En el año de 1978, John Carpenter sorprendió a los amantes del cine de terror con “Halloween”, una efectiva cinta de muy bajo presupuesto acerca de un asesino en serie enmascarado llamado Michael Myers, que acosa a Laurie Strode, una joven niñera encarnada por Jamie Lee Curtis.
El éxito de la película trajo consigo a “Halloween II”, que no llega a ser una mala secuela, pero que sufre por el cambio de su director. “Halloween III: El imperio de la brujería” es una tercera entrega que se atreve a contar una historia de día de brujas completamente diferente y es castigada por ello.
Sin embargo, la franquicia se revive con la espantosa “Halloween 4: El regreso de Michael Myers” y es perpetuada con “Halloween 5: La venganza de Michael Myers”, “Halloween 6: La maldición de Michael Myers”, “Halloween H20” y “Halloween: La resurrección”, todas igualmente pésimas.
En el 2007, Rob Zombie decide dirigir un reboot de “Halloween” que llega a ser aterrador y digno sucesor de la trilogía original. Pero la menospreciada secuela, también dirigida por Zombie, no obtuvo el favor del público. Y en el 2018, llega David Gordon Green, el director de las estupendas “George Washington”, “Pineapple Express”, “Joe y Goat”, con una recuela de “Halloween”.
Esa secuela ignora la parte tres en adelante de la saga original, para convertirse, supuestamente, en la “tercera parte oficial”. El resultado fue un éxito de taquilla, pero una mala película, pese a la participación de Jamie Lee Curtis y a un director de talento confirmado.
“Halloween: La noche aún no termina”, la segunda parte de la trilogía propuesta por Green, es un trabajo mediocre e inferior a su predecesor, el cual nos hace extrañar a la terrible “H2O” como si se tratara una buena película. Y ahora llega “Halloween: La noche final”, el supuesto capítulo de cierre que acabará de una vez por todas con las andanzas de Michael Myers.
¡Sí, claro! ¡Cómo no! ¡Ajá! En esta entrega recalcitrante (la número trece de la franquicia), también dirigida por Green, se nos cuenta la trágica historia de Corey (Rohan Campbell), un niñero que mató a un niño por accidente (en una bien lograda secuencia inicial) y quien termina, de una manera inexplicable, convirtiéndose en el aprendiz de Michael Myers.
Y como si las cosas no fueran lo suficientemente absurdas, Allyson (Andi Matichak), la nieta de Laurie Strode, se enamora de Corey, el “minion” de Myers. Vamos a tener varias muertes sangrientas (la mejor es la del DJ del pueblo), pero no las suficientes. Vamos a tener la icónica música compuesta por Carpenter, pero ya se siente repetitiva y cansada.
Y sí, vamos a tener el “enfrentamiento final” entre Strode y Myers, pero este no llega a ser para nada potente y mucho menos sorpresivo. Ni hablar de la secuencia final que más bien se parece al origen de Freddy Krueger, ese otro asesino del cine de terror que, como Myers, se niega a morir.
¿Qué queda ahora? ¿Michel Myers Junior? ¿Un crossover con Jason y Freddy? ¿Una precuela? Esperemos que nada de eso. Myers merece descansar en paz en el infierno. Trece películas de Hollywood ya son demasiadas. Como bien lo dice el popular meme: “¡Marica, ya!”
Mi 7 de calificación a esta simple cinta, porque al icónico asesino serial Michael Myers lo vemos que lo jubilaron con la mínima. La nueva continuación del clásico de John Carpenter no logra sostener las expectativas generadas, y se pierde entre homenajes, citas y pobres ideas de puesta en escena es básicamente todo lo que puede ser un slaher en 2022.
Ya han pasado casi cuarenta y cinco años desde la maravillosa creación de John Carpenter y de uno de los personajes cinematográficos más terroríficos. Hoy nos toca asistir a una versión lavada y tan mala de todo aquello que hasta dan ganas de abrazarlo. Bueno, no sé… El cineasta David Gordon Green cierra su trilogía con lo peor que se le puede tributar a la sagrada familia encabezada por Jamie Lee Curtis: falta de entusiasmo.
Y esta falta de entusiasmo (que venía asomando en las dos anteriores) se desparrama por diversos caminos que van desde resoluciones incoherentes en el guión y falta de solidez en la construcción de ciertos personajes, hasta una arbitrariedad absoluta en las elecciones dramáticas. El resultado final es similar al comienzo de “Blow Out” de Brian De Palma, cuando los gritos de las víctimas son apenas quejidos lamentables.
La primera tontera de la película es añadir a un joven, una versión ridícula de estudiante que se gana la vida cuidando chicos. Una noche, un accidente provoca la muerte del pequeño a cargo y ya nada es lo mismo. La secuencia no está mal, sobre todo si correspondiera a otra historia, pero sí hay algo que la torpeza de Gordon Green logra es desviar la atención y postergar lo más importante.