Lic. Ernesto Lerma.-
Michael Bay no es el director de la nueva entrega y esas son muy buenas noticias, porque si existen dos franquicias que representen lo peor del cine contemporáneo (derroche de efectos especiales, diálogos imbéciles, trama predecible y ausencia de subtexto) son, definitivamente, “Rápido y furioso” y “Transformers”. Es un misterio que, hasta el momento, nadie haya pensado en hacer un crossover (eso podría explicar por qué los autos que maneja Toretto y su “familia” jamás se estropean y pueden llegar hasta el espacio exterior).
Michael Bay logró algo casi imposible en la historia del cine, dirigir cinco películas de una misma saga, cada una peor que su antecesora. La última, “Transformers: El último caballero” del 2017, es un mamotreto insoportable de casi tres horas de duración que incluye a Mark Wahlberg y Anthony Hopkins entregando las peores actuaciones de sus respectivas carreras. Pero un año después llegó la adorable “Bumblebee”, un spin-off tan pequeño como su robot protagonista, que nos retrotrajo a los años ochenta (la época en la que surgieron en las jugueterías y luego, en la televisión los “Transformers”) y que por fin parecía ser elaborada por seres humanos, gracias a que Michael Bay le cedió la dirección a Travis Knight.
Knight es el director de ese hermoso clásico del stop-motion llamado “Kubo y las dos cuerdas mágicas”. Cinco años más tarde, los “Transformers” regresan a las pantallas con una precuela y, al mismo tiempo, reboot de la saga. Es toda una fortuna que Bay también haya cedido el timón aquí, esta vez a Steven Caple Jr., el director de la irregular “Creed II”, parte de la longeva franquicia de “Rocky”. “Transformers: El despertar de las bestias” está plagada de defectos. Es absolutamente predecible, los diálogos son de pacotilla y no se puede liberar de la amenaza fantasma que significan las terribles películas de Bay. Pero llega a ser la segunda mejor de la saga, ya que “Bumblebee”, hasta la fecha, sigue siendo la mejor de todas.
Las razones por las cuales la cinta de Caple Jr. representa una auténtica mejoría para la franquicia saltan a la vista. El despertar de las bestias se acerca mucho al espíritu de la serie animada original, es mucho más coherente que las cinco esperpénticas películas del director de “Pearl Harbor” y sus efectos especiales son más discretos y mucho menos ruidosos, dejando que la cinta respire y tenga un ritmo y un tono que nos recuerda a la adorable primera cinta de “Las tortugas Ninja” (a Bay también se le acredita haber vuelto añicos esa otra franquicia infantil ochentera). En esta película desarrollada en los años noventa, volvemos a encontrarnos con el muy querido Optimus Prime, el líder de los Autobots, y al simpático Bumblebee. Junto con ellos encontramos a los Maximals de la serie animada “Transformers: Beast Wars” y que incluyen al gorila robot Optimus Primal (Ron Pearlman), al águila robot Airazor (Michelle Yeoh), al rinoceronte robot Rhinox (David Sobolov) y al guepardo robot Cheetor (Tongayi Chirisa).
Optimus Prime esta vez estará acompañado, además de Bumblebee, por Arcee (Liza Koshy) una robot motocicleta; Wheeljack (Cristo Fernández) un bus Wolkswagen robot con un marcado acento muy similar al del jugador de fútbol Dani Rojas de la serie “Ted Lasso”; Stratosphere (John DiMaggio) un veterano y destartalado avión de carga; y Mirage, un Porsche robot con el maravilloso trabajo de voz de Pete Davidson, quien exclama el chiste más subido de tono que se haya podido incluir en cualquier película o serie de los “Transformers”. En reemplazo del molesto Sam encarnado por Shia LeBeouf y el aún más molesto Cade interpretado por Mark Wahlberg, nos encontramos con el carismático Noah Díaz, un ex militar experto en electrónica, que se hará amigo de los Autobots y los Maximals y que es asumido por Anthony Ramos, el talentoso actor a quien hemos apreciado en el musical “In The Heights” y en la última temporada de la excelente serie de HBO “In Treatment”.
