En una de las últimas notas de su diario, el profesor japonés Yoshio Kudo lamentaba unas jornadas laborales que empezaban temprano y podían alargarse hasta casi medianoche. Dos meses después, sufrió un «karoshi», una muerte por exceso de trabajo.
La agotadora agenda de Kudo no es una excepción en Japón, cuyos profesores tienen de las jornadas laborales más largas del mundo, repleta de tareas que van desde limpiar a supervisar los traslados desde la escuela a las actividades extracurriculares.
Un estudio de la OCDE en 2018 desveló que un profesor de educación intermedia en Japón trabaja 56 horas a la semana, contra una media de 38 horas en la mayoría de países desarrollados. Pero la cifra ni siquiera recoge la sorprendente cantidad de horas extras.
Una investigación de un centro de reflexión vinculado a un sindicato mostró que los profesores trabajan una media de 123 horas extras al mes, llevando su carga de trabajo más allá de la llamada «línea karoshi» de 80 horas.
Los docentes aseguran que están llegando al límite y algunos se han rebelado contra esta cultura a través de querellas. Este año, el oficialista Partido Liberal Democrático encargó a un grupo de trabajo estudiar la cuestión.