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Seguimos con la publicación periódica de la novela “La Isla de los Cañones del Tesoro”, una obra escrita e ilustrada por el señor Cleofás Gallardo Hernández, quien llevó su pasión por las historias al papel a través de sus propios medios. Ahora te compartimos el quinto capítulo de la segunda parte de esta historia.
Si deseas enviar algún comentario sobre la novela puedes enviar un correo con tu mensaje o crítica a: [email protected] también puedes ayudar al señor Cleofás Gallardo (quien es una persona de la tercera edad de escasos recursos) a través de siguiente número de cuenta: 5512 3824 2431 8238 de Banco Azteca.
EL CAMERINO DE REDA
El Capitán Abraham Esquino de un jirón rompe la cortina y pasa al interior del camerino de Reda empuñando su ametralladora. En el interior del camerino, el Capitán encuentra a Reda sentada de espaldas en un banquillo de madera soltando su cabello y sin voltear a mirar a la persona que había entrado, Reda habla diciendo.
–Mariano –dijo Reda– si tú no fuiste a traerme la botella de licor, ayúdame a soltarme mi cabello.
Reda no pudo decir más, la mano izquierda del Capitán le tapó su boca diciéndole el Capitán al oído.
–Reda –dijo el Capitán– vengo a sacarte de los salones de baile antes de que todo esto se convierta en un infierno.
Reda, asustada por la presencia del Capitán, no opuso resistencia y se dejó conducir por el Capitán hacia la puerta de su camerino, encontrando a Mariano, que ya había regresado de la pista de baile trayendo en su manos una charola con cuatro copas servidas y dos botellas de licor, y el Capitán empuñando su ametralladora y sujetando a Reda de su brazo derecho le dirige la mirada a Mariano diciendo.
–Mariano –dijo el Capitán– estoy vivo, el verdugo no me ha cortado la cabeza y ahora yo y Reda viviremos juntos por todo el resto de nuestra vida.
Mariano, con gesto de furia, deja caer al suelo la charola con las copas servidas y las dos botellas de licor que se estrellan en el piso, y saca de entre sus ropas un descomunal puñal y se lanza contra el Capitán diciéndole.
–Maldito Capitán –dijo Mariano– si el verdugo no te cortó tu cabeza yo te mataré ahora.
El Capitán sujeta a Reda por sus cabellos con su mano izquierda y con su mano derecha aprieta el gatillo, y Mariano recibe en su corazón una ráfaga de balas cayendo muerto al suelo. A los disparos del Capitán, pronto se escucha en todos los salones de baile un estruendo de disparos y estallidos de bombas de parte de los soldados que habían salido de su escondite, y en el momento que los techos de los salones de baile se vienen abajo aplastando a mucha gente, y el Mayor Chaspe les ordena a sus soldados diciéndoles.
–Soldados –dijo el Mayor– disparen más bombas hasta acabar con todos los salones de baile.
El Capitán ayuda a Reda a salir de los escombros de lo que fueron los salones de baile diciéndole a Reda.
–Reda –dijo el Capitán– ¡tenemos que llegar hasta los muelles para abordar un barco y abandonar esta isla!
–Capitán –dijo Reda– espero que tengamos suerte de poder abandonar esta isla para que me lleves a conocer muchas partes del mundo.
Cuando el Capitán y Reda salen de los escombros de lo que fueron los salones de baile, el Mayor Chaspe y el Teniente Coral los encañonan con sus ametralladoras y el Mayor habla diciendo.
–Capitán –dijo el Mayor– no me sorprende que usted quiera escapar una vez más, pero ahora yo mismo le voy a matar, y la primera en morir es la mujer que le acompaña.
El Capitán protege a Reda con su cuerpo diciéndole al Mayor.
–¡No dispare Mayor! –dijo el Capitán– esta mujer no debe morir, ella es Reda, la que me capturó en la cueva donde se encuentran emplazados los cañones de esta isla, y ella es la única mujer que conoce el lugar donde se encuentra el tesoro de la isla.
El Mayor deja de apuntarle con su ametralladora a Reda y le dirige su mirada al Teniente Coral diciéndole.
–Teniente –dijo el Mayor– póngale esposas a las manos de la mujer y al Capitán, a ellos dos los necesito vivos por ahora.
–Enseguida señor –dijo el Teniente.
El Mayor Chaspe y su ejército ahora se encuentran en la cueva donde están emplazados los cañones de la isla y el Teniente Coral le informa al Mayor diciéndole.
–Mayor –dijo el Teniente– es verdad lo que nos ha dicho Reda, en esta cueva se encuentran más de 200 balas de cañón y los tres tambos que están junto a los cañones contienen agua potable.
–Si en esta cueva –dijo el Mayor– no existe otra novedad, quiero a estos dos cañones bien limpios para cuando sea necesario dispararlos.
–Cumpliremos –dijo el Teniente– con su orden enseguida señor.
En el muelle toda la gente de la fortaleza Sol Mar abordan el barco de velas más grande dispuesto a abandonar la isla ante el peligro del ejército del Mayor Chaspe que ha invadido la isla. Lanzando bombas en los salones de baile. Ante la mirada de los cuatro soldados el barco de velas despega del muelle llevando a bordo a toda la gente de la fortaleza Sol Mar, y disparando sus cañones en contra de los edificios de dos aguas que por mucho tiempo sirvieron de habitación para muchos esclavos.
En la cueva donde se encuentran los cañones de isla, el Mayor le ordena al Teniente Coral y al Sargento Raspa diciéndoles.
–Teniente y Sargento –dijo el Mayor– preparen los cañones, vamos a hundir el barco de velas que transporta a toda la gente de la fortaleza Sol Mar que abandonan esta isla llevando con ellos a todos los esclavos de la isla, y también vamos a hundir la barca del viejo Mar nado que sigue al barco de velas.
Ante la mirada del Teniente Coral, dos soldados cargan con balas de dos cañones para que sean disparados. El Mayor Chaspe camina por en medio de los dos cañones hasta llegar a donde Reda se encuentra sentada sobre el suelo diciéndole.
–Reda –dijo el Mayor– a bordo de ese barco de velas viaja toda la gente de la fortaleza Sol Mar, que hoy, este día, abandonan esta isla y nosotros vamos a disparar los cañones hasta hundir el barco de velas y la barca del viejo Mar nada.
–A mí no me importa –dijo Reda– la gente que viaja a bordo del barco de velas, todos ellos se agrupaban para pedir que yo fuera entregada al verdugo.