Ernesto H. Salgado / Contacto
Matamoros, Tam.- Gran parte del paisaje citadino en semáforos y aceras, de las principales avenidas como la Sexta se ve ahora poblado de gente que se han especializado en la mendicidad aprovechando la leve línea que separa la crisis de la migración y los problemas económicos que trae consigo el crecimiento demográfico.
Extranjeros de diversos países, junto con muchos otros mexicanos que aseguran provenir de Chiapas y otras entidades del Sur saturan los cruceros portando letreros contando sus historias y origen y pidiendo y en algunos casos exigiendo limosna.
Su camuflaje es tal, que la gente, en general, no alcanza a definir en qué punto del entramado crisis-migración-crecimiento urbano, la mendicidad dejó de ser un medio de subsistencia, para convertirse en un trabajo.
En las esquinas es ya parte del paisaje urbano la presencia de universitarios extranjeros, indígenas analfabetas, adictos y mujeres con niños a cuestas fingiendo enfermedades, han encontrado en la caridad de los matamorenses, de buena fe, la forma perfecta para obtener ingresos sin pagar impuestos, sin un patrón, horario, sitio fijo y función específica.
Sin regulación de ninguna autoridad, en un día u horas pueden cuadruplicar el salario que devengan miles de profesionistas, o las utilidades que genera una microempresa.
El único riesgo: ser atropellados. Aún en este caso el problema es mayor para el conductor.
Producto de las ineficaces políticas de incorporación al empleo formal, extender la mano se ha convertido en un factor tan común en los cruceros de Matamoros, que lleva implícita una condición de explotación.
Hoy, aquellos pordioseros, pedigüeños, mendigos y “marías”, de harapos y pies descalzos, son una especie en peligro de extinción.
El limosnero moderno estudia arte, calza Nike, porta joyería de fantasía, viste Hollister y realiza actos circenses “hípster”, dignos de plazas públicas europeas, o escupe y juega con fuego junto a decenas de tanques de gasolina.
La mayoría aún utiliza el viejo cuento de que acaban de ser deportados, aunque hay quienes llevan años utilizando ese argumento.
Tienen calculado que de cada cinco vehículos visitados, al menos uno les entregará una moneda.
En un cálculo ágil, cualquiera de los pedigüeños recauda al menos un peso en cada luz roja.
En una hora, un semáforo cambia al menos en 40 ocasiones, lo que significa que el pordiosero reúne al menos 40 pesos por hora, algo así como 240 pesos por una jornada de seis horas continuas; aunque según algunos de ellos, entrevistados en el Crucero de la Sexta y Periférico puede colectar en un buen día hasta 500 pesos.