diciembre 14, 2024
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Criticando a ‘El Prodigio’

diciembre 20, 2022 | 200 vistas

Esta película del director Sebastián Lelio es una de las mejores producciones cinematográficas de este año 2022 que mantendrá una atmósfera de represión y de misterio, al alcanzar la suficiente intensidad como para despejarse de los parámetros de la corrección en esta actual era de las películas pensadas y concebidas para plataformas.

“El Prodigio” cumple con las reglas de manual con una estética conservadora que no ofende a nadie, una puesta en escena que se destaca por su virtuosismo técnico y un armado narrativo simple y claro. Pero como detrás hay un autor de nombre reconocido, debe existir una pequeña señal para que la despersonalización no sea absoluta.

De allí la introducción de un prólogo y de un epílogo ambientados en un estudio cinematográfico que nos conducen hacia la historia y nos despiden con una sentencia solemne. En el medio, el relato sobre una enfermera en el año de 1862 que acude a una pequeña comunidad irlandesa para investigar el caso de una joven que no ha ingerido alimentos en los últimos cuatro meses.

La gente acude al lugar para conocer el milagro. A partir de ese momento, la puja entre la ciencia y la religión será el nudo a desatar. El formato que elige Sebastián Lelio es el del thriller psicológico y por ello tiene una atmósfera de represión y de misterio, pero que sí alcanza la suficiente intensidad como para despejar de los parámetros de la corrección. En otros tiempos, los franceses la hubieran mandado a la hoguera del qualité.

La cinta confronta las creencias de la enfermera Lib (Florence Pugh), frente a un aparente milagro, y confirma el valor del escepticismo, los hechos duros, el sentido común, que no deben ser doblegados por el anhelo de ver, donde no existen, supuestos hechos sobrenaturales. La ignorancia y las supersticiones pueden conducir a decisiones destructivas insospechadas. “El Prodigio” (The Wonder) denuncia las barbaridades que se cometen en el nombre de la fe.

La cinta confronta las creencias de la enfermera Lib (Florence Pugh), frente a un aparente milagro, y confirma el valor del escepticismo, los hechos duros, el sentido común, que no deben ser doblegados por el anhelo de ver, donde no existen, supuestos hechos sobrenaturales, dictados por un orden divino que purifica. Luego de pasar por dolorosas pérdidas personales, y sola en el mundo, Lib es llamada a observar, y tratar de explicar, lo que parece una obra de Dios.

Y es que la niña Anna (Kila Lord Cassidy) sobrevive rozagante a cuatro meses de inanición, lo que la convierte en una santa. En el entorno rural de Irlanda, a mediados del Siglo XIX, se le considera la elegida del cielo para demostrar los poderes de la fe y su casa se ha transformado en paradero de feligreses. Para ser testigo de la taumaturgia de esta chica, la enfermera se encierra prácticamente en una habitación para vigilarla, turnándose como una rígida monja.

Por un lado, está la mujer de ciencia, que descree en de los fenómenos extraterrenales, y por otro, la religiosa que se aferra a la creencia de la intervención de los ángeles. En medio está una chica misteriosa, silente, prácticamente una ignorante, que únicamente repite que ella es instrumento del Altísimo para manifestarse en la Tierra. “El Prodigio” es un tipo de película extraña.

El título insinúa un espectáculo de asombro imponente, y ciertamente su elenco está a la altura del desafío, incluso si la película en su conjunto no lo está. Ambientada en 1862, está protagonizada por Florence Pugh en la piel de una enfermera inglesa llamada Lib Wright que acepta un trabajo temporal en las Midlands de Irlanda para observar a una niña de once años que, supuestamente, sobrevivió sin comer durante meses.

Con un telón de fondo irlandés, sombrío y hermoso, las tensiones de clase social, nacionalidad, género, fe y amor se agitan debajo de un estoicismo que no coincide con el título. En realidad, nadie parece particularmente asombrado por la joven que, en un momento en que la gente literalmente se muere de hambre, sobrevive sin nada en absoluto. La indiferencia de Lib es comprensible: sospecha de esta chica milagrosa, aunque no puede precisar la razón del engaño.

Ella enfrenta otros obstáculos, desde el consejo de clérigos que se niegan a no creer, hasta su propio dolor interno que amenaza con desarmarla. Si algo es una maravilla en esta película es el talento de la joven actriz Florence Pugh. Una y otra vez demuestra ser una actriz ágil, no exactamente camaleónica, pero lo suficientemente diestra para fundirse con sus papeles y revelar profundidades humanas tan complejas y con capas que crees que ella es todas estas personas.

Si esto pretendía ser un comentario sobre la naturaleza complicada de la paternidad y la fe, nunca se expresa de manera suficientemente explícita. La metáfora que se hace evidente del vínculo entre madre e hija tampoco aclara del todo la motivación, dejando una confusión difícil de aceptar. ¿Cuál es la respuesta al gran misterio de la película? ¿Y qué significa esa misteriosa e impactante escena final?

Mi 8.5 de calificación para el realizador Sebastian Lelio, otro de los genios que América Latina ha exportado al mundo, que presenta en Netflix, para las pantallas caseras, una obra que es, simultáneamente, portentosa y discreta, y que se va rostizando a fuego lento. La novela de Emma Donoghue es transformada en una protesta contra el oscurantismo. En el nombre de las creencias, el individuo puede ocultar cualquier secreto. La mente obcecada puede confundir sus anhelos con lo que cree que dicta la divinidad.

Los extremos son peligrosos cuando los secretos que se guardan tienen que ver con revelaciones insanas, aberrantes, horribles que no deben trascender el núcleo familiar. Son esas ideas retorcidas las que le quieren imponer a Lib, que lucha contra un mundo controlado por hombres que, perversamente, se aferran a sus ideas preconcebidas y hechas para la manipulación. Ellos ven a las mujeres vigilantes únicamente como instrumentos de confirmación, no como agentes de confianza.

Con un formato de thriller de época, la película se va interesando pacientemente en la vida de los personajes que esconden severos dolores espirituales. La fotografía de Ari Wegner, auxiliada únicamente de luz natural y lámparas, encuadra entornos fantasmales que abruman. Con un extraordinario manejo de sombras, crea composiciones estéticas de ricas texturas que remiten a escenarios barrocos.

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