Lic. Ernesto Lerma.-
Esta décima entrega deja más explícito que nunca la artificialidad predominante en la popular saga, con un relato tirado de los pelos y una puesta en escena carente de tensión. Personalmente no deja de llamarme la atención que, en diversas entrevistas, el director de “Rápidos y Furiosos X”, Louis Leterrier haya remarcado que buscó que todo se sintiera más “realista” y no apelar tanto a los efectos visuales. Porque la verdad es que el CGI es el factor predominante en una película donde todo luce artificial, como si fuera un gran efecto especial de ciento cuarenta minutos.
Es que si todo en la saga, desde las estructuras narrativas hasta los personajes, era pura superficie, eso en esta décima entrega queda muy explícito, en una experiencia ciertamente agobiante. Todo es CGI en “Rápidos y Furiosos X”, comenzando por la trama: aparece otro villano motivado por la venganza, a partir de hechos del pasado que tuvieron consecuencias inesperadas y que reformulan situaciones previas. Esta vez es Dante (Jason Momoa), el hijo de Hernán Reyes (Joaquim de Almeida), que era el antagonista de “Rápidos y Furiosos 5”.
Si ya el recurso había sido utilizado en “Rápidos y Furiosos 7”, la película hace de cuenta que eso es nuevo y avanza con total arbitrariedad, forzando dilemas y conflictos. Esa artificialidad narrativa también se expresa a través de una dispersión enorme, con varias subtramas, personajes y locaciones que inflan la estructura del relato: el filme podría durar tranquilamente menos de dos horas, pero en cambio supera los 140 minutos, con una gran cantidad de pasajes que sobran de forma muy patente. Pero también es CGI la puesta en escena que delinea Leterrier: en “Rápidos y Furiosos X” no hay sensación alguna de peligro, ni vértigo ni tensión.
Y eso que hay explosiones, tiroteos, choques y acrobacias por doquier: la saga vuelve a tratar de empujar los límites de destrucción, con la vocación y delicadeza de un elefante en un bazar. Sin embargo, ninguna de esas instancias de acción desatada involucra mínimamente al espectador: todo es una contemplación distanciada de un espectáculo hiperbólico que termina funcionando como un gran anestésico. No hay fisicidad alguna en el filme y por eso ni siquiera peleas como la que se da entre Letty (Michelle Rodriguez) y Cipher (Charlize Theron) son mínimamente atractivas. Todo es grandote, brilloso, excesivo, pero nunca verosímil o creíble: no se trata de pedir realismo, sino de pedir aunque sea una mínima dosis de cine.
Quizás esto se deba a que ya los mismos protagonistas de “Rápidos y Furiosos X” son puro CGI, figuras de cera condenadas a repetir un mismo rol, un mismo conflicto, una y otra vez, secuela tras secuela. Ahí tenemos, por ejemplo, a Tej (Ludacris) y Roman (Tyrese Gibson) haciendo los mismos chistes de pareja dispareja de siempre, con mínimas variaciones; a Letty limitándose a ser la chica ruda y pareja fiel; o a Deckard Shaw (Jason Statham) poniendo cara de malo con buen corazón. Y lo de Dominic Toretto (Vin Diesel superando todos los niveles posibles de inexpresividad), con su discurso familiar que atrasa por lo menos medio siglo, ya cansa hasta al más conservador.
En cuanto a las incorporaciones (Daniela Melchior, Brie Larson, Alan Ritchson) tampoco aportan mucho, porque no distan de ser meros instrumentos del guión. Solo Momoa y John Cena (este último en una subtrama completamente innecesaria) se salvan, pero más que nada por una apuesta al disparate desde sus interpretaciones. “Rápidos y Furiosos X” quiere dejarnos con la boca abierta a partir de un cierre donde deja todo abierto y reincorpora a un par de figuras emblemáticas de la gustada franquicia y saga cinematográfica. Pero en verdad solo ratifica que no hay sensación de peligro o dramatismo en su universo totalmente artificial.
Allí la muerte o la maldad no tiene valor: siempre se puede revivir en alguna de las entregas siguientes; aparecer de la nada para generar conflictos nuevos; o tener algún arco de redención porque total, al final lo que importa es la Familia. Y, por supuesto, el CGI, que es la única materialidad de una franquicia que, por más que siga cosechando millones de dólares, ha pasado a convertirse en un objeto efímero e irrelevante. Si este es el futuro que se le depara al cine industrial más comercial y sobre todo el hollywoodense, su pronóstico es reservado, la verdad.
