Staff ED.-
Seguimos con la publicación periódica de la novela “La Isla de los Cañones del Tesoro”, una obra escrita e ilustrada por el señor Cleofás Gallardo Hernández, quien llevó su pasión por las historias al papel a través de sus propios medios. Ahora te compartimos el DÉCIMO capítulo de la segunda parte de esta historia que está por llegar a su final.
Si deseas enviar algún comentario sobre la novela puedes enviar un correo con tu mensaje o crítica a: [email protected] también puedes ayudar al señor Cleofás Gallardo (quien es una persona de la tercera edad de escasos recursos) a través de siguiente número de cuenta: 5512 3824 2431 8238 de Banco Azteca.
LA BÓVEDA DEL TESORO
En el interior de la roca, el Capitán, el Sargento y los dos soldados llegan a la bóveda del tesoro de la isla que se encuentra iluminado por los rayos del sol que se filtra por un agujero que se encuentra en lo alto de la roca a más de cien metros de altura, produciendo en el tesoro destellos de mil colores al hacer contacto con los diamantes y las piedras preciosas.
El Capitán camina por el interior de la bóveda del tesoro hasta llegar al centro de la bóveda, donde se encuentra la charola de plata que mide tres metros de diámetro con una jabalina de oro, mientras que el Sargento Raspa y sus dos soldados se llenan los bolsillos de diamantes y de monedas de oro.
El Sargento Raspa, con diamantes y monedas de oro en sus bolsillos, se acerca al Capitán y lo encañona con su pistola diciéndole:
–Capitán, ahora que ya estamos en la bóveda del tesoro ya no lo necesito vivo, y lo voy a matar ahora
–Dispare Sargento –dijo el Capitán– ustedes también estarán muertos, la puerta de esta bóveda jamás se puede abrir sin el puñal de oro, y también deben saber que Reda me aseguró antes de morir que nadie vive en esta bóveda después de que se acaban los rayos del sol.
El Capitán, el Sargento Raspa y los dos soldados abordan la charola de plata y el Capitán con su ametralladora terciada sobre su espalda empuña la jabalina de oro y les ordena a los dos soldados diciéndoles:
–¡Soldados!… disparen en contra de las ocho cabezas de león que están dentro de la bóveda del tesoro y que fueron hechas de cobre.
Ante la orden del Capitán los dos soldados disparan sus ametralladoras y por cada cabeza de león destrozada brotan enormes chorros de agua, que en pocos minutos inundan la bóveda del tesoro, y la charola de plata comienza a flotar en el agua llevando a bordo al Capitán, al Sargento y a los dos soldados.
Cuando ya se encuentran a más de 70 metros de altura, el Capitán pilotea la charola de plata con la jabalina de oro diciéndole al Sargento y a los dos soldados:
–Prepárense para desembarcar, hemos llegado hasta la entrada de la caverna.
Cuando el Sargento y los dos soldados desembarcan en la puerta de la caverna, el Sargento le dirige su mirada al Capitán, que aún se encuentra a bordo de la charola de plata diciéndole:
–Capitán, le ordeno que permanezca a bordo de la charola de plata mientras nosotros investigamos para saber a dónde nos conduce esta caverna.
Muchas horas después el Capitán a bordo de la charola de plata espera el regreso del Sargento Raspa y de los dos soldados, cuando de pronto sale de la caverna un enorme oso y el Capitán le dispara con su ametralladora hasta matarlo.
Al quedar muerto el oso, el Capitán desembarca de la charola de plata y se introduce en el interior de la caverna, encontrando los cadáveres del Sargento y de sus dos soldados, que se encuentran mutilados a mordiscos por el oso que los atacó antes de que ellos salieran del interior de la caverna, y el Capitán habla diciendo:
–Aquí te quedas Sargento Raspa, tú querías tener en tus bolsillos parte del tesoro de esta isla y nadie te lo quitará.
Al salir el Capitán del interior de la caverna se encuentra con las ruinas de lo que fueron los salones de baile donde había muerto Dandol y donde Reda tenía su camerino. El Capitán, con su ametralladora sobre su espalda, camina por las ruinas de los salones de baile mirando a los barcos de velas dotados de cañones que se encuentran anclados en el muelle sin tener a nadie a bordo.
Después de caminar por los muelles el Capitán regresa a la cueva donde están emplazados los dos cañones, y en la cueva, el Capitán decide vivir solo como lo hacía Reda. Un año después de vivir en la cueva donde están emplazados los cañones de la isla, el Capitán decide bajar por los escalones que lo conducen hacia un calabozo pasando al interior de una celda, una vez en el interior de la cela encuentra dos esqueletos humanos, y al retroceder se da cuenta que la puerta de la celda se había cerrado sin el menor ruido.
Tres días después de no poder abrir la puerta de la celda, el Capitán se consideraba muerto en el interior de la celda sus fuerzas lo abandonan, cuando de pronto percibe el aroma del perfume que la Teniente Saya acostumbraba ponerse cuando él la conoció a bordo del buque de guerra, y sin pensarlo mucho el Capitán realiza mayores esfuerzos por ponerse de pie en el interior de la celda.
Cuando el Capitán logra ponerse de pie con un hueso de los esqueletos humanos que está dentro de la celda suena la reja de acero de la celda y grita diciendo:
–¡Saya, Saya, Saya!
Por el reducido agujero que se encuentra en lo alto del techo de la celda, el Capitán escucha el chasquido de un arma que corta cartucho recibiendo en su cara la luz cegadora de una linterna y el Capitán cierra sus ojos esperando el fatídico disparo que acabaría con su vida cuando de pronto una cuerda le golpea su cabeza, que fue arrojada por el reducido agujero que está en el techo.