A Ramos lo acompaña Dominique Fishback, como Elena Wallace, la empleada de un museo que se unirá a la aventura cuando descubre que un objeto arqueológico esconde un origen asociado con los robots. Es refrescante que Fishback asuma su papel de una manera desexualizada, liberándose del fantasma de la sexapilosa Mikaela Banes de Megan Fox y dejando de lado cualquier tipo de tensión romántica entre Elena y Noah, como sucedía en las series animadas que no tenían tiempo ni interés para semejantes menesteres. Los villanos esta vez no son los Decepticons, sino los malvados Terrorcons, conformados por los robots Scourge, Nightbird, Battletrap y el líder Unicron, un gigantesco constructo mecánico devorador de mundos, que necesita unas misteriosas llaves para cumplir con su cometido.
Las razones principales que hacen que “El despertar de las bestias” sea un producto soportable están en su relativa corta duración con respecto a las películas de Bay (no más épicos de tres horas), en su autoconsciencia (todos reconocen con gracia que esta es una película tonta sobre robots), en su bien lograda inclusión (de esta cinta John Leguizamo no tendrá nada que reparar), en una banda sonora que nos recuerda lo bueno que era el Hip Hop de los noventa (Wu-Tang Clan, A Tribe Called Quest, Digable Planets, The Notorious B.I.G.) y principalmente, en su humanidad (que fue el gran logro de Bumblebee) y en entregarnos unos personajes que son realmente interesantes. Además de Elena y Noah, encontramos a Dean Scott Vásquez como Kris, el pequeño hermano de Noah.
Mi 7.5 de calificación a esta cinta con esta nueva entrega cinematográfica, por más que no caiga tan bajo como algunos de los filmes de Michael Bay, no introduce cambios productivos en una franquicia donde todo es demasiado gigantesco. Recordar que bajo el mando de Michael Bay la franquicia de Transformers se transformó en algo parecido a esos movimientos políticos cuya promesa eterna es “ahora volvemos mejores”, para que luego, entrega tras entrega, todo esté cada vez peor. Bumblebee -que por algo estaba dirigida por un realizador con otro tipo de sensibilidad, como es Travis Knight-, ofreció algo distinto, más equilibrado (pero, por suerte, no “moderado”).
Sin embargo, todavía no daba para ser tan crédulo y convertirse en uno de esos críticos/periodistas que aplauden como focas. Y ahora llega Transformers: el despertar de las bestias, que nos deja en claro que no había tanto margen para la ilusión y menos aún para cualquier tipo de euforia. Convengamos que el nuevo director a cargo, Steven Capler Jr. (que venía de la aceptable, pero menor Creed II: defendiendo el legado) no tiene la megalomanía explosiva ni la brutez narrativa de Bay. Pero tampoco es que es un realizador particularmente imaginativo y creativo, capaz de ponerle su propio sello a lo que cuenta o potenciar desde su sapiencia el material que tiene entre manos. Y no hay que olvidarse que Bay se mantiene involucrado desde la producción, tratando de influir con su tono prepotente en la propuesta.
Por eso lo que vemos no es una verdadera renovación, por más que el relato esté situado en los noventa y en cierta forma se pretenda como una especie de continuación de lo visto inicialmente en la película de Bumblebee (2018). Es cierto, sí, que la incorporación de los Maximals (robots que se camuflan como animales) y su unión con los Autobots (que están buscando retornar a su planeta, Cybertron) frente a un enemigo común todopoderoso como es Unicron, busca ampliar un poco el panorama. Lo mismo se puede decir de la presentación de dos nuevos protagonistas humanos: Noah Diaz (Anthony Ramos), un joven ex militar, y Elena Wallace (Dominique Fishback), una investigadora de un museo.
Pero lo cierto es que, por más que se cambien algunos colores, el cuadro general continúa siendo muy similar. Y esto último sucede porque todos los personajes, al igual que en las entregas anteriores -con la excepción de Charlie (Hailee Steinfeld) en Bumblebee– son delineados más desde los gritos, las frases altisonantes y los chistes de dudoso gusto que desde el desarrollo profundo de sus conflictos. La sensación que impera, nuevamente, es la que todo se hace corriendo, a las apuradas y sin cuidado, porque, al fin y al cabo, todo se termina tratando de llegar como sea a las instancias de “gran espectáculo”.