Francisco Ramos Aguirre.-
Ciudad Victoria es el espejo donde se congelan nuestros sueños. Una ventana abierta que filtra los vientos huastecos, mientras observamos un pasado incómodo y un presente incierto. Su entorno urbano se convierte en espacio poético y un libro que se abre cada día como una caja de sorpresas, donde aparece la memoria de aquellos ancestros, constructores de la piel que transitamos.
Artífices de los muros de sillar, adobe y piedra que se niegan a morir. Hablo de otros tiempos que nos contemplan a través de los ventanales de hierro y los pórticos de la Casa Filizola; de los andenes de la estación del ferrocarril donde los ecos del adiós aún retumban; del Asilo Vicentino y el Palacio Municipal, que han visto entrar y salir generaciones. Me refiero a las fachadas planas donde rebota el sol cada verano.
Como dice Ramón Ayala: “Bonitas fincas de adobes, puertas de encino y mezquite” puro patrimonio arquitectónico norestense, imaginado por José de Escandón y sus colonizadores en el acta fundacional de Villa de Aguayo. Qué tiempos aquellos señor don Simón. Lo que antes eran callejones empedrados por los presos insurgentes, después se convirtieron en avenidas y bulevares de historia.
Que viva Victoria y la escasa señalética de ciertas residencias antiguas que aún permanecen en la memoria de las placas con inscripciones surrealistas “En 1895 en esta Casa no pasó Nada”, como si todo siguiera igual “…como cuando estabas tú.” La Quinta del Olvido; Aquí Vivió y Murió el Poeta Juan B. Tijerina; F. P. G. “Fue Pura Gripa”, iniciales del doctor Felipe Pérez Garza quien logró construirla en 1919, gracias a las consultas médicas en epidemia de Gripa Española; Esta Casa no se Vende, y Se Vende Esta Casa Por Motivos Familiares.
Victoria es tierra de risiliencia, porque durante el verano no abandonamos la línea de fuego. A pesar del calor, el verbo se convierte en metáfora desde tiempos inmemoriales, gracias a sus poetas incomprendidos quienes se dedican a cazar musas. Hablo de Salvador Gil Acuña propietario de un escritorio público en el Mercado Argüelles, quien a mediados del siglo pasado ofertaba en un anuncio del periódico Atalaya trabajos literarios sobre pedido.
Mientras tanto, a través del tiempo continúa permeando el ingenio y carácter de los victorenses, que se refleja desde antaño en las páginas de los periódicos o prensa de papel, actualmente en período de extinción. Como muestra, varios botones.
LOS RICOS TAMBIÉN BARREN
En mayo de 1881, según el periódico La Patria, el alcalde Antonio Pérez “Un hombre que no se dejaba influenciar por nadie ni por nada…”, emitió un acuerdo mediante el cual todas aquellas personas infractoras, sin importar su nivel social: “…se le castigará sin contemplación alguna. Tan templado es ese alcalde que ha puesto a barrer las calles a personas de alguna representación social, en castigo a sus faltas y con absoluta igualdad a los delincuentes del pueblo.”
Por esas fechas apareció el anuncio del doctor Lonifils que llamó la atención de los habitantes de Victoria. Se hacía titular Médico Eléctrico. Otro por el mismo estilo fue el Dr. E.M. MC Laughlin, quien aseguraba curar con el mismo método diversas enfermedades, entre ellas la Varicocele.
SERENATA NOCTURNA
El mismo diario pero de abril de 1885, consigna la queja de varios vecinos quejándose que por las noches, escuchan continuas serenatas “…que dan numerosas piaras de cerdos que recorren las calles principales… ¿Pues qué no hay policía en Ciudad Victoria?” Otra noticia insólita se refiere a la ancestral afición de los victorenses al baile, incluso a costa del sacrificio mortal, según menciona el Diario del Hogar de agosto de 1888. El suceso fue protagonizado por el joven Erasmo García, quien falleció en los brazos de su amada mientras ya entrada la noche interpretaba un agitado vals en una casa de la calle Matamoros. Nada se sabe del título de la melodía que ocasionó el fatal desenlace.
A COLGARSE LA MEDALLA
A finales del siglo XIX, el Gobierno de Tamaulipas concedió a través del Congreso del Estado una condecoración a quienes habían participado como jefes o tropa en los hechos de armas relacionados con la Batalla de Santa Gertrudis, donde el ejército mexicano, acaudillado por Mariano Escobedo y Servando Canales en defensa de la República, venció a los regimientos franceses. La condecoración consistía en una medalla con un listón tricolor. Dados los momentos de austeridad que en este tiempo se vivían, el otro requisito consistía en que los acreedores costearan la medalla.
QUE REGRESE EL PIANO
A mediados de 1911, dice el Periódico Oficial de Tamaulipas, la pianista Celia Fabres, de nacionalidad francesa, fue llamada por las autoridades judiciales de Victoria para que respondiera acerca del pago de $297.50 correspondiente al adeudo de un piano marca Masen Hambin de la Casa A. Wagner y Levien. De lo contrario el juez dictaminó que la filarmónica debería regresar el piano a la mencionada casa musical.
GRIPA ESPAÑOLA
En 1919 las principales vialidades de la ciudad eran veredas, caminos, calles y callejones como la Plaza del Comercio -6-, El Callejón de Los Charcos, Callejón al Camino Real a Tula y Callejón de Calamaco. En diciembre de ese año, narra el periódico La Opinión, los vecinos de la calle Juárez se asomaron a través de las ventanas para observar el paso fúnebre de una carroza de tercera clase -seguramente de la Agencia de María de Jesús González-, conduciendo dos cadáveres procedentes del Hospital Civil, colocados uno encima del otro. “El cadáver de encima se encontraba completamente descubierto, causando muy mala impresión.” Para entonces, habían aparecido en la ciudad los primeros casos de Gripa Española. Otra Agencia de Inhumaciones de 1914 era la de Pedro N. Tijerina, establecida en la calle Juárez y 12. “Cajas Finas y Corrientes. Servicio Gratis de Carroza. Entierros desde 20 hasta 400 pesos, encargándose de todos los funerales. Recibe órdenes a cualquier hora del día y de la noche.”
ASESINATO DEL DIRECTOR DEL INSTITUTO LITERARIO
A mediados de 1913 llegó a Victoria el general Antonio Rábago, enviado del presidente Victoriano Huerta, quien lo nombró gobernador de Tamaulipas. A él correspondió inaugurar el nuevo edificio del Instituto Literario del Estado y nombró director al ingeniero Luis G. de la Garza, profesor de enseñanza profesional, miembro del Comité Electoral y perito en minería, quien tenía su oficina en el Nueve Hidalgo y Juárez. El noviembre de ese año, durante la toma de la Capital tamaulipeca por las fuerzas constitucionalistas, los soldados revolucionarios cometieron algunos asesinatos, entre ellos el de Garza, quien probablemente se negó a acatar sus disposiciones.
El crimen consternó de manera notable a la sociedad victorense, porque era un profesionista ajeno a las armas y tenía cercana relación con algunas familias prominentes de la localidad como los Zorrilla, Sámano, Pier, Lavín, Alvite, Haces y otras afectas al presidente Porfirio Díaz.