diciembre 11, 2024
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septiembre 12, 2022 | 259 vistas

Francisco Ramos Aguirre.-

Mi más grato recuerdo de las casas donde he vivido, son los pisos. En aquellas habitaciones, patios, zaguanes y corredores de mi infancia, construidos de adobe y techos terrados, predominaban las losetas de barro. Eran unas piezas rústicas, voluminosas, amarillentas y estrías rojizas donde las escobas, trapeadores y petróleo, dejaron una capa brillante, similar al porcelanato.

Particularmente viene a mi memoria una antigua y enorme residencia de paredes gruesas, a unos metros de la iglesia de San Juan Nepomuceno.  Durante las noches después de cenar, los adultos nos hablaban de espantos, ruidos de cadenas y puertas que se abrían sin motivo aparente.

En medio de todo esto, alguien convenció a mi padre que bajo los pisos existía escondido en algún lugar una relación o tesoro.  Cierta ocasión, llegaron a nuestro hogar unos desconocidos con palas y talaches con la única misión de hacer excavaciones a lo largo y ancho del recinto. Después de varias jornadas y generar un caos familiar, se retiraron sin el apreciado entierro.

Pasaron los años y gracias a los afanes aspiracionistas de la familia, tuvimos casa propia construida de ladrillo y concreto. Gracias a ello, disfruté del célebre mosaico de pasta bajo mis pies, como si estuviera en el Palacio de Versalles.

Desde luego, aquel piso era sencillo. Nada de figuras geométricas exóticas, colores llamativos ni diseños de catálogos exclusivos. Eso si, cada una de los cuartos tenía su respectivo zoclo; palabra que desde entonces incorporé a mi vocabulario.

Respecto al mármol, lo conocí de cerca únicamente en los monumentos funerarios del cementerio. De ese macizo material conservo una figurita de elefante con la levantada en señal de buena suerte. Se trata de un obsequio de un entrañable amigo de Querétaro; aunque a decir verdad jamás he certificado si realmente es ónix.

Más recientemente, para entrar al contexto de arquitectónico de los ochenta, a Lupita se le ocurrió comprar piso de granzón. Algo así como granitos o piedritas de mármol o marmolina, mezclados con cemento blanco.

Al no resultar funcional ni estético, literalmente perdimos el piso y entramos a la dinámica del Vitropiso, Interceramic, Lamosa y todas las marcas inimaginables de aquel momento.

En esta época de simulación, donde la apariencia supera la realidad, finalmente nos convencimos que en los brillosos pisos y azulejos industriales producto de la modernidad, quienes no caen y se resbalan. Y todo por negarnos a utilizar materiales de construcción amables con la naturaleza, como dicen los clásicos ambientalistas.

Hace días recordé a uno de mis maestros cuando comentó que la historia tiene respuesta para todo. Entonces me dispuse a buscar la verdad histórica del asunto y visité algunas residencias y edificios antiguos Victoria.

Para sorpresa, algunos de ellos aún conservan vestigios de mosaicos grabados en la memoria de mis tiempos. Para iniciar bien mi recorrido por en centro de la ciudad, descubrí en la banqueta de la calle Morelos Siete y Ocho mosaicos grises con grecas y bajo relieves, algo desgastados por el uso cotidiano y las inclemencias del tiempo.

Otro mosaico clásico que lo podemos apreciar en ese lugar y en la acera sur de la presidencia municipal es de color gris con rojo. En el interior de la Basílica del Refugio, aún se conservan mosaicos originales de mediados del siglo pasado, una especie de flores color vino.

Probablemente este modelo y otros, la mayoría con medidas de 20 x 20 centímetros, aparecieron de los años treinta y cuarenta; aunque para entonces existía la Fábrica de Mosaicos La Victoria de Ricardo Haces, establecida en 1928 en Hidalgo 103 donde también vendían “Materiales para Construcción y Saneamiento.”

Un piso de buen gusto se encuentra a la entrada del Colegio Antonio Repiso, donde se aprecia el diseño de un sarape de Saltillo plasmado en mosaico de pasta fabricado artesanalmente.

En el recibidor y pasillos del Hotel Los Monteros, los mosaicos y respectivos zoclos son lisos, color rojo y amarillo, algunos jaspeados y mayores dimensiones. Caminando hacia el poniente por la calle Hidalgo, ingresé al negocio Caperucita, antigua residencia de la familia Higuera, donde el propietario me mostró un lote de losetas de barro, probablemente procedentes de Europa y varias piezas de mosaicos de pasta.

Una de las más valiosas joyas del patrimonio arquitectónico de Victoria es la ex residencia del doctor Felipe Pérez Garza -Matamoros y Once-. A finales de la década de los veinte sustituyó la duela por mosaicos de pasta adquiridos en Monterrey.

En el zaguán está decorado con un piso de pasta cuadrado y octagonal. Las figuras que lo adornan son flores blancas, similares a las de anacahuita. Al centro se entrelazan geométricamente varias figuras en color gris, verde y rojo. El piso de otra de las habitaciones está recubierto por un mosaico con un creativo diseño artístico de flores combinadas con tonos blancos, amarillos y rojos; mientras en una de las esquinas destaca un dibujo que al unirse las cuatro piezas forman un llamativo diseño.

La calidad y resistencia de los mosaicos de antaño se demuestra con su presencia en varias calles, residencias y edificios públicos de la localidad.

Algunos de ellos son la escalera y el segundo piso de la presidencia municipal donde aún se pueden observar vestigios de los pisos originales. Lo mismo en una sección del edificio que ocupó la casa de la familia Zorrilla, después Hotel Palacio del 17 Hidalgo.

Sobre el ramo de la construcción, a finales del siglo XIX surgió la Sociedad Comercial Quintana y Haces – Antonio y Ricardo originarios de España-, propietarios de la ladrillera Cerámica, donde se fabricaban de manera artesanal productos de barro.

El joven Ricardo traía entre sus pertenencias un grabado con la leyenda: “Oficio noble y bizarro. Entre todos el primero,  pues en la industria del barro Dios fue el primer alfarero y el hombre el primer cacharro.”

Mientras en 1920 existía en Tampico una fábrica de mosaicos; en 1919, se anunciaba en el periódico Alba Roja de Ciudad Victoria la Fábrica de Ladrillos Caballeros, con depósito y venta en la calle Allende Siete.

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