noviembre 25, 2024
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‘La Isla de los Cañones del Tesoro’

octubre 12, 2023 | 154 vistas

Staff ED OK.-

Seguimos con la publicación periódica de la novela “La Isla de los Cañones del Tesoro”, una obra escrita e ilustrada por el señor Cleofás Gallardo Hernández, quien llevó su pasión por las historias al papel a través de sus propios medios. Ahora te compartimos el tercer capítulo de la segunda parte de esta historia.

Si deseas enviar algún comentario sobre la novela puedes enviar un correo con tu mensaje o

crítica a: [email protected] también puedes ayudar al señor Cleofás Gallardo (quien es una persona de la tercera edad de escasos recursos) a través de siguiente número de cuenta: 5512 3824 2431 8238 de Banco Azteca.

REDA Y MARIANO

Desde el suelo el Capitán puede ver a Reda que sollozado se echa a los brazos de aquel hombre, y los dos unen sus labios en un largo beso cargado de pasión y el Capitán balbucea con gesto de furia diciendo.

–Maditta – dijo el Capitán– ella me aseguró que vive sola en esta cueva con dos cañones emplazados.

Mariano, aquel hombre que derribó al Capitán de un puñetazo con su mano izquierda, le acaricia su barbilla a Reda diciéndole.

–Reda –dijo Mariano– ¿por qué razón tienes a este hombre en esta cueva donde se encuentran emplazados los dos cañones de esta isla?

–Mariano –dijo Reda– quiero que tú mates a este hombre, a él ya no lo necesito vivo después de que me salvó de los guardias que me buscaban en el muelle para entregarme al verdugo, y me dijo llamarse el Capitán Abraham Esquino y lo miré desembarcar en el muelle del yate del viejo Cruces Rojan, dueño del cobertizo para construir barcas.

Ante lo que ha dicho Reda, Mariano empuña su ametralladora y se acerca hasta donde el Capitán se ha puesto de pie con sus ropas llenas de polvo y con sus labios reventados, y su cabello en desorden diciendo.

–Capitán –dijo Mariano– quiero saber dónde dejaste al viejo Cruces Rojan después de que tú desembarcaste en el muelle de su yate.

–El viejo Cruces Rojan está muerto –dijo el Capitán– los soldados que me buscan por toda la isla, como prisionero de guerra, lo mataron junto con sus hombres que laboraban en el cobertizo el día que ellos abandonaban esta isla, llevándose un puñal de oro que significa ser la llave de la bóveda del tesoro de esta isla.

Ante lo que había dicho el Capitán, Reda le propina al Capitán un puñetazo en su mandíbula izquierda diciéndole.

–Maldito Capitán –dijo Reda con gesto de furia –¿por qué no me dijiste a mí que el puñal de oro se encontraba en el cobertizo?

Mariano se apresura en apartar a Reda del Capitán diciéndole.

–Reda –dijo Mariano –nosotros vamos a entregarle al jefe de guardias a este maldito Capitán para que sea interrogado y se compruebe que tú no robaste el puñal de oro, y una vez que todo se aclare nadie va a pedir que tú seas entregada al verdugo y desde ahora tú puedes abandonar esta cueva para que vivas feliz en la Fortaleza Sol Mar.

El guardia de la prisión, encargado de entregarles al verdugo a los prisioneros condenados a muerte, saca de una celda al Capitán Abraham Esquino y a Dandol, su compañero de celda, diciéndoles.

–Capitán –dijo el guardia sosteniendo una cadena en su mano izquierda– Capitán, y tú Dandol, antes de que el verdugo les corte su cabeza quiero que caminen hasta el fondo de este pasillo para que retiren la tapa del registro del drenaje para que se puedan desaguar todas las celdas que se encuentran inundadas.

En el fondo del pasillo el Capitán y Dandol con el agua hasta sus rodillas estiran y estiran la cadena sin poder quitar la tapa del registro del drenaje, y el guardia los apura diciéndoles a gritos desde la puerta de una celda.

–¡Malditos! –dijo el guardia– estiren con más fuerza o los azotaré con mi látigo.

El guardia, cegado por la furia, se mete al agua que tiene inundadas las celdas y azota con su látigo a Dandol y al Capitán diciéndoles.

–Malditos –dijo el Guardia– si no quitan pronto la tapa del drenaje hoy el verdugo les cortará su cabeza.

El Capitán le arrebata el látigo al guardia y se lo enreda en su pescuezo, y el guardia resbala cayendo de bruces en el agua que mantiene inundadas las celdas y el Capitán aprieta más y más el látigo hasta estrangular al guardia, que finalmente queda muerto a los pies del Capitán.

Al quedar muerto el guardia, el Capitán y Dandol vuelven a estirar la cadena hasta quitar la tapa del registro del drenaje y en cuanto toda el agua que tenía inundadas las celdas se escurre, el Capitán con la ametralladora del guardia terciada sobre su espalda se mete al registro del drenaje diciéndole a Dandol.

–Dandol –dijo el Capitán– date prisa tenemos que escapar por la alcantarilla de este drenaje.

–Capitán –dijo Dandol– el puñal del guardia me puede servir.

Después de correr por la alcantarilla del drenaje que mide dos metros de diámetro el Capitán y Dandol encuentran la salida de la alcantarilla que desemboca en las aguas del mar. Después de salir de la alcantarilla del drenaje, el Capitán y Dandol se bañan en las aguas del mar y Dandol le dice al Capitán.

–Capitán –dijo Dandol –estamos salvados, para nosotros ya no existe el peligro del verdugo que nos cortaría la cabeza.

–Los guardias de la prisión –dijo el Capitán– nos encontrarán si no abandonamos este lugar ahora.

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