diciembre 13, 2024
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‘La Isla de los Cañones del Tesoro’

septiembre 13, 2023 | 147 vistas

Staff ED.-

Continuamos con la publicación periódica de la novela “La Isla de los Cañones del

Tesoro”, una obra del señor Cleofás Gallardo Hernández, quien llevó su pasión por las historias al papel por sus propios medios. Usualmente publicamos un nuevo capítulo los martes y jueves, aunque en esta ocasión te compartimos el tercer capítulo en miércoles. Si deseas enviar algún comentario sobre la novela puedes enviar un correo a [email protected]

LA RESIDENCIA DE LA TENIENTE

Cuando los soldados llegaron a la residencia que se encuentra al otro lado del brazo de mar, el Teniente Coral habla diciéndole al Mayor:

– Señor –dijo el Teniente- ¡La residencia puede estar minada, y estaremos muertos si entramos a ella!-

-¿Si nadie nos recibe –dijo el Mayor– nadie pasará al interior de la residencia, y solamente daremos un paseo por sus jardines con pavos y avestruces?-

El Mayor, el Teniente y el Sargento Raspa caminan por el centro de los jardines con pavos y avestruces, y el Sargento habla diciendo:

-La carne de pavo –dijo el Sargento– nos ayudará a olvidar esta guerra.

-Los pavos y avestruces –dijo el Mayor– en estos jardines significan que para sus dueños no les importa la guerra.

Cuando aparece una mujer en los jardines el Teniente Coral habla diciéndole al Mayor:

– ¡Tenemos visita señor! -dijo el Teniente.

– ¿Es verdad? -dijo el Mayor– ¿La mujer que viene hacia nosotros es esbelta, de tez blanca y de cabello dorado y con su vestido color verde olivo con dos barras? Podemos saber que ella es una Teniente.

La hermosa mujer de ojos verdes llega hasta donde se encuentra el Mayor y el Teniente y el Sargento Raspa y les saluda con un fuerte acento militar diciéndoles:

– ¡Soy la Teniente Saya! -dijo la Teniente– y estoy segura de que ustedes pertenecen a los ejércitos que se encuentran en los frentes de guerra, y deben retirarse de este litoral costero, ahora.

El Mayor le dirige su mirada a la Teniente diciéndole:

– Teniente Saya, soy el Mayor Chespe y me acompaña el Teniente Coral y el Sargento Raspa, y puedo asegurarle que tenemos prisa por abandonar este litoral costero a bordo del buque de guerra que encalló en la costa de esta playa Sabalas en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial.

– Se equivoca Mayor Chespe –dijo la Teniente– el buque de guerra jamás se puede retirar de la costa de la playa Sabalas donde encalló, sin tener una orden militar.

– ¡Lo siento Teniente Saya! –dijo el Mayor– el buque de guerra no va a estar más tiempo en la costa de la playa Sabalas, y ese acontecimiento nadie lo puede evitar ahora que nosotros estamos en guerra.

La Teniente Saya, con gesto de enojo, se despoja de sus guantes blancos y los arroja sobre las matas de rosal diciéndole al Mayor:

– ¡Mayor! -dijo la Teniente– ustedes han venido a este litoral costero con una mentalidad equivocada, y los invito a pasar a mi residencia, tengo mucha información para ustedes sobre lo que significa el buque de guerra en la costa de la playa Sabalas.

– Acepto su invitación Teniente Saya –dijo el Mayor.

La Teniente Saya acompañada por el Mayor, el Teniente Coral y el Sargento Raspa pasan al interior de la residencia con piso de mármol y con sus paredes revocadas y todos sus muebles de madera fina con un diseño elegante.

– Es muy bonita su residencia Teniente –dijo el Mayor.

– El día más feliz de mi vida –dijo la Teniente– fue la inauguración de mi residencia, y a bordo del buque se hicieron tres disparos de balas de cañón.

– Mayor –dijo la Teniente– tomen asiento y consideren mi residencia como su casa.

El Teniente y el Sargento toman asiento en los convidentes mientras que el Mayor camina hasta llegar a los amplios ventanales, contemplando las aguas del mar a través de los cristales con cancel de aluminio con un resguardo de rejas de acero en su parte exterior, mientras que la Teniente Saya camina cruzando la amplia sala, y al llegar hasta donde está el Mayor, la Teniente habla diciendo:

– Mayor –dijo la Teniente– las dos lanchas de motor y el remolcador son de mi propiedad, y a bordo no se encuentran armas de ninguna clase.

– Teniente Saya –dijo el Mayor– No estamos buscando armas en ese litoral costero, y solo queremos saber cuántos soldados se encuentran abordo del buque de guerra.

La Teniente se retira de los amplios ventanales y camina por la amplia sala diciéndole al Mayor:

– ¡Mayor! -dijo la Teniente– para nadie es un secreto todo lo que existe a bordo del buque de guerra, usted tiene que colaborar con nosotros ordenándole a su padre que abandone el buque lo más pronto que sea posible.

– ¡Mayor! -dijo la Teniente– yo no estoy dispuesta a colaborar con ustedes para que retiren al buque de guerra de la playa Sabalas.

– Si usted no colabora con nosotros –dijo el Mayor – su padre estará muerto ante el peligro de nuestros gases.

La Teniente, con el miedo reflejado en su rostro, exclama diciendo:

– ¡Por Dios, los gases! -ustedes para mí son un ejército maldito por obligarme a colaborar con ustedes para salvarle la vida a mi padre del peligro de sus malditos gases.

La Teniente se apresura en caminar hasta tomarse un vaso de agua y el Mayor le sigue sus pasos diciéndole:

-¿Cuál es su plan? -dijo el Mayor -¿para colaborar con nosotros Teniente Saya?.

– Para mí –dijo la Teniente– no es ningún plan, yo me refiero a mi trabajo cotidiano, que consiste en que yo viajo diariamente a bordo de mi remolcador hasta el buque de guerra, llevando alimentación para mi padre y para los demás que están a bordo del buque de guerra.

– Sí, algo más –dijo el Mayor– quiere regresar a lo que me estaba diciendo, le escucho Teniente Saya.

– Quiero que esta vez –dijo la Teniente– ustedes me acompañen a viajar hasta el buque de guerra, mi padre siempre me encuentra a bordo de una lancha torpedera para que ustedes le capturen en cuanto él aborde mi remolcador, y una vez con mi padre sano y salvo, no me importa saber para dónde ustedes quieren llevarse al buque de guerra.

– Teniente Saya –dijo el Mayor– su plan no es muy bueno como para que todo salga bien, pero vale la pena intentarlo.

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