públicos y todo lo relacionado con la vida social y cotidiana. Los buenos modales y educación, se demostraba cuando algún pasajero cedía el asiento a las damas y gente mayor de edad.
En febrero de 1951, el subjefe de Policía y Tránsito Felipe Núñez anunció las medidas para establecer mejoras en las rutas de camiones urbanos. Una de ellas se relacionaba con los horarios y recorrido de la ruta Mercado-Estadio-Estación: “… cuando por avenida Morelos de Mercado a Estación, los camiones transitaban con una lentitud desesperante, por la avenida Juárez transitaban con exceso de velocidad.” Durante abril de 1952, se difundió la apertura de la ruta Mercado-Colonia Nacozari bajo el siguiente itinerario: “Mercado a la calle Matamoros por la calle 7, todo Matamoros hasta la 8, al norte hasta la calle Carrera Torres, subir hasta la 28 pasar por la Escuela Héroe de Nacozari, cruzar nuevamente la vía del ferrocarril, bajar por la calle Mártires de la Democracia, hasta la 20 de ahí continuar al norte hasta Zaragoza, por esta a la calle 7 y llegar nuevamente al Mercado Argüelles.” Para este servicio, el señor José Mendoza Garza prometió comprar tres unidades motrices nuevas.
Para 1954 el término de Julia fue perdiendo fuerza entre usuarios y autoridades, quienes empezaron a llamarles camiones que comprendían las rutas: Mercado-Estación y Mercado-Tamatán. En agosto de ese año, los inspectores anunciaron el retiro de camiones en mal estado pertenecientes a la empresa más antigua -Mercado-Estación-, porque de las diez unidades en uso, solamente servían tres. En 1955 las protestas de usuarios por la tardanza para llegar a sus destinos y las pocas unidades que cubrían la ruta Mercado-Estación-Tamatán obligaron a los concesionarios a tomar cartas en el asunto. Silvano Martínez, gerente de esta línea, anunció la adquisición de nuevas unidades y relojes checadores para regularizar horarios. Ese mismo año ampliaron su cobertura hasta el Cementerio del Cero Morelos, sin alterar el costo del pasaje de 20 centavos.
Los camiones urbanos, de los cuales únicamente sobreviven “los azules”, cubrieron una época hasta finales del siglo pasado, cuando dejaron de circular los transportes amarillos y rojos. Por muchos años, los amarillos tuvieron como destino El Mercado Argüelles, Estadio, Estación, Paseo Méndez, Avenida 17 y Cementerio del Cero Morelos. Los Rojos cubrían la ruta Panteón, Mercado, Calle 17, Estación del Ferrocarril y Tamatán. Los Azules circularon por la calle 16, Viviendas Populares, Centro Universitario La Loma, Seguro Social, Colonia Sosa, Loma del Santuario, Boulevard Praxedis Balboa, Berriozabal, etcétera.
Paralelamente al desarrollo del transporte, se habilitaron numerosos choferes para cada ruta. De igual manera, se creó un concepto de cultura propia de ese medio de transporte, desde los adornos interiores con motivos religiosos, zapatitos de niño y peluches colgados de los espejos. En tanto, los usuarios se entretenían escuchando música popular en las radiodifusoras locales. Lo mismo podemos decir del ingenio en la escritura de leyendas “Favor de no Viajar en el Estribo”, “No se admite Moneda Fraccionaria Mayor de Cinco Pesos”, “Estudiantes con Credencial .20 centavos”, etcétera… Tiempo después aparecieron las “peceras” y micros… pero eso merece otra crónica, escondida en el recuerdo.