Lic. Ernesto Lerma.-
La última entrega de la franquicia protagonizada por Denzel Washington, a pesar de sus méritos, desperdicia su potencial y se conforma con ser apenas un relato correcto. A estas alturas del partido y llegando a lo que sería la última entrega, la pequeña franquicia de El Justiciero ha mantenido un nivel muy consistente, donde el listón está cerca del techo, sin grandes sorpresas, para bien y para mal.
Quizás esto se deba en gran medida a la continuidad del equipo con sus virtudes y limitaciones: los guiones escritos por Richard Wenk no aspiran más que a la mediocridad; el director, Antoine Fuqua, es un artesano efectivo, pero sin mucha innovación; y el protagonista, Denzel Washington, no busca deslumbrar, aunque su carisma puede salvar algunas carencias narrativas y estéticas.
Y esto se hace evidente en la despedida que nos ofrece El Justiciero: Capítulo final, una película apenas correcta que cumple su propósito en modo automático. La película comienza prácticamente en medio de la acción, apuntando a un público que ya conoce al personaje principal, el mundo de violencia que habita y sus dilemas éticos. Vemos a Robert McCall (Washington) aplicando sus habituales y letales métodos para enfrentar a un grupo de mafiosos en Italia, aunque resulta herido en medio de la refriega.
Al borde de la muerte, es atendido por un médico en un pequeño pueblo del sur italiano, donde inicia una progresiva recuperación. Este proceso de sanación física conlleva una reflexión introspectiva en la que Robert empieza a reconciliarse consigo mismo y con sus acciones pasadas, mientras encuentra en ese pueblito un inesperado hogar. Sin embargo, esto coincide con un enfrentamiento con una poderosa organización mafiosa que amenaza y oprime a los habitantes del lugar, lo que lleva a que McCall retome sus actividades.
La película intenta establecer un diálogo de opuestos entre la violencia y la paz del paisaje, en un intento por emular algunos westerns crepusculares donde el género alcanza una reflexión final. A pesar de su ritmo pausado y las fases progresivas de violencia, el filme busca explorar la reconstrucción íntima del protagonista. Aunque finalmente, El Justiciero: Capítulo Final se ve forzada a abordar la demanda de su audiencia, que espera una justificación de la justicia por mano propia, y afronta el enfrentamiento entre McCall y la familia mafiosa antagonista.
Lamentablemente, esta resolución incluye giros arbitrarios y una secuencia en la plaza central del pueblo que desaprovecha una gran escena de acción, seguida de minutos finales cargados de violencia festiva y simplista que no concuerdan con lo visto previamente. La película regresa a lo convencional y esquemático, evitando tomar riesgos y forzando la narrativa para justificar la inclusión del personaje de Fanning.
La escena final, entre sensiblera e idealista, revela a El Justiciero 3: Capítulo Final como una película bastante correcta pero conformista, que a pesar de sus méritos, desaprovecha su gran potencial, manteniendo la coherencia con la saga a la que pertenece. A pesar de esto, para mi gusto y criterio, es una despedida más que aceptable en esta trilogía cinematográfica.
Mi calificación para El Justiciero 3 sería un 8, aunque sin la presencia de Denzel Washington, esta nueva entrega de El Justiciero sería simplemente otra película de venganza trillada y un decepcionante capítulo final para una trilogía estupenda. The Equalizer (conocida como El Justiciero en español) fue una serie de televisión que se emitió de 1985 a 1989 y seguía a Robert McCall (interpretado por el fallecido Edward Woodward), un ex agente gubernamental con un oscuro pasado que utilizaba sus habilidades para ayudar a personas en apuros.
La película de 2014, basada en la serie, fue dirigida por Antoine Fuqua y protagonizada por Denzel Washington como McCall, quien ayuda a una joven prostituta a escapar de una red de trata de personas, lo que desencadena un enfrentamiento con una organización criminal. La colaboración entre Fuqua y Washington ya había demostrado ser exitosa gracias a la magnífica “Día de Entrenamiento” (2001), y su versión de El Justiciero no se quedó atrás.
Para la secuela de 2018, el actor y el director volvieron a trabajar juntos, y el resultado fue igual de impresionante. En esa ocasión, McCall trabaja como conductor de Lyft, hasta que la búsqueda de venganza vuelve a surgir después de que una persona cercana es asesinada. La película mantuvo el éxito de la primera entrega y expandió el mundo del personaje, dejando claro que estábamos ante una joya cinematográfica en el género de acción.
Por eso, esperábamos ansiosos una tercera entrega que completara la trilogía, mientras disfrutábamos de la nueva serie de 2021 protagonizada por Queen Latifah como Robyn McCall, la versión femenina del Justiciero, un personaje que originalmente era blanco y británico. La tercera y, posiblemente, última parte de las adaptaciones cinematográficas de El Justiciero reúne nuevamente a Fuqua y a su actor de cabecera, pero el resultado no es tan efectivo como en las dos entregas anteriores.
Washington, quien en años recientes demostró por qué es uno de los mejores intérpretes de la actualidad gracias a “Fences” (2016) y “La Tragedia de Macbeth” (2021), se siente cansado y falto de energía en esta ocasión. El guión escrito por Richard Wenk, autor de las dos películas anteriores, se centra en un personaje que, como todo vengador, hace cosas malas por buenas razones y castiga solo a quienes lo merecen. Sin embargo, en las entregas anteriores McCall tenía una relación más compleja con la violencia, pero en esta película no. Esto hace que la violencia deje de ser catártica y adquiera un tono amargo.
Lo distintivo de esta última entrega de El Justiciero, que se acerca peligrosamente a la mediocridad de películas como “El Transportador” con su obvio product placement de autos de lujo estadounidenses manejados por italianos, es una violencia sucia y excesiva, pobremente coreografiada (algo que no ocurría en las dos entregas anteriores) y que llega a rozar la propaganda pseudo fascista en la línea de los peligrosos mensajes de Jason Aldean en el country.
Fuqua, un director que ha demostrado ser bastante irregular, y el reconocido fotógrafo Robert Richardson, colaborador habitual de Tarantino, hacen lo posible por aportar elegancia a la sangre sin sentido, actuaciones un tanto artificiales y diálogos insulsos, y, de alguna manera, lo logran. En esta ocasión, McCall llega gravemente herido a un pintoresco pueblo costero en la costa siciliana después de una misión que sale mal. Luego se recupera y asume la tarea de librar a la zona de los criminales organizados que obligan a todos a marcharse para dar paso a los promotores inmobiliarios.