abril 26, 2024
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julio 4, 2022 | 337 vistas

Francisco Ramos Aguirre.-

Entre las tradiciones ancestrales de los victorenses, destaca el consumo de café. En 1906 uno de los lugares donde se acostumbraba beberlo era el Café del Comercio (9 Hidalgo), propiedad del español Manuel Bustamante. En 1918 era común instalar en el mercado y callejones aledaños mesas de venta de café, enchiladas, tamales y chicharrones, a cambio del pago de diez centavos diarios al gobierno. Al mismo tiempo, era posible acudir a una cafetería o restaurante y sentarse en una mesa frente a una taza de café con pan. Se charlaba sobre disímiles asuntos relacionados con la política, deporte, negocios, religión, noticias, rumores de toda índole y cualquier acontecimiento de la vida cotidiana. Al paso de los años se crearon espacios adecuados con determinadas características, las cuales derivaron en un modelo o concepto de cafetería propio de cada época.

A partir de los años treinta la demanda de este tipo de negocios aumentó entre la población, y con ello el abastecimiento de la materia prima para cafés, restaurantes y hogares. De esta manera surgieron los molinos  y comercializadoras de café de distintas variedades, procedentes de Veracruz y Chiapas. Vale decir que en otro tiempo no era común el café soluble que ahora conocemos. Su preparación se realizaba de manera artesanal, es decir, en jarras y ollas.

Dos de las empresas más antiguas eran el Café Molino Rojo (Juárez 13 y 14 y posteriormente Hidalgo 11 y 12), propiedad de Alberto Montelongo, donde se elaboraba café caracolillo de exportación, Córdoba y Café Huasteco al menos desde 1932. El proceso de industrialización concluía al embolsarlo en recipientes de celofán con las etiquetas o marcas Negrito y Café Comercial. Este negocio, establecido a finales de la segunda década del siglo XX, acostumbraba realizar publicidad a través de versos populares:

El café puro y molido,

que su aroma causa antojo,

siempre es de El Molino Rojo,

por todos muy conocido.

Otro molino importante era el Café Kuko (Hidalgo 12 y 13) contiguo al Estanquillo Idolina. (El Heraldo de Victoria/junio2/1946). Además del Café Fénix (7 Hidalgo y Morelos) “Que por su exquisito sabor, hace las delicias de quienes lo toman.” En 1949 existía el Café Rico, establecido en Hidalgo 12 y 13 “Único. Absolutamente Puro.” Una de sus presentaciones era en bolsitas económicas que se vendían en tiendas de abarrotes.

Otras marcas locales que competían con productos de diversas ciudades del noreste mexicano, eran La Castellana productora del Café Teka y El Molino Bohemia de poca presencia en el mercado. En cambio el primero instaló una cafetería propiedad del ingeniero Tabaré Morales en la calle Hidalgo 16, muy famosa entre burócratas, políticos y periodistas de finales del siglo pasado.

Como parte promocional para atraer clientela, las empresas incluían en el producto cupones y boletos, canjeables por diversos premios. Lo mismo al reunir determinada cantidad de bolsitas vacías, era posible ingresar al cine, teatro y circos. En 1949 existía el Café No. 1 opuesto a estas promociones: “Sin Premio, pero con Café. Pídalo en su Tienda de Abarrotes o en la Calle Hidalgo 6 y 7.”

La década de los treinta del siglo pasado generó enorme expectación en cuanto a la apertura de cafeterías y restaurantes. La costumbre de tomar café se relaciona con la historia cultural, migración, economía, vida cotidiana y convivencia en la localidad. Uno de los lugares era el Café Juárez, frente a la Plaza Juárez propiedad de José G. Martínez, atendido por don Basilio: “El mejor restaurante de la ciudad, servicio a la carta y comidas corridas. Especialidad en lonches para fiestas y días de campo, kekis y pasteles para felicitaciones con iniciales. Cerveza de todas marcas.”

El Café Victoria de José C. González duró varios años en uno de los costados de la Plaza Juárez. Además, ofrecía cerveza de barril bien helada. En el mismo sector se encontraba el Café Mitla, atendido por Domingo García, abierto día y noche.

El Café Alcázar, del chino Pedro Wong, se anunciaba en 1938 como “El Mejor de la Ciudad. Limpieza Absoluta y Atención Esmerada” en el 15 Hidalgo (actual Mueblería Villarreal) donde servían a la clientela una buena variedad de vinos finos. En el anuncio que aparece en El Gallito destaca una viñeta de un caballero degustando una humeante taza de café. El Alcázar era preferido de personas de buen gusto, donde se comía bien acompañado de cervezas Carta Blanca, Bohemia y Monterrey bien heladas.

El Café Colón era también restaurante y nevería: “El único en esta ciudad donde se come bien, servimos a usted en su casa exquisitos helados y facilitamos el servicio, nuestros helados son hechos aquí, Hidalgo y 13. (El Gallito/20 de junio de 1938.) El domingo la comida valía $1.50 con el siguiente abundante menú en varios tiempos: “Crema de Tomate, Macarrón al Gratín, Filete Sol, Ensalada Bretona, Milanesa Colón, Frijoles Refritos, Flan de Vainilla, Café o Té y mariscos frescos todos los días.”

“Si su Exquisito Paladar Quiere Deleitar, Ocurra al Café Alhambra” (16 Hidalgo y Morelos), cerca de los cines Obrero y Juárez abierto a cualquier hora del día y atendido personalmente por su propietaria Laura Galindo G. Parte del variado menú incluía café, tamales, menudo, cerveza Carta Blanca y mole los domingos. Su apertura se remonta a febrero de 1946. (Atalaya/febrero 3/1946)

El 18 de diciembre de 1948 fue solemnemente inaugurado el Café Tupinamba en la calle 8 Hidalgo y Morelos. Gracias al esplendor económico generado por los numerosos turistas que transitaban por la Carretera Nacional, algunos extranjeros decidieron establecer negocios en Victoria.

Uno de ellos era El Café Colonial atendido por los esposos Destassiaux, en el 8 Juárez. Había café especial a toda hora y se hablaba inglés y español. (El Noticiero/diciembre 17/1948). A mediados de la misma década era célebre entre los victorenses desvelados El Café Alameda -Hidalgo 17- servicio día y noche propiedad de Santos Rubio, donde además del café expreso y lechero servían un espléndido menudo, tamales y los infaltables tacos.

Don Agapito González, quien participó en las filas revolucionarias, decidió establecerse en Victoria al concluir la lucha armada. Su verdadera vocación era ser de chef y hotelero. Administró varios años el Hotel González y cerrar las puertas  y construirse el Hotel Sierra Gorda, abrió el Café González en el 10 Hidalgo y Juárez, con servicio de comidas a la carta y antojitos mexicanos. Para entonces existían numerosas panaderías, donde elaboraban el complemento indispensable del café, por ejemplo Panificadora Victoria de Alfredo Negrete, Panadería Royal de Nemesio García y El Nuevo Cantón de Simón Won Wing. (Próxima semana Café California, Cafés de Chinos y otros.).

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