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Seguimos con la publicación periódica de la novela “La Isla de los Cañones del Tesoro”, una obra escrita e ilustrada por el señor Cleofás Gallardo Hernández, quien llevó su pasión por las historias al papel a través de sus propios medios. Ahora te compartimos el NOVENO capítulo de la segunda parte de esta historia que está por llegar a su final.
Si deseas enviar algún comentario sobre la novela puedes enviar un correo con tu mensaje o crítica a: [email protected] también puedes ayudar al señor Cleofás Gallardo (quien es una persona de la tercera edad de escasos recursos) a través de siguiente número de cuenta: 5512 3824 2431 8238 de Banco Azteca.
EL CAPITÁN Y EL VERDUGO
Cuando el Capitán llega corriendo hasta el final del andador pavimentado empuña su ametralladora al descubrir a Reda que se encuentra tendida sobre el suelo al pie de los escalones con un puñal clavado en su vientre, diciéndole el Capitán con gesto de furia al horrendo personaje que está parado en lo alto de los seis escalones.
–Maldito asesino –dijo el Capitán– no te muevas de donde estás, quiero capturarte vivo.
El horrendo personaje fajado con un cinto ancho dotado de puñales y empuñando una hacha de oro desobedece la orden del Capitán y se dispone a bajar lentamente por los escalones, y el Capitán aprieta el gatillo de su ametralladora disparándole una ráfaga de balas al horrendo personaje que se desploma cayendo muerto al pie de los escalones.
Al quedar muerto el horrendo personaje, el Capitán se hinca de rodillas junto a Reda diciéndole.
–Reda –dijo el Capitán– yo conozco de primeros auxilios y te sacaré de tu vientre el puñal para evitar más hemorragia interna.
–Capitán –dijo Reda– salva tu vida Capitán. Busca la roca más alta que está junto a un escurrimiento de agua cristalina y mete el puñal de oro en la ranura que tiene la roca con un sello rojo, y en la bóveda del tesoro sube a bordo de una enorme charola de plata con asientos y luego destruye todas las cabezas de león para que tú no mueras en la bóveda.
Después de que Reda le dice al Capitán cómo puede salvar su vida en la bóveda del tesoro, Reda le dirige su mirada el Capitán con una sonrisa apareciendo un hilillo de sangre en su labio derecho diciéndole al Capitán.
–Capitán –dijo Reda– el verdugo de esta isla tenía que matarme.
El Capitán gira su cabeza para voltear a mirar el cadáver del horrendo personaje diciéndole a Reda
–Reda –dijo el Capitán– ¿el cadáver de este maldito que yo acabo de matar es el verdugo de esta isla que les ha cortado su cabeza a mucha gente con su hacha de oro?
Ante lo que había dicho el Capitán, Reda no respondió y el Capitán se da cuenta que Reda había cerrado sus ojos como para dormir y el Capitán le habla diciéndole
–¡Reda! –dijo el Capitán– ¡Reda, Reda…! diablos Reda está muerta.
En el momento que acaba de morir Reda, el Capitán escucha el chasquido de un arma que corta cartucho descubriendo la presencia del Sargento Raspa, que acompañado por dos soldados lo encañona con su ametralladora diciéndole.
–Capitan –dijo el Sargento– el Mayor Chaspe lo quiere muerto.
El Capitán se pone de pie y le muestra al Sargento y a sus dos soldados el puñal de oro diciéndoles.
–Sargento Rapa –dijo el Capitán– el Mayor Chaspe y el Teniente Coral están muertos, y los que están vivos de su ejército son usted y sus dos soldados, y ahora dispararé Sargento, me llevaré a la tumba el secreto de cómo poder salir vivo de la bóveda del tesoro.
–Capitán –dijo el sargento– no voy a matarle si nos lleva a donde está el tesoro.
Ante la mirada del Sargento y de sus dos soldados el Capitán se guarda entre sus ropas el puñal de oro y después de terciarse su ametralladora sobre su espalda levanta del suelo el hacha de oro y de un solo tajo le corta la cabeza al cadáver del Verdugo diciéndole al Sargento y a sus dos soldados.
–Este es el cadáver –dijo el Capitán– del Verdugo de esta isla que les cortó su cabeza a mucha gente y también ha matado a Reda.
Después de cortarle la cabeza al cadáver del Verdugo, el Capitán se apresura en subir por los escalones y el Sargento le habla diciéndole
–Capitán –dijo el Sargento– espere, no se vaya, tenemos que darle sepultura al cadáver de Reda.
–Nuestras vidas –dijo el Capitán– están en peligro para antes de que se oculte el sol. Tenemos que salir de la bóveda del tesoro de esta isla.
El Capitán, acompañado por el Sargento y por los dos soldados mete sus pies en el agua cristalina que escurre al pie de la roca más alta y mete el puñal de oro en la ranura que tiene la roca con un sello rojo. Momentos después de haber metido el Capitán el puñal de oro en la ranura de la roca se abre, en la roca, una puerta en forma de medallón y el Capitán se apresura en pasar al interior de la roca seguido por el Sargento y por los dos soldados.