junio 26, 2024
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julio 26, 2022 | 176 vistas

Lic. Ernesto Lerma.-

El realizador australiano Baz Luhrmann encuentra en la icónica figura de Elvis Presley y en la actuación del joven Austin Butler a un personaje inmejorable para explotar su parafernalia audiovisual. La exuberancia del cine de Luhrmann había encontrado un límite en “El gran Gatsby” (2013), una película en cierta manera algo fallida en la que el director no lograba imbricar su estilo audiovisual barroco con los dilemas existenciales y la introspección del personaje.

Por eso que el abordaje de la vida de Elvis Presley generaba cierta expectativa con un cineasta desbordante recreando la vida de un artista más grande que la vida misma, uno de esos tipos que redefinió la idea del showman y que se convirtió en mito. Por lo tanto, Elvis es todo lo que uno puede esperar de una película de Luhrmann, pero incluso más: porque al artificio constante, al juego exacerbado con los códigos del melodrama y a su habitual falta de miedo al ridículo donde puede pasar de un momento notable a uno bochornoso de una escena a la otra, el director suma un grado de profundidad inusitado.

Esto le permite no solo recrear a Elvis por medio de la imitación, y hasta de la exageración de la caricatura y en todo eso es clave la enorme actuación Austin Butler, sino que incluso logra un grado de cercanía que hasta le permite capturar la esencia del personaje. Elvis es Elvis. Esta noción de tomar la esencia del personaje no es algo menor si pensamos que Luhrmann navega aquí las turbulentas aguas del biopic musical. Este subgénero tiene reglas propias, pero el director usa esos marcos reguladores hasta hacerlos volar por los aires.

Si las biografías cinematográficas se han vuelto un compendio de datos enciclopédicos en eso que llamamos wikipedismo acomodados por la mayor o menor pertinencia del guión y dispuestos para un espectador campeón del dato y de la trivia, el director satura las dos horas y media de película con información, datos y detalles hasta volver todo un guiso de referencias medio inasible. La síntesis mejor lograda es la escena en la que comprime la etapa cinematográfica de Presley en una secuencia de montaje magistral. Luhrmann acumula esos datos, que pautan los giros dramáticos de su película, como elementos dispuestos para lo que importa: el Elvis artista, aquel que explotaba sobre el escenario.

Ese Elvis aparece por primera vez ante nuestros ojos en una de las mejores escenas, robando a pura electricidad gritos, jadeos y orgasmos de una platea que parece fundar el concepto de histeria en el Siglo XX. Pero otra cosa que pone a Elvis en un lugar desacoplado de la biografía tradicional es que el relato es llevado por la voz en off del Coronel Parker con un Tom Hanks algo deslucido, al que evidentemente le sienta mejor el relato clásico que la épica artificiosa de Luhrmann, representante histórico de Presley, y un personaje tan ambiguo como fascinante. El Parker que habla es el de los últimos años, el viejo decadente y enfermo que merodeaba los casinos de Las Vegas, el que ya había sido descubierto en todas sus trampas.

Por lo tanto, la voz en off no puede ser otra cosa que una mezcla de adoración y desprecio, o de auto-justificación. No deja de ser curioso que Luhrmann elija a Parker como punto de vista, aunque también es cierto que Luhrmann, ilusionista del cine, siente una empatía evidente por ese personaje que es un poco un charlatán de feria como el personaje Harold Zidler interpretado por el actor Jim Broadbent en la película “Moulin Rouge” (2001). Por lo tanto, Elvis, la película, opera sobre la figura de Parker que le da el beneficio de la palabra pero también lo desnuda de la misma manera que Parker opera sobre el Elvis personaje.

Todos los reparos se detienen cada vez que Elvis/Butler sube al escenario. Aquella secuencia iniciática en la ciudad de Memphis, la preparación de un especial navideño, los shows en Las Vegas, todo está filmado con un nivel de energía que muy pocos pueden capturar en el cine actual. Y no son muchos, además, los que lo hacen a puro movimiento; pero Luhrmann lo logra: la puesta en escena brilla, el montaje es preciso y fundamental, y las ideas visuales se acoplan al ritmo de las canciones.

