diciembre 12, 2024
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marzo 28, 2023 | 136 vistas

Lic. Ernesto Lerma.-

Si la cinta de “¡Shazam!” en 2019 se planteaba, con relativo éxito, como una pequeña comedia de aventuras adolescente en una línea ochentosa y contemporánea a la vez, su secuela no pretende innovar en demasía. Ese gesto, donde la repetición convive con la profundización y expansión, le termina jugando a favor y la coloca en un lugar distintivo dentro del universo de DC, que está a punto de entrar en otra etapa de reformulación.

“¡Shazam!: la furia de los dioses” es honesta y consistente con su predecesora y consigo misma, incluso en sus defectos. Hoy que decir que, en su vocación por consolidar un tono juvenil y despreocupado, el filme del director David F. Sandberg (nuevamente a cargo de la dirección) va de menor a mayor. El relato parte desde un momento de crisis para Billy Batson/Shazam: le cuesta erigirse como líder de su grupo de héroes (que a su vez es cuestionado por los habitantes de la ciudad donde viven), no consigue consolidar su propia identidad dentro de su familia adoptiva y su autoestima está en baja.

Para colmo, la entrada a la adultez se aproxima rápidamente e indudablemente no se siente preparado para eso. En ese contexto, irrumpen las Hijas de Atlas, un trío de antiguas diosas que arriban a la Tierra buscando la magia que les fue robada hace un largo tiempo. A partir de ahí, se desatará una batalla por los poderes de los protagonistas, pero también por sus vidas y hasta por la supervivencia del planeta. A la película le cuesta plantear su conflicto central, en buena medida porque la abundancia de personajes lleva a un despliegue de subtramas a las que les lleva un tiempo amoldarse entre sí.

Pero pasado el primer tercio, se hace cargo de lo que debe contar y avanza sin culpa ni solemnidad, priorizando un sentido donde lo lúdico y la comicidad van de la mano. De hecho, la cantidad de idas y vueltas que hay con el argumento solo podrían sostenerse desde una apuesta constante al disparate, y la puesta en escena de Sandberg se muestra plenamente consciente de ello, aunque sin caer en una canchereada cínica. Y eso sucede porque el relato transmite un cariño innegable por los distintos personajes, que son cabalmente el centro de todo lo que vemos: por más que haya referencias a otras figuras de DC, lo que importa es lo que les pasa a Billy y sus amigos, a esa pequeña familia.

Ese acto de aferrarse a sus jóvenes protagonistas, a sus amoríos, dudas, deseos, dramas y gestos heroicos, conducen a que, al momento de arribar a las resoluciones, “¡Shazam!: la furia de los dioses” alcance un cierto nivel épico y hasta conmueva un poco. Sin ser una maravilla, a pesar de sus baches y arbitrariedades narrativas, esta secuela mejora a su predecesora y redondea apropiadamente el recorrido de aprendizaje de sus personajes principales e incorpora a otros relativamente atractivos. Es difícil que, con los nuevos planes de DC Studios, la saga de “Shazam” siga adelante, como bien lo indica esta nota, pero quizás eso no deje de ser una buena noticia: al fin y al cabo, Billy Batson y sus compañeros de aventuras alcanzaron la madurez justo a tiempo.

Mi 8 de calificación a esta cinta, porque antes que el DCU reorganice, tenemos una secuela muy entretenida protagonizada por un grupo de niños superhéroes con cuerpos de adultos. El universo cinematográfico de DC se encuentra en crisis. Peter Safran y James Gunn, el director responsable del éxito de “Guardianes de la galaxia” para Marvel y la persona detrás de la estupenda secuela de “El escuadrón suicida” y de la hilarante serie “Peacemaker”, son ahora los equivalentes del Monitor y Anti-Monitor en lo referente al futuro de los superhéroes de DC en el cine y la televisión.

En sus papeles como nuevos jefes de los estudios DC para Warner Discovery, Safran y Gunn anunciaron una reestructuración casi total del DCU. Al parecer, tendremos una nueva saga de “Superman” (adiós a Henry Cavill), una nueva saga de “Batman” (con un nuevo actor), una nueva saga de “La Mujer Maravilla” (todavía no sabemos si Gal Gadot continuará con el papel) y el futuro de Jason Momoa como “Aquaman” se encuentra en entredicho. La dupla asumió su nuevo cargo en medio del caos, ya que quedan algunos cabos sueltos por atar.

Explicar por qué “¡Shazam!” resultó una sorpresa tan bienvenida en 2019 justificará digresiones en futuras historias del cine de superhéroes. Habrá que explicar, por ejemplo, lo marciana que resultaba aquella película tan alegre y disparatada en el seno de una DC sumida en la oscuridad “snyderista”, o cómo la interpretación de Zachary Levi parecía carne de Oscar en comparación con algunas otras que poblaban aquel universo. Cuatro años, una pandemia, un fracaso monumental (“Black Adam”) y un inminente reboot masivo separan a “La furia de los dioses” de una predecesora que ya parece historia antigua.

Y, por desgracia, esa brecha se hace notar. No solo porque la chavalada (con Asher Angel y Jack Dylan Grazer al frente) se coma ya el pan con corteza, sino también porque los intentos de hacer que la historia crezca al mismo ritmo que sus protagonistas no termina de salir bien. Si el primer filme de la saga era la historia de un niño que asumía a trompicones unos cambios que no acababa de entender, este filme se centra en la cuestión de cómo vivir con dichos cambios. Esto deja a “La furia de los dioses” en una incómoda tierra de nadie, limitada en un extremo por la chifladura entrañable de la primera parte.

De esta manera, la cinta resulta una amalgama de ideas que no acaban de despuntar. A uno le apetecería tanto saber más sobre esa gruta mágica que el héroe y sus hermanos han convertido en leonera (el olor a tigre no traspasa la pantalla, pero nos lo imaginamos), y también le gustaría que el enfrentamiento con las villanas (con Lucy Liu y Helen Mirren como cabezas visibles, más esa Rachel Zegler cuyo rol ya no es spoiler) tuviese algo más de sustancia. Pero el metraje da para lo que da, los torbellinos en los despachos del estudio son los que son y las ganas de dejar contentos a todos resultan un corsé del que David F. Sandberg y sus guionistas no saben zafarse.

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