Lic. Ernesto Lerma.-
Allá por el año de 2018 fue el estreno de la cinta “Megalodón”, que fue una agradable sorpresa porque era una película que jugaba con elementos vistos miles de veces, en una aventura acuática llena de monstruos marinos que confesaba su filiación con el clásico “Tiburón” (1975, Steven Spielberg) al que homenajeaba en una última secuencia muy divertida, pero que estaba hecha con la convicción necesaria como para que todo eso no impidiera el goce.
Claro que ese clásico filme era de 1975, y este era un vehículo más que novedoso para la estancada carrera cinematográfica del actor Jason Statham. Aquella película estaba dirigida por el cineasta Jon Turteltaub, uno de esos artesanos fílmicos sin rasgos significativos, pero que son dueños de un pulso confiable para contar cualquier historia. A Turteltaub lo conocimos con la épica deportiva de la cinta “Jamaica bajo cero”, pero transitó géneros y estilos, como podemos ver a partir de una rápida recorrida por su filmografía, con películas como “Mientras dormías”, “Instinto” o “La leyenda del tesoro perdido”.
No estamos diciendo que todas fueran grandes películas, algunas ni siquiera son aceptables, pero sí que sabe lo que quiere contar y cómo hacerlo. Y, mejor, no teme a la invisibilidad, no precisa dejar su sello en cada toma. Sorpresa fue descubrir que detrás de la secuela “Megalodón 2” estaba el director Ben Wheatley. Al británico lo conocimos mayormente por películas que fueron proyectadas como “Feliz año nuevo”, Colin Burstead; “Fuego cruzado”, “The Duke of Burgundy” o “Turistas”, y más recientemente por su fallida reversión de “Rebeca”. Wheatley es, claro que sí, un autor festivalero.
Bien es cierto que su recorrido es bastante ecléctico, pero cuando aborda una película de género con “Fuego cruzado” sería el ejemplo más claro, lo hace siempre con una mirada que busca desentrañar los recursos para exponerlos en primer plano. Y si bien en “Megalodón 2” no hace eso y un poco se abandona a la suerte de un relato que debería estar por encima de su figura, porque nadie pedía un autor aquí, confunde aspectos fundamentales como ese débil hilo que lleva la comedia del disparate a la autoconciencia canchera.
Es decir, “Megalodón 1”, hecha por un artesano que sabe cómo es un entretenimiento popular, llegaba a la diversión por la vía de la exageración. “Megalodón 2”, hecha por un autor al que esta película le debe haber llegado por encargo, no respeta la lógica de los personajes, a los que convierte en imbéciles con tal de ganar un chistecito medio pavo y eso pasa de una primera hora, que es excesivamente solemne y en la que no se entienden las escenas subacuáticas, a una segunda hora en la todo se vuelve una versión más cara de la berreteada soporífera esa de la saga de filmes televisivos “Sharknado”. Un ejemplo de la distancia entre la primera película y la segunda es la presencia de un perrito, que en la primera era un gran chiste y que aquí repite, pero con más pereza que creatividad.
La exageración, hacia el final, llega con un dejo de autoconciencia y distancia irónica. Y no funciona. Para la tercera llamen a alguien que tenga cariño por lo que cuenta. Esta es una secuela que intenta potenciar la amenaza de su predecesora, pero que cae en redundancias y repeticiones innecesarias, que la terminan volviendo irrelevante. Algo que me llamó la atención al terminar “Megalodón 2”, es que en los títulos figurara el nombre de Ben Wheatley vinculado a la dirección. Hace poco menos de una década, el director británico supo trabajar en proyectos que, a lo menos, no carecían de personalidad, algo de lo que adolece casi por completo esta secuela acerca de un tiburón prehistórico gigante.
El actor y ex clavadista profesional (dato no tan insignificante teniendo en cuenta de qué va la película) Jason Statham retoma el rol de Jonas Taylor, nueva variación de ese subtipo particular de héroe de acción que éste ha sabido desarrollar a lo largo de los últimos veinte años y que se sostiene sin mayores alteraciones desde su origen en la saga de “El transportador”. “Megalodón” proponía una aventura clásica, un arco de redención con fachada ecologista y un monstruo gigante, todo empaquetado en un envoltorio China-friendly, es decir, presentando las credenciales necesarias para asegurar un lugar en la cartelera del país asiático. Entre ellas, un elenco que incluye estrellas chinas.
Lo mismo hace “Megalodón 2”, tratando de emular la fórmula que llevó a la original a los 500 millones de dólares de recaudación. Los hilos se le encuentran a cualquier megaproducción moderna si se los busca, y más se los busca cuando el largometraje no logra interesar por otros lares. Esto le ocurre a esta secuela que redobla la apuesta del componente monstruoso: ataca ya no solo un megalodón, sino tres, y se suman al elenco otras bestias asesinas colosales y prehistóricas. Le sucede lo que a la mayoría de las continuaciones de películas sobre monstruos: es decir, se ve obligada a subir la apuesta de su antecesora, presentar una amenaza aún mayor, y, en la grandilocuencia, pierde sutileza.
Mi 8 de calificación a esta cinta palomera donde el actor Jason Statham salta el tiburón del cine de acción y se enfrenta a tiburones gigantes prehistóricos en la película más absurdamente divertida del verano fílmico 2023. Ya han pasado diez años desde que “Sharknado” revolucionara la “sharksploitation”, el barroco cine de serie B de tiburones que puebla cada verano las estanterías de las plataformas de streaming que actualmente son los nuevos videoclubs. Desde entonces ha llegado un sinfín de filmes con tiburones como la principal amenaza.
“Megalodón”, la película de 2018 de Jon Turteltaub, ya apuntaba de manera descafeinada a la sinvergonzonería de este tipo de películas, pero ha tenido que llegar desde el cine independiente Ben Wheatley para abrazarla sin complejos y convertir a “Megalodón 2” en una fiesta absurdamente divertida. Cuando una serie empieza a perder el rumbo con tramas cada vez más locas en un intento desesperado por recuperar la audiencia perdida, se dice que “salta el tiburón” en homenaje a “Días felices”, que veía literalmente a su protagonista saltando en esquís acuáticos sobre un escualo. “Megalodón 2” hace precisamente eso: saltar el tiburón de los blockbusters de acción y ciencia ficción priorizando el entretenimiento puro y duro por encima de las leyes de la física y la biología, la lógica narrativa y el sentido común.