Es como si para el director todo lo que sucede por fuera del escenario no fuera más que un tiempo muerto solo justificado por esos estallidos multicolores del artista. Sobre el final Luhrmann pone el pie en el freno y logra dos secuencias muy buenas: una, la despedida que Elvis tiene con su mujer y su hija; la otra, aquella que por medio de una transición brillante pasa del registro de la ficción del rostro de Butler al registro documental del verdadero Elvis. Que no logremos dilucidar cuál es cuál es uno de los guiños que evidencian que se logró el milagro, que la película capturó la esencia. O que, simplemente, “Elvis” está como el Rey del Rock que sigue aun vivo.

La cinta Elvis arranca con el logo de Warner Bros. enjoyado donde queda claro que lo que seguirá serán más de dos horas de excesos. La vida de Elvis vista por Baz Luhrmann no merecía menos. Aunque a Luhrmann no le guste hablar de biopic, “Elvis” es un biopic de principio a fin, bien instalado en su era, eso sí, resaltando lo que el Rey del Rock hizo por el progreso social desde su escenario. Avivó la revolución sexual con su movimiento de caderas, y se rebeló contra las convenciones y políticos racistas, con una música que estaba inspirada en su propia epifanía vivida entre Góspel y Blues.

Mi 9 de calificación a esta magnífica cinta por la tragedia de Elvis Presley que está contada con el estilo particular de Baz Luhrmann y el resultado es un grandioso homenaje al Rey del Rock, y es que se puede pensar en Baz Luhrmann como uno de los pocos y verdaderos autores que sobreviven en el cine actual. Su filmografía es corta, pero auténtica y contundente con “Strictly Ballroom”, “Romeo + Juliet”, “Moulin Rouge”, “Australia”, “The Great Gatsby”, todas estas películas poseen su sello personal y exploran sus intereses particulares.

Luego de casi una década de ausencia en la gran pantalla ya que su última cinta fue la adaptación de la novela de F. Scott Fitzgerald, la cual puede considerarse como su obra más irregular, Luhrmann hace un regreso triunfal con “Elvis”, quizás uno de los mejores biopics sobre músicos en la historia del cine porque esta es una cinta superior a “Bohemian Rhapsody” (2018) y “Rocketman” (2019), así como una de las películas más resonantes en la carrera del director australiano, junto a la magistral “Moulin Rouge”.

La vida de “Elvis” llevada al cine por Luhrmann y los guionistas Sam Bromell, Craig Pearce y Jeremy Doner, es contada desde la perspectiva del “coronel” Tom Parker, el infame mánager del Rey del Rock, interpretado estupendamente por Tom Hanks, casi irreconocible bajo un estupendo trabajo de prótesis y maquillaje. Aquí, Parker se defiende de la acusación de haber acabado con Elvis, argumentando que fue el amor el que mató al Rey del Rock.

Esta premisa corresponde a Luhrmann en su máxima expresión. Si quieren una versión más precisa sobre la vida de Presley, el filme documental “This Is Elvis” (1981), dirigido por Malcolm Leo y Andrew Solt es tremendamente informativo. Pero si quieren vibrar de emoción y ver a un director de cine hacer despliegue de su talento, esta película es su mejor opción. Elvis es encarnado por Austin Butler, un muy joven actor que se inició participando en series televisivas para preadolescentes y que obtuvo el papel por encima de Harry Styles, Miles Teller, Ansel Elgort y Aaron Taylor-Johnson.

La elección de Luhrmann no pudo ser más acertada. Butler captura la belleza, la sensualidad, el talento y el carisma de Elvis, de una forma que bien puede describirse como espectacular con letras mayúsculas. Muy probablemente veremos tanto a Hanks como a Butler dentro de los postulados a los próximos premios Oscar 2023 de la Academia. Pero más allá de unas interpretaciones sobresalientes, la película de Luhrmann llega a ser un trabajo que permite ver el proceso creativo de su protagonista.

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