Esta precuela donde el Depredador llega a la Tierra en el año 1719 y se encuentra con unos cazadores tan expertos como él, le da un giro ciertamente renovador a la franquicia, aunque sus méritos, aunque atendibles, no dejan de ser algo limitados, ya que la euforia que se desató alrededor de “Depredador: la presa” me parece algo excesiva y creo que quizás tuvo que ver la decepción generada por “El depredador” (2018).
Así, aquella película de Shane Black no había estado a la altura de las expectativas y, por contraste, no se esperaba mucho de esta nueva entrega que funciona como precuela y que, con algunos elementos interesantes, logra delinear un relato sólido, aunque sin salir mucho de lo predecible. Eso en el contexto de una franquicia que ya luce bastante exprimida, aunque todavía tiene algo para dar.
La situación planteada, en especial a lo referido al tiempo y al lugar, no deja de ser atractiva: el relato se va hasta 300 años atrás, al territorio de la Nación Comanche, donde llega uno de los primeros depredadores. Allí se irá delineando un enfrentamiento entre esa criatura alienígena, un experto cazador, con toda clase de recursos tecnológicos a su disposición, y Naru, una joven guerrera.
Ella quiere probar su valía dentro de su tribu, y encontrará en ese duelo una prueba que la llevará al límite de sus posibilidades. Queda ahí establecido no solo un duelo de voluntades, sino también una vuelta de tuerca adicional a lo que venía ofreciendo la saga, que es una historia de crecimiento y aprendizaje dolorosos: Naru no solo deberá superar sus inseguridades y miedos, ya que además deberá imponerse como única superviviente.
En esa apuesta narrativa, donde la mitología de la saga queda en un plano casi secundario, el filme de Dan Trachtenberg (realizador de otra película un tanto sobrevalorada como es “Avenida Cloverfield 10”) se propone construir su conflicto con paciencia, apoyándose en el diseño de los personajes y, en particular, de su heroína casi accidental e improbable. Esa decisión es ciertamente inteligente.
Sin embargo, los resultados son apenas aceptables, al menos en la primera mitad del metraje. Eso ocurre porque al guión le cuesta salir de las remarcaciones discursivas para retratar una comunidad basada en las demostraciones de fuerza y habilidad, y en la que la protagonista suele quedar relegada, a lo que se suman sus propios temores frente a los desafíos que afronta. No es que el filme quiera armar un gran alegato feminista a partir del contexto que aborda, sino que le cuesta escapar de lo esquemático y esperable para su estructura argumental.
Es en su segunda parte, cuando las matanzas se van acumulando y los choques de voluntades quedan afianzados, que “Depredador: la presa” encuentra sus puntos más altos, porque casi todo (incluidas las posiciones morales) se expresa a través del movimiento y la fisicidad. Es incluso allí, de la mano de la corporalidad, que los diálogos previos cobran o más bien refuerzan sus significados. Asimismo, el perfil identitario de Naru se potencia y ya no son necesarias las remarcaciones.
Su “camino del héroe” se completa entonces con solidez, a partir de un duelo final muy bien planteado desde la puesta en escena, que incluso se permite dialogar con la iconicidad de la saga sin perder por eso rasgos propios. Ahí no importan algunas “licencias poéticas” que se toma la película, lo que prevalece es la lucha de esa joven por sobrevivir y cómo define su identidad en la colisión con esa criatura tan sagaz como cruel que es el Depredador.
Mi 8 de calificación a esta cinta, recuerdo que era el año 1987 y los espectadores quedamos sorprendidos con una de las mejores películas de acción de todos los tiempos. “Depredador” de John McTiernan y protagonizada por Arnold Schwarzenegger, fue una cinta brutal con elementos de ciencia ficción y una premisa simple, pero efectiva. Un cazador alienígena llega de safari a la Tierra y se enfrenta a un grupo de soldados.
El tremendo éxito de la cinta llevó a una secuela dirigida por Stephen Hopkins y protagonizada por Danny Glover, que no fue tan popular como su predecesora, pero que se arriesgó a plantear algo diferente, al sacar al cazador de la selva para ubicarlo en un contexto urbano. A finales del siglo XX, la industria del mercadeo nos inundó con muñecos, videojuegos y cómics del “Depredador”.
Y en el siglo XXI, se intentó recuperar la franquicia fílmica con varias películas. “Alien Vs. Depredador” (2004), “AVP: Réquiem” (2007), “Depredadores” (2010) y “El Depredador” (2018) fueron todas decepcionantes y desastrosas. Pero gracias a Dan Trachtenberg, el salvador de franquicias, Depredador ha vuelto al ruedo. Este director fue el responsable de convertir a “10 Cloverfield Lane” en todo un clásico de la ciencia ficción distópica y el terror minimalista.
“Depredador: La presa” viene a ser una digna precuela de la cinta de 1987 y nos hace olvidar de todos esos horribles intentos millennial por resucitar la franquicia, los cuales deberían sepultarse en una fosa común junto con “Terminator: Destino oculto”, “Alien: Covenant” y “Matrix: Resurrecciones”; este filme es un trabajo minimalista pero rico en adrenalina que llega a ser un espectáculo digno de ver.