¡Me faltaba Simón!

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El Contador Tárrega

Febrero es también el mes de la amistad. Anteriormente he hablado de algunos de mis amigos, sobre todo de infancia y juventud. He hablado de Chanis, Erwin, Robin, Beto Anzaldúa, pero me faltaba uno también muy importante: Simón Alberto López Ibarra.

Lo conocí cuando entramos a primero de primaria en el Colegio Tamaulipas. Lo primero que me llamó la atención fue su mochila. La mayoría llevábamos de esas mochilas de cuero duro color miel, con dos correas atrás para colgártelas de la espalda, sin mayor chiste ni gracia. Él llevaba una mochila muy estilizada, de piel más suave, color blanco, con un cuadro pequeño al frente, también de piel, pero color café oscuro, con sus iniciales grabadas (¡Wow!).

Me tocó sentarme delante de él, así que inmediatamente traté de hacer amistad con ese niño de mochila tan “nice”. Simón era (es) muy noble, así que correspondió a mi acercamiento y nos hicimos buenos amigos. Descubrimos que nos llevábamos exactamente un mes de diferencia en la fecha de nacimiento (5 de diciembre, 5 de enero); solíamos andar juntos en recreo, y niños de otros grupos pensaban que éramos hermanos, ya que decían que nos parecíamos (ya sé, Arlene, ya sé, vas a decir que tu esposo está más guapo).

La amistad se fue fortaleciendo poco a poco y con ello vinieron las visitas recíprocas y las “quedadas” a dormir en las respectivas casas. Fue así como conocí a su encantadora familia: Don Sergio Homero López Tijerina, renombrado abogado de la localidad, señorón enorme, con una cara de seriedad y de formalidad que me imponía mucho respeto. Doña Nachita Ibarra Pérez, UN AMOR DE MUJER que, inmediatamente, me trató como a uno más de sus cuatro hijos. Me atendía a cuerpo de rey y preparaba unos deliciosos hot-cakes cuando me tocaba desayunar con ellos. Todavía hasta la fecha le hablo cada Navidad y Día de las Madres y ella me sigue hablando con la misma ternura y cariño que en aquellos años. Curiosamente, no fue sino hasta hace poco que me enteré de que ella es hermana de Benny Ibarra (padre), aquel famoso rockero de los sesentas. Así que mi gran amigo tenía parentela famosa, y yo sin saber.

Toda mi primaria estuvo marcada por mi amistad con Simón y la relación con su familia. Fue en su casa donde vi por primera vez las caricaturas de La Pantera Rosa. Ahí me enamoré del programa musical La Familia Partridge y me volví adicto a comprar sus discos (todavía hasta la fecha los tengo dentro de mi música favorita). Con ellos fui varias veces al mar y le tomé el gusto a la música en inglés que sus primos y hermanos mayores ponían en la radio mientras íbamos de camino. Y cómo olvidar aquellos domingos que me invitaban a comer al Café Rey, en donde tenían un estante lleno de cómics para que los niños leyéramos mientras nos servían la comida. Creo que fue más lo que yo recibí de él y de su familia que a la inversa, lo bueno es que en esa edad los amigos no medimos la amistad poniendo en una balanza lo que uno y otro dan.

Como decía, compartimos grupo toda la primaria. En primero de secundaria casi no nos vimos, porque yo quedé en la mañana y él en la tarde en la secundaria Escandón. Un día, estando en una clase los primeros días, ya en segundo, va entrando Simón. El cabello largo casi hasta los hombros, en muletas y con una pata enyesada, se la había roto andando en motocicleta. Me sorprendió su cambio de “look”, pero me dio una alegría enorme que volveríamos a estar juntos, con lo que la amistad podría seguirse fortaleciendo. El único recuerdo ingrato que tengo de Simón fue precisamente en ese grado, segundo. Cuando le enseñé una foto de mi primera novia (bueno, segunda si contamos la del kínder), se le quedó viendo unos momentos y luego me dijo: “Está medio trompuda, ¿no?”. Méndigo Simón. Ese no es el apoyo que uno espera de su mejor amigo (ja ja, no te creas).

Así que, aprovechando la ocasión, yo le quiero decir a mi buen amigo: Gracias por haberme ayudado a disfrutar y entender el gozo enorme que brinda una amistad verdadera. Gracias por abrirme las puertas de tu casa, que para mí fue un segundo hogar por muchos años. Y gracias porque, a mucho tiempo de distancia, me sigues distinguiendo con tu valiosa amistad. Te mando un fuerte abrazo, mi querido Simón. Besos a tu hermosa madre.

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