marzo 19, 2024
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agosto 16, 2022 | 145 vistas

Lic. Ernesto Lerma.-

En esta comedia de acción, que podría haber sido una cinta palomera insoportable, es un espectáculo claramente disfrutable a partir de cómo coloca el entretenimiento como su máxima prioridad. Hace poco le comentaba acertadamente a un amigo que en mi opinión, “Tren Bala” es un poco como esas películas de finales en la década de los años noventa que se subieron a la euforia tarantinesca mal entendida, y de la que el cine de Guy Ritchie fue su representante más notorio.

Todo está, efectivamente allí: la mezcla de comedia y policial con trucos de guión a cada minuto; la acumulación de estrellas hollywoodenses grandes y pequeñas armando shows propios que interactúan entre sí; la violencia caricaturesca y hasta banal; y un ensamblado estético y narrativo donde el tono canchero es la regla dominante. Pero lo que hace que el espectáculo no sea un desfile de egolatría insoportable es la ligereza aportada por un formidable actor como Brad Pitt en rol el protagónico, que sirve para enfocarse mejor en lo que pide el relato.

Y eso que la presencia de un cineasta como David Leitch (un digno heredero, para bien y para mal, de Ritchie) prometía un exceso de autoconciencia y meta-lenguaje, donde el riesgo de convertir a los personajes en meras superficies era alto. Sin embargo, “Tren Bala” es, esencialmente, una película de Pitt que entendió que ya no necesita buscar prestigio (al fin y al cabo, ya se llevó todos los galardones, incluido el premio Oscar, por la actuación más bien correcta, que fue en el filme “Había una vez en…Hollywood”) y que es el momento de divertirse.

Pero también que esa diversión no tiene que ser solo para él y sus amigotes, como en la trilogía de “La Gran Estafa” (2001/2004/2007), dirigida por otro realizador que privilegia el gesto astuto, como el director Steven Soderbergh, sino que debe incorporar al público y hacerlo partícipe de la fiesta. En este caso en la historia de la película, interpretando a un criminal a sueldo a veces ladrón, a veces asesino, que está tratando de recobrar la armonía con el universo y al que le toca un trabajo en apariencia muy sencillo: entrar a un tren bala que va de Tokio a Morioka, sustraer un maletín y bajarse en la próxima estación.

Obviamente en la trama, todo se complicará, porque allí hay varios asesinos, cada uno con diferentes propósitos, aunque con historias en común, que irán colisionando en cada vagón. Si el planteo inicial pareciera limitar todo a una serie de confrontaciones en el tren, la estructura narrativa irá dejando en claro que todo es bastante más complejo, con varios flashbacks que irán trazando un universo donde interactúan diversas organizaciones mafiosas, más algunas historias tan trágicas como disparatadas. Todo esto convive con el dilema de fondo: quién y para qué puso a toda esa gente dentro de ese tren que se convierte en un viaje infernal, a toda velocidad.

La clave para que se sostenga ese entramado (que, si se lo piensa mínimamente, es arbitrario y hasta inverosímil) es precisamente la velocidad: no solo la del tren, sino también la de los personajes que no paran de moverse y/o hablar rápidamente, incluso cuando están sentados, la trama que suma elementos a cada minuto y la de la puesta en escena, que se apoya en una edición y montaje bastante frenético. Eso y un humor ligero, porque es notorio que Pitt no se toma en serio a sí mismo y eso contagia a todo lo que rodea: “Tren Bala” no pretende ser otra cosa que dos horas de diversión y no se embarca en una competencia para demostrar que es más inteligente que el espectador.

Esa liviandad constante es la que permite que el filme nunca caiga en la pedantería o la propuesta algo vacía, como ocurre a menudo con las películas de Ritchie, Soderbergh o incluso hasta del mismo Quentin Tarantino. “Tren Bala” construye a cada minuto un mundo superficial, artificioso, definitivamente efímero, pero indudablemente muy entretenido y alejado de cualquier tipo de didactismo artístico. Pitt nos propone pasarla bien durante todo un rato y todos los que lo rodean, por suerte, entienden ese juego. Desde ahí, “Tren Bala” recupera una voluntad lúdica que ha quedado un poco marginada en el cine del Hollywood actual.

Eso la convierte en una película de otro tiempo y lugar, pero en un sentido ciertamente virtuoso. Disfruta en cartelera la nueva película de Brad Pitt, quien es un criminal con algo de mala suerte. La pareja creativa y en la vida real, matrimonio, formada por el director David Leitch (Deadpool 2) y la productora Kelly McCormick (Nobody), combinada, además, con una pata más en la producción, la de Antoine Fuqua (Training day), ha dado a luz a una película que quiere parecer libre y alocada, pero por momentos se agrieta y deja ver cartón.

Los elementos que funcionan son aquellos a prueba de balas: el carisma de Brad Pitt con gorro de pesca; escenas de acción bien rodadas y divertidas, con alma de cine clásico, pero dibujadas entre neones por un director con experiencia o una banda sonora que incluye versiones latinas de los Bee Gees. Estos experimentos tienen menos sentido. Las decisiones de maquillaje y vestuario no viajan, en ocasiones, en paralelo a la personalidad de los personajes. Algunas decisiones de reparto parecen demasiado medidas y otras, los cameos finales, sencillamente atribuidas a aquellos que estaban disponibles.

“Bullet Train” se sonríe con su enrevesada serie de conexiones que llevan a un atar cabos final a golpe de katana, puñales, somníferos, maletines macguffin, sicarios con dudas laborales y otros objetos letales. No por nada Leitch deja que sea una botella (literalmente) la que resuma todo el filme en un plano secuencia. Y deja que sea un Brad Pitt como nunca, una especie de Gastón el Gafe en terapia que prefiere hablar las cosas antes que matar a sus interlocutores, quien conduzca este coctel molotov a mil por hora. Leitch se pasea arriba y abajo; dentro y fuera, de este tren sin frenos como ese revisor que pide a cada uno de sus pasajeros un billete de ida que es en realidad una seña de identidad de cada uno de ellos.

Mi 8 de calificación a esta producción fílmica porque cuando en este frenético tren bala que se mueve más por la abracadabrante inercia de las casualidades que por la velocidad de su alocada sublimación del cine de acción (del cine del propio David Leitch) vemos que el personaje de Joey King (quien se diría surgida de un sueño húmedo del Quentin Tarantino de Kill Bill) lee con interés la súper pulp Shibumi del magistral Trevanian todas las cartas de este flipante divertimento sobre el asesinato (y la mala suerte) quedan al descubierto.

“Bullet Train”, fiel en lo esencial de su jardín zen con asesinos de élite fracasando una y otra vez en sus misiones e interacciones a la novela del japonés Kôtarô Isaka, sería “El expreso de Chicago” (Arthur Hiller, 1976) pasada por el sentido de lo extremo de los bolsilibros de Trevanian. Solamente adaptado al cine en una ocasión, la alpinista “Licencia para matar” (1975) de y con Clint Eastwood, el universo de “sancionadores” a sueldo del escritor se apodera de una historia que son muchas historias, de un cartoon con personajes que no ocultan jamás su condición de dibujos animados.

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