Mi 7 de calificación a esta cinta, recuerdo que la primera película de “Rápido y Furioso”, estrenada hace veintidós años, se inspiró en un artículo periodístico sobre carreras de autos clandestinas publicado en la revista Vibe. Su título fue robado de una cinta de exploitation de 1954, producida y escrita por el gran Roger Corman, la cual, la verdad sea dicha, es superior en espíritu a la película mecánica y fría dirigida por Rob Cohen. Pero con el ánimo de ser ecuánimes, pese a unas pésimas actuaciones a cargo del fallecido Paul Walker, Vin Diesel y Jordana Brewster, a unas secuencias artificiales de acción que han envejecido mal y a unos diálogos en extremo imbéciles, “Rápido y Furioso” cumplió con la misión de entregar 106 minutos de acción descerebrada e ideal para un fin de semana.
No se puede decir lo mismo de “Rápido y Furioso 2” del 2003, clásico ejemplo de una segunda parte cansada y árida que se aprovechó del éxito de su predecesora y que intentó exprimir las premisas de la primera entrega al máximo, pero sin generar nada jugoso como resultado. Ni hablar de “Rápido y Furioso: Reto Tokio” del 2006, que bien puede compararse con “Mi pobre angelito 3”. Ya saben, esas secuelas que ni siquiera incluyen al elenco original y que, en la mayoría de los casos, terminan sepultando la posibilidad de una franquicia debido a su extrema mediocridad.
Pero eso no fue así. En 2009 resurge la saga con el elenco original y en una cinta que casi parece un reboot. Los corredores de carreras ilegales ahora son una especie de agentes secretos, quienes gradualmente se convertirán en una especie de superamigos no oficiales. La “familia” de “Rápido y Furioso” ahora es una mezcla entre la “Liga de la Justicia”, el “Escuadrón suicida” y “Meteoro: El rey de las pistas”. La cuarta entrega, dirigida por Justin Lin, significó una mejora con respecto a las dos películas anteriores, pero no llegó a superar el nivel de la tonta, pero entretenida primera parte.
Contra todos los pronósticos, “Rápido y Furioso 5” del 2011 y la parte 6 del 2013 (ambas dirigidas por Lin), mantienen el nivel de la cuarta, pero continúan con los diálogos tontos, las situaciones cada vez más inverosímiles, las persecuciones sintéticas y un comentario insufrible, inane y reiterativo acerca del valor de la “familia”. La muerte intempestiva de Paul Walker en un accidente automovilístico, casi que frena en seco a la exitosa franquicia. Pero la habilidad del director James Wan en explotar lo sucedido para manipular el corazón de los fanáticos, combinada con un refrescante respiro en términos de ritmo y acción, desembocó en una séptima parte estrenada en el 2015.
Ese filme no solo se convirtió en una de las películas más taquilleras de la historia, sino también en la mejor entrega de “Rápido y Furioso” hasta la fecha. No se puede decir lo mismo de la parte 8 (dirigida con extrema mediocridad por F. Gary Gray) y la horrible parte 9 (en la que Lin vuelve a hacerse cargo). Estas dos entregas, en vez de retomar las lecciones dejadas por Wan, resaltaron los defectos de toda la saga para llevarlos al paroxismo, convirtiendo a Dominic Toretto, el personaje interpretado por Vin Diesel en el líder de un grupo de expertos del volante que se embarca en misiones secretas que ponen en amenaza al mundo, al peor estilo de los Power Rangers.
Vale la pena mencionar que, entre la octava y novena parte, se estrenó un estúpido spin-off conocido como “Hobbes & Shaw”, en donde Jason Statham y Dwayne Johnson vuelven a encarnar a los personajes que hacen parte de este universo que se niega a morir (pero que debería hacerlo). Si la parte 7 fue una grata sorpresa, ¿por qué no pensar lo mismo de la parte 10? Justin Lin le ha cedido el timón a Louis Leterrier, uno de los alumnos de Luc Besson, quien nos entregó la estupenda “Danny The Dog” con Jet Li y una decente entrega de “Hulk” para Marvel. Pero hay que recordar que este director también fue el responsable de la esperpéntica y morónica saga de “El Transportador”.
Tristemente, “Rápido y Furioso X” se suma a estos pésimos productos y bien podría compararse con la décima parte de “Viernes 13” (ambas son recalcitrantes, inverosímiles, descerebradas y con muy pocos atisbos de calidad). Se puede afirmar que esta película es la más grande de todas, sí. Pero también es la peor (y tampoco será la última, como se había prometido). Si se le compara con “Reto Tokio”, esta queda como todo un clásico del cine de acción. Lo más divertido de “Rápido y Furioso” son los juegos temporales, pero estos ya están careciendo de toda lógica.