Santiago Tolson.-
Hermoso título el de este nuevo libro de Rebecca Bowman. Evoca un topónimo en lengua precolombina tal vez desplazado por un nombre espurio del santoral geográfico impuesto por el fanatismo imperial de religión dominadora. “Lugar de aguas” expresa, en cambio, un sentido original de tierra propia, de territorio ancestral e intransferible.
Escritora auténticamente fronteriza, intelectual de dos territorios enlazados, dos territorios demarcados por las aguas no del todo divisorias, Rebecca Bowman narra desde la observación enamorada de su entorno: las personas –lo humano– del terruño.
Bilingüe, bicultural, Bowman ha escrito anteriormente en sus dos lenguas maternas: el inglés heredado de su madre californiana y su español de madre de prole mejicana. Y ahora nos entrega un libro escrito en esta tercera lengua de frontera, la que ha venido a oír y a entender en su Texas adoptiva.
Instrumento del escritor son las lenguas, las varias que pueda reconocer como suyas. En éste, su Lugar de aguas, Rebecca Bowman emplea con pleno derecho de conocedora el espíritu de la lengua local que ha aprendido a entender y hacer suya en estas tierras tejanas. No por nada su libro se publica bajo el sello de Flowersong Press, proyecto editorial declaradamente bicultural y regional.
Son treinta y tres los cuentos que conforman este libro. Cuentos breves, exactos como breves instantáneas. Treinta y tres piezas de un mosaico, de un mural colectivo como los que se ven en las paredes de las ciudades de la frontera. La portada del libro, con su tren decorado de graffiti, representa visualmente lo que define a este libro como obra literaria: ser un conjunto de graffiti personales, rúbricas propias de diversos individuos: confirmación de su presencia virtualmente anónima.
Mosaico, mural, tren con graffiti y también colección de retratos de un grupo es este libro. En él importan los individuos, uno por uno, individualmente: los variados representantes de una comunidad que vive su cotidiana experiencia en un lugar de aguas.
El final del cuento que le da título al libro expresa exactamente, en pocas, certeras palabras, lo que cada uno de estos textos ofrece: “Este cuento no es tragedia, es un poco más sobre la vida”, de esa vida que se vive en el mundo “raro, infestado de maleza, desordenado, maravilloso, sin sentido pero hermoso…” del que habla William Saroyan en el epígrafe que Rebecca Bowman pone acertadamente al comienzo de su libro.
No hay grandes sucesos ni anécdotas espeluznantes o conmovedoras en estos cuentos sino sucesos cotidianos, experiencias íntimas, secretas preocupaciones personales. Todo sucede sin grandes demostraciones ni melodrama. Son los cuentos de todos los días de personas comunes y corrientes.
En prácticamente todos los cuentos quien narra, quien habla o piensa para sí mismo es la figura protagónica. Y no hay un protagonista igual al otro, porque cuento a cuento se van haciendo presentes las más diversas personas, de las más diversas edades.
Las une el ser habitantes de este lugar de aguas colectivo y la mirada cariñosa, caritativa y comprensiva de la autora que al imaginarlas les da, como un demiurgo protector, voz y existencia propias.