marzo 28, 2024
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diciembre 19, 2022 | 215 vistas

Francisco Ramos Aguirre.-

Suenen los pitos,

y los panderos,

que ya ha nacido,

el rey de los cielos.

Originalmente, las pastorelas eran obras teatrales populares representadas al aire libre en los atrios de las iglesias católicas. Uno de sus propósitos consistía en incrementar el número de feligreses, particularmente indígenas, aprovechando la época navideña de posadas, aguinaldos, piñatas y villancicos.

Lo mismo se ofrecían funciones nocturnas en casas y escenarios rústicos, alumbrados por mechones o lámparas de petróleo. Actualmente en Tula, Jaumave, Miquihuana, Palmillas y Bustamante se ofrecen montajes de pastorelas con algunos rasgos de aquellos tiempos.

El teatro religioso -misterios, autos, pastorelas, moralidades, coloquios y loas- sobrevivió un breve período en la época colonial de la Provincia del Nuevo Santander; si tomamos en consideración que el once de junio de 1765 fue prohibido por una Cédula Real. Probablemente debido a esta disposición se suspendieron los festivales culturales promovidos por el conde José de Escandón desde 1760 en la Villa de Nuevo Santander, con motivo del ascenso del Rey Carlos III.

En dicho contexto se ofrecieron a los pobladores actividades artísticas y entretenimiento: comedias, entremeses, sainetes, corridas de toros y mojigangas.

Para 1815 las pastorelas volvieron a cobrar vigencia, y se representaron “…en monasterios y casas particulares para celebrar el nacimiento del Niño Dios con dignidad y decoro.” Bajo estas circunstancias, se vendía en la Librería Jáuregui de la Ciudad de México una pastorela religiosa a dos reales el ejemplar.

En 1834, el gobierno de la capital del país emitió un decreto sobre pastorelas y coloquios, las cuales únicamente podían celebrarse por la tarde y concluir a las ocho de la noche, a reserva de pagar 50 pesos de multa. Tampoco podían llevarse a cabo en días laborales.

Para determinar su censura, el supremo gobierno contaba con una Dirección General de Estudios, encargada de dictaminar lo referente a este asunto. (El Fénix de la Libertad/febrero 10/1834).

Durante el siglo XIX se crearon varias imprentas que publicaron obras denominadas Coloquios y Pastorelas difundidas en la República Mexicana. Una de las editoriales estaba en Orizaba, Veracruz y era propiedad de Aguilar-Mendoza y Cía. Lo mismo, la Casa Otto y Arzoz de la capital mexicana, quienes ofrecían libros y música de pastorelas a precios accesibles.

El nacimiento de Jesús en Belén, con escenas de pastores y peregrinos era representado en colegios, casas particulares y mesones.

Una de las primeras piezas corresponde al poeta español Félix Lope de Vega consignada en su libro Los Pastores de Belén. En México, Joaquín Fernández Lizardi “El Pensador Mexicano”, además de su obra El Periquillo Sarniento, escribió La Noche más Venturosa o El Premio de la Inocencia con varias ediciones que circularon en la República.

Otras pastorelas célebres entre 1868 y 1909, fueron Noche de Gloria en Belén; Miguel y Luzbel; De Jesús El Natalicio, fue a los Mortales Propicio; El Amor de los Aldeanos de Miguel N. Lira; Gloria Eterna a los Mortales por las Furias Infernales; La Adoración de los Santos Reyes; El Diablo Predicador; El Testerazo del Diablo y El Milagro de la Virgen. (El Constitucional/1868/junio/3).

El género teatral pastoril fue muy popular en el noreste mexicano. En Monclova, Coahuila, se tienen noticias desde finales del siglo XIX, relacionadas con la espada del insurgente Aldama, utilizada por los cómicos de cierta pastorela navideña.

En Monterrey también existieron salas donde se escenificaron estas obras en los teatros Juárez y Zaragoza, lamentablemente incendiados a principios de la pasada centuria. Los regios se vieron en la necesidad de apreciar las pastorelas: “…al aire libre y en circos de carpa como cualquier populacho.” (La Patria/02/22/1910).

A decir de algunos puristas apegados al catolicismo tradicional, a finales del siglo XIX los autos sacramentales perdieron su esencia y sencillez, hasta convertirse en Coloquios. “…y a nuestros días han llegado al grado de escandalizar por su inmoralidad, con el título de pastorelas.” (El Tiempo Ilustrado/agosto 30/1896.)

En efecto, al transcurrir de las décadas se acreditó en México la tradición de su montaje en cualquier escenario; en ocasiones con fines de lucro y un enfoque divertido. Los argumentos anexaban giros temáticos ajenos a la religión, donde los diablos se convertían en los protagonistas y la gente apreciaba los chistes, bailes y música. Por ejemplo, durante el mes de diciembre se anunciaron cuadros poco ortodoxos en los teatros Apolo, Principal, Arbeu, Hidalgo, Novedades y Variedades de la Ciudad de México.

Incluso, eran ejecutadas por circos y compañías cómicas de la legua. (La Voz de México/1896/10/01). Lo mismo sucedió en San Luis Potosí en agosto de 1898 con Pata del Diablo.

Al salirse de control el uso religioso de las pastorelas, los clérigos y algunos periódicos realizaron una campaña contra las empresas teatrales, a quienes acusaban de inmorales y distorsionar el origen literario del argumento.

En Guadalajara, la jerarquía eclesiástica censuró la obra Los Dolores de María Santísima, escenificada en el Teatro Principal, al prohibir a los fieles “…asistir a tan sacrílega fiesta y sólo una insignificante concurrencia presenció la ridícula pieza.” Por su parte el periódico El Litigante exhortó a prohibir las pastorelas del Apolo…” (El Nacional/12/16/1887.)

En 1919 se presentó una función de pastorelas en el Salón México de Guadalajara, donde se originó un caso de homofobia, cuando un desconocido se introdujo a la fuerza y agredió varios de los actores y al promotor Prudenciano Guerrero.

“En esta capital se comenta el escándalo, porque la mayor parte de los protagonistas que intervinieron, son de los afeminados que con frecuencia organizan bailes y otras diversiones.” (El Demócrata /1919/03/18)

Vale recordar que el cronista Guillermo Prieto se sumó a estas opiniones, al reconocer casi al final de su vida que las pastorelas de 1893 no eran como las tradicionales. Es decir, cuando formaban parte del ritual de Nochebuena en el siguiente orden: la pastorela primero, después la misa de gallo y finalmente la cena familiar: “Ahora las pastorelas han huido a los teatruchos de los barrios, en donde cómicos abencerrajes del arte se dan gusto con los divinos zagales.”

En la actualidad, el encanto de las pastorelas continúa vigente en algunas comunidades más apartadas, particularmente del altiplano tamaulipeco. En cambio, la Iglesia católica las aniquiló de su agenda religiosa, probablemente porque existen otras modalidades de adoctrinamiento entre la sociedad contemporánea.

En cambio, las pastorelas cómicas y teatrales, como la de Tepoztlán de Miguel Sabido, continúan presentándose en escuelas, plazas, teatros y escenarios al aire libre. Aunque parte del argumento conserva su religiosidad; los ingredientes cómicos, musicales, dancísticos, costumbristas y versos jocosos convierten a la pastorela más atractiva, alegre y espectacular